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El maestro en su olivar
EL MIÉRCOLES 14 SE CUMPLIÓ MEDIO SIGLO DEL FALLECIMIENTO EN SU CASA DE CHAMARTÍN DEL PATRIARCA DE LA FILOLOGÍA RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL (1869-1968), APENAS A CUATRO MESES DE ALCANZAR EL CENTENARIO. divergwente
D urante sus últimos tres años, un ataque cerebral padecido en 1965 lo había alejado de la actividad investigadora y reducido a la recepción de los postreros galardones. En León estuvo en 1959, inaugurando el congreso internacional del centenario de San Isidoro. Repetía el viaje lingüístico de comienzos de siglo, cuando con su equipo de investigadores recorrió los campos del leonés hablado, buscando documentos en los archivos y anotando palabras y construcciones expresivas para poner las bases de un estudio del leonés, que consideraba pilar esencial de la lengua española.
En 1903 había anunciado su proyecto a Unamuno, ocupado por razones distintas en estudiar el habla de los aldeanos salmantinos occidentales, y después de recibir una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios, fijó en su monografía El dialecto leonés (1906) los datos disponibles sobre la variedad leonesa del español. Una vez publicada, remite una encuesta minuciosa a los alcaldes de las zonas hablantes rurales del leonés e implica a diversos conocidos en su rescate escrito. De ese impulso surgen los Cuentos en dialecto leonés , del carrizano Cayetano Álvarez Bardón, con cinco ediciones a partir de la primera de 1907.
El último vínculo de don Ramón con León no llegó a cuajar, a pesar de los anuncios de su sobrino arquitecto Luis Menéndez Pidal, quien le dispuso una tumba en la colegiata de Arbas. Su dilatada peripecia está estrechamente vinculada al desarrollo de su obra, hasta el punto de que puede trazarse una equivalencia entre ambas. «Su vida es su trabajo: la obra», apuntó el historiador soriano exiliado Ángel del Río. Nacido en La Coruña, estudió un bachillerato ambulante, siguiendo los destinos del padre magistrado. En 1883 ya está en Madrid, en cuya facultad recibe el magisterio de Menéndez Pelayo. Catedrático de filología románica en 1889, se doctora y luego de una fugaz etapa canovista, el encuentro con Giner en El Pardo lo conduce al redil institucionista, donde ya conjuga para siempre una prosa y vida austeras, como si volviera de un entierro: siempre de traje oscuro, corbata y sombrero, lo mismo en el trabajo que trepando un risco.
Con su mujer, María Goyri, compartió el viaje de novios recogiendo romances. Como la mayoría de los institucionistas, no fue don Ramón hombre de tertulias, ni aficionado a los toros o variedades: espacios que Américo Castro califica de «sitios inmundos». De ahí, su reproche al maestro Menéndez Pelayo, «descuidado hasta la negación de la higiene»: borracho, putero, con zapatillas, sabañones, roña, cochambre y ventanas cerradas. El universo que venían a ventilar los institucionistas. Por eso, aceptó la invitación de Castillejo para instalarse en 1925 en el Olivar de Chamartín de la Rosa. Se hizo una vivienda amplia de estilo regionalista en la cuesta del Zarzal 23, rodeada de olivos centenarios y arropada por jaras y romero traídos de la sierra de Guadarrama. Su estancia son tres mil quinientos metros, lindantes con los veinte mil de la fundación Castillejo; la adquirió en 1984 la fundación Areces y se conserva como en tiempos de don Ramón. Se visita los jueves a las doce del mediodía.
Interior y jardines conservan toso el empaque: la biblioteca, la sala de investigadores y el archivo del romancero, situado en el sótano. Este archivo fue declarado tesoro nacional por la república y viajó con las pinturas del Prado a Ginebra, de donde volvió después de la guerra. Ahora la cuesta del Zarzal se llama Menéndez Pidal; situada cerca del Bernabéu, donde otras de las parcelas de olivar distribuidas por Castillejo entre sus amigos, para hacerse residencias, han desaparecido, como las de Dámaso Alonso e Ignacio Bolívar. Ya en los cincuenta se vendió una parte del olivar centenario para albergar a los americanos que vinieron a la base de Torrejón.
Al estallar la guerra, la cuesta del Zarzal se convierte en lugar de fusilamientos, haciendo imposible vivir allí. Decide su salida de España con Marañón la semana de Navidad, dejando en Segovia a su hija Jimena con Miguel Catalán. Llevan con ellos a Gonzalo, el hijo historiador, casado en el Quinto Regimiento. Les conduce hacia el puerto de Alicante un nieto anarquista de Ganivet. Allí retienen un día a la familia Pidal, por la edad militar de Gonzalo, antes de dejarles salir para Marsella. De Marsella a Burdeos, «condenado al trabajo efímero de conferenciante», antes de recalar en Cuba, donde permanece cuatro meses y es investido honoris causa por la universidad de La Habana. A veces pasea por el malecón con Juan Ramón Jiménez y con su discípulo Chacón, antes de saltar a Nueva York, donde lo acoge Federico de Onís, gran estudioso del fuero de León.
En 1938 Menéndez Pidal continúa en Columbia, tratando de avanzar su Historia de la Lengua Española sin papeles, y en agosto ya está en París, donde lo visita Azorín. Allí permanece hasta su regreso a España en el verano de 1939. Cuando alcanza su casa de Chamartín, tiene 70 años y se propone revisar sus trabajos. Todavía publicará unas cuantas obras importantes, sin cejar en la tarea tutorial con nuevos investigadores que recurren a su magisterio. En junio de 1941 el ministerio de Educación lo destituye como director de la Academia de la Lengua, en la que había ingresado en 1901, siendo elegido director en 1925; ponen en su lugar a Pemán, ordenando la expulsión de Bolívar, Alcalá Zamora, Navarro Tomás, Díez Canedo, Madariaga y Blas Cabrera. La Academia incumple las expulsiones, aunque don Ramón deja de asistir a sus sesiones hasta ser repuesto como director en 1947, función en la que permanece hasta su muerte.