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El exorcista de la historia

EL PRÓXIMO 12 DE AGOSTO CUMPLIRÁ 90 AÑOS CARLOS ROJAS (BARCELONA, 1928), NOVELISTA, ENSAYISTA Y MEMORIALISTA SINGULAR, CUYA OBRA NARRATIVA HA SIDO DISTINGUIDA POR PREMIOS Y RESPALDADA MASIVAMENTE POR LOS LECTORES. divergente

Carlos Rojas

Carlos Rojas

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ERNESTO ESCAPA
León

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I nicialmente inscrito por sus pregoneros en la relamida novela metafísica, a causa de su voluntad de practicar un realismo más trascendente que el reportaje convencional, enseguida marcó distancias con unos y otros prescriptores. Por un lado, el realismo social promovido por Barral y Castellet; enfrente, la novela confesional dedicada al deliquio religioso, a cuya guarda se apuntan el vehemente Viñó y el iluminado Vintila Horia. No se trataba de un escenario que pudiera mantener sujeto por mucho tiempo el vuelo de un escritor tan inquieto como Carlos Rojas, catedrático desde 1966 en la universidad de Emory (Atlanta). A pesar de la beligerancia de ambos bandos.

Si al escrutinio realista le dio la puntilla, para pasar página, Tiempo de silencio (1962), los metafísicos supieron ser más tenaces en su burbuja trascendente, que se prolongó hasta ayer mismo, a través de los recados polémicos del pliego llamado La fiera literaria , donde anduvo envuelto el leonés Juan Ignacio Ferreras (1929-2014). Carlos Rojas parte de la estética expresionista de sus primeras novelas para escrutar las solapas de la historia, con ficciones que conjugan lo mítico y lo real. Traductor de Huxley, se estrena con De barro y esperanza (1957), fantasía satírica protagonizada por la reencarnación del diablo, a la que sucede El futuro ha comenzado (1958), con su mensaje de desengaño sobre el futuro de la humanidad. El asesino de César (1958) rescata con ráfagas de expresionismo valleinclanesco una dictadura caribeña.

Será a partir de su sexta novela, Auto de fe (1968), distinguida con el Nacional de literatura, cuando Rojas incorpore la historia a sus ficciones, coincidiendo con sus primeros ensayos: Diálogos para otra España (1966). Auto de fe sigue siendo su mejor novela, reeditada en 1986 por Debate y en 2003 con prólogo de Carlos Aurtenetxe: recrea la corte barroca de Carlos II con la guía de un bufón, en una atmósfera de superstición y hechicería. Se trata de un esperpento magníficamente escrito, con hallazgos de lenguaje que retratan la tragedia de la inteligencia. Aquelarre (1970) revive las secuelas de la guerra a través de Goya y El Bosco en un retablo de espectros que agitan las pesadillas de un soñador. Su reportaje histórico Diez figuras ante la guerra civil (1972) sostiene la pesquisa y meditación de su novela Azaña (1973), premiada con el Planeta, que explora su repaso agónico de los avatares republicanos con la conciencia obsesiva de vivir el infierno de otro planeta.

La apertura de los setenta abre la espita a sus ensayos históricos, que aparecen en cascada: La guerra civil vista por los exiliados (1975), Retratos antifranquistas (1977), Azaña y Companys (1977), para culminar con el premio Espejo de España a El mundo mítico y mágico de Picasso (1984). Intercaladas van apareciendo novelas que cosechan la reincidencia del éxito, aunque ni su escritura ni la estructura mantengan la complejidad de su obra maestra Auto de fe. A veces, como en Valle de los caídos (1978), incorpora el contraste lacerante de la mirada goyesca a la España de Carlos IV y Fernando VII con un Franco a punto ya de morir, tejiendo un aguafuerte que funde pasado y presente, en el que resalta el sello de los Disparates de Goya. Otras opta por novelar peripecias más recientes, aunque imbuidas por reflexiones históricas que sustentan las ficciones: Mein Führer, mein Führer! (1975 incorpora la pesadilla del dictador alemán vivo, con la duda de que pudiera tratarse de un doble.

Memorias inéditas de José Antonio Primo de Rivera (1977), premio Ateneo de Sevilla, parte del rumor bélico repetido por Franco de que José Antonio no había sido fusilado en la cárcel de Alicante, sino trasladado a Rusia después del simulacro, y allí conversa con Stalin sobre comunismo, antes de retirarse a Méjico en pos de Trostky, cuyos escenarios comparte hasta su asesinato en 1940 por Ramón Mercader. La osadía de la pirueta asfixia su peripecia con disquisiciones de contexto. Con más acierto aborda El ingenioso hidalgo y poeta Federico García Lorca asciende a los infiernos (1980), galardonada con el Nadal. Rojas aprovecha el monólogo interior del personaje para destilar su visión del mundo en la espiral interminable de la muerte: sus recuerdos y pasiones, sus amistades y el sentido profundo de su obra. El relato se desdobla en la semblanza de un Lorca aterrado que permanece escondido en casa de los Rosales, mientras el mundo lo cree muerto, y que se niega a abandonar aquel refugio, por considerar nuestra época ajena a lo que fue la suya.

Conversaciones con Manuel Marià (1983) rescata la aventura de las brigadas internacionales en un viaje a través del tiempo acompañado por uno de sus supervivientes. Su novela poemática El jardín de las Hespérides (1988) concierta los trágicos destinos de Velázquez, Lorca o Dalí en un sueño creativo para desembocar, ya en nuestro siglo, con dos libros de una contundencia desusada, que cruzan referencias históricas y literarias: Puñeta, la Españeta (2000), articulado a través de 17 densas cartas dirigidas a 4 jefes de Estado, 4 dirigentes, 4 profetas, 4 creadores y a Sabino Campo sobre el 23-F. En sus páginas aborda con profusión de recursos los orígenes del nacionalismo vasco, las faltas de ortografía de Franco, la farsa falangista del entierro de Unamuno o la colección de pelis porno de Alfonso XIII. Despiadada memoria (2002) recoge su repaso memorial de lecturas y vivencias, depuradas de cautelas: así el hijo secreto del selvático cardenal Pedro Segura con Pepita Ferns, a quien casó con su hermano Vidal, o la pareja de retoños clandestinos que tuvo el obispo Eijo Garay con una abadesa de ojos verdes.

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