Diario de León
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nacho abad
León

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A lgo de ti abandona la pista de asfalto con el vuelo que pierdes. Ese asiento que no ocupas y quizás nadie use en esta ocasión para cruzar el océano Atlántico. Pero tú ya estabas allí, esperando a la salida de una cinta sin fin una maleta maltratada por los portadores de equipaje. Ellos son hombres fuertes y tu maleta no tiene corazón. Y ahora coges un tren que no existe en dirección al distrito más céntrico de un sueño que no has tenido. Hay semáforos que brillan con un color inusual para ser septiembre. No tienen demasiadas horas los días en esta isla urbana. Y tampoco hay tantas peleas en los callejones como habrías deseado evitar. Y eso que en alguna ocasión oíste hablar de pulpos agonizantes y barbas largas con las que se tendían puentes que salvaban ríos. Los ríos son siempre metafóricos, porque cuando uno se asoma sólo ve en realidad agua sucia, ramas y ningún cadáver. Los ríos somos nosotros, que mires cuando mires, siempre sonamos igual. A reloj parado y ventilador que ha sobrevivido a otro agosto. Todo esto para decir que no he podido coger ese vuelo, y ahora mismo hay alguien en ese asiento que no soy yo, aunque lo más probable es que ese asiento esté vacío y a la salida de la cinta sin fin que deja los equipajes no quede nadie esperando una maleta llena de ropa, libros gastados y tabaco, porque ya nadie fuma en las ciudades, ni en los trenes interurbanos, ni en los vestíbulos de los hoteles. La gente ya sólo fuma en las escaleras de emergencia de la planta de oncología, porque fumar es ya lo mismo que escribir poesía, perder vuelos, o mirar desde un puente un río. Los ríos son reales porque son metafóricos, pero los puentes siempre son imaginarios. En especial los de esta ciudad. Ciudad sin límites, ciudad infinita: yo te he vencido, yo que no llegué nuca a ti. ¿Cómo he podido no estar en una ciudad que nunca se acaba, que nunca duerme? Sólo puede estar siempre despierta si yo estoy allí, porque cuando yo no estoy ya has desaparecido, y yo sueño con un avión cruza el Atlántico hacia ti. ¿Sabes que no llegué a embarcar? Lo hice sólo para que descansaras. Un río a cada lado de la isla, que parecen un sólo río. Como nosotros, el que llegó y el que esto escribe. Buenos noches, ya me despido. Dormid bien los dos.

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