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Publicado por
nacho abad
León

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T uve hace años, cuando era obrero en una cadena hotelera, un compañero que estaba en el comité de empresa y que no se atrevía a defender nuestros derechos porque aquello cabrearía a los jefes. En las reuniones con la dirección medía cada una de sus palabras. Tenía miedo a ser reivindicativo y no condescendiente. Cuando se lo reprochábamos, nos decía que los sindicalistas no tenían por qué morder la mano que les daba de comer. Si hubiera sido escritor, diríamos que se autocensuraba, pero como era camarero, le llamábamos cobarde. Autocensura es un término inventado en alguna redacción para descargar la responsabilidad de la propia cobardía, cuando en realidad no es otra cosa que dejarse vencer por el miedo.

La semana pasada Pérez-Reverte publicó un artículo para denunciar que algunos de sus colegas más jóvenes, «de los más brillantes de su generación» se pensaban dos veces usar algunas palabras ante el temor de ser linchados. Linchados, aclaro, digitalmente. Algunos declinaban incluso tratar ciertos temas. Para mí, por mi experiencia, la cobardía y la estupidez suelen darse a la vez, en las mismas personas. Así mismo los escritores a los que admiro son inteligentes pero también valientes: su oficio es arriesgar. La literatura que hemos heredado sobrevivió a campos de concentración, a tiranos, inquisidores, a la ceguera de las religiones, asesinos de masas, al poder y sus mentiras. Escribir ha sido siempre arriesgarse a decir lo que no se debe decir, lo que cualquiera de los poderes no quiere que se diga. ¿Y las mentes más brillantes de mi generación tienen miedo de algunos insultos en las redes sociales? Esto tiene que tratarse de una broma. Si un amigo me confesara que no trata ciertos temas por miedo a que le insulten, le recomendaría que buscara otro oficio, aunque su actitud, con toda probabilidad, le diese mucho éxito en algunos medios. ¿No será que sus amigos son en realidad, don Arturo, unos pobres chicos asustados? Cobardes y estúpidos. Cabe preguntarse cómo ha llegado usted a pensar que eran los más listos de la clase, cómo han llegado ellos a ser columnistas de prensa. Yo también me pregunto cómo aquel camarero que sólo era capaz de representar a su propia cobardía se sienta ahora en la ejecutiva de un poderoso sindicato.

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