Diario de León

De nuevo el paisaje berciano

EL viaje del vierzo. Cuaderno de friburgo (1988-2018) Valentín Carrera Fotografía Anxo Cabada. Diputación de León, Instituto Leonés de Cultura, León.

Publicado por
nicolás miñambres
León

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N o hay duda de lo oportuno de esta reedición: el tiempo cambia la vida y hace todo distinto. Ya en la edición original, la Presentación apuntaba hacia el tono poético y metafórico de la obra: «El viaje del Vierzo es un libro escrito en la frontera de los sueños, en algún lugar del universo al que solo se puede llegar por camino de cerezas y amapolas».

En el Prólogo, José María Merino explica que se trata, al cabo de casi treinta años, de una versión de la obra, carente ahora de algunas negritas y algunas variantes léxicas, como «ondina» por «sirena». En el libro abundan las reflexiones de un pasado romántico, un presente idealizado y un futuro, descrito desde el pasado, en el capítulo 1. «Al partir…». Su desenlace, después de haber sido armados caballeros los autores, es muy evocador: «Nuestras armaduras están hechas del material con que se fabrican los sueños, así pues, ya nada podrá detener El Viaje del Vierzo por la frontera».

Así, la literatura se refleja en Las Montañas Negras («emblema de la república del Vierzo: Carbonilandia»), evocadas con palabras míticas de Lovecraft: «Un laberinto ciclópeo, la ciudad blasfema del espejismo, aquel maldito portento, mole preternatural». Pero esta visión se observa también al hablar de los caballos, compañeros de viaje, casi humanizados: «Los caballos son nuestros niños y como tales, tenemos que mimarlos y cuidarlos».

Algo parecido ocurre con las flores, casi en tono se prosopopeya: «Así, a tropezones de flores y luto, miel de uvas y amargo de genciana, se hizo la historia, sin culpa ni perdón, y ahora siguen aquí instaladas la barbarie, el desdén y el abandono». Y no faltan en la evocación los ríos y las aguas, alma natural de estas tierras. O el recuerdo de María («cándido pajarillo, enferma de amor, huyó del claustro y vagó perdida por los montes de Cornatel») con la presencia en el pasado del filósofo Mario Rosso de Luna y la imagen de los míticos templarios.

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