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JORGE EDWARDS ESCRITOR

«Soy un optimista sin remedio»

LIBROS «En el populismo actual veo una vuelta a la división entre buenos y malos, entre correctos e incorrectos»

pedro puente hoyos

Publicado por
miguel lorenci
León

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D isidente innato. Así se define Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) genial memorialista, narrador, diplomático indómito y orgulloso de seguir siendo ‘Persona non grata’. Exembajador de Chile en Lima, París o La Habana, Premio Cervantes en 1999, le tildaron de fascista e infiltrado de la CIA por contar las verdades del castrismo. Vuelve a sus años de formación con Esclavos de la consigna (Lumen). Es un fresco generacional en el que no deja títere con cabeza y por el que desfilan Nicanor Parra, Neruda, Allende, Jodoroski, Donoso o Faulkner.

—Escribir memorias, ¿es hacerse trampas?

—Es el género literario más arriesgado por definición. Recuerdas cosas muy inconvenientes, y si no las escribes no eres memorialista. Lo frecuento porque en mi juventud fui lector de prosistas de genio que planteaban conflictos, como Unamuno, Rousseau y Montaigne, el más amable y simpático de todos, que aclara que escribe ensayos pero no ofrece soluciones. Como yo en Esclavos de la consigna . Está mi memoria, a la que trato de ser fiel. Quizá lo consiga en parte, aunque la memoria lo lleva uno por vericuetos imprevistos y tiene un elemento de sorpresa continua.

—Dice que hay que escribir contra todo. ¿También contra uno mismo?

—No. No hay que ser incondicional de nadie, y menos de uno mismo. Hay que mantener el espíritu crítico alerta y ser fiel a ti mismo. Poder decir me gusta esto de fulano y no me gusta esto otro. La incondicionalidad es como la beatitud ante la Iglesia.

—¿Tiene mejores enemigos que amigos?

—Los enemigos importantes hay que elegirlos muy bien. Tenerlos de baja estofa no es bueno. Yo he tenido enemigos poderosos, pero también amigos fabulosos, de Graham Greene a Arthur Miller, Robert Styron, Neruda y Octavio Paz.

—¿Es Jorge Edwards un disidente eterno?

—La disidencia es consustancial en mí. Innata. Quizá defina mi manera de ser y de escribir. Fui alumno de un jesuita, Alberto Hurtado, un hombre de orden, un intelectual beatificado hoy. Daba religión y nos pasaba las pruebas de la existencia de Dios, de Aristóteles y de Santo Tomás. Fui instintivamente disidente. Me reía de él y lo imitaba con quince años. Me prohibió leer al blasfemo Unamuno, un enemigo de la Iglesia, y lo leí de punta a cabo y con pasión. Hurtado y Unamuno han sido mis maestros. He mantenido la disidencia unamunina y el espíritu crítico.

—¿Hay algo que le esclavice?

—Amo la vida, y todo lo que tiene de atractivo me esclaviza. Me gustan las mujeres bonitas y el whisky etiqueta negra. Me ha esclavizado la buena vida, pero he tratado de no ser jamás esclavo de la consigna. Lo he conseguido, hasta cierto punto, gracias a un profundo amor por la libertad.

—Impera el populismo ¿Corren malos tiempos para la libertad?

—En el populismo actual veo una vuelta a la división entre buenos y malos, entre correctos e incorrectos. Ese maniqueísmo tajante es retrógrado.

—¿Sigue orgulloso de ser ‘Persona non grata’?

—Desde luego. Cuando tradujeron mi libo al francés lo titularon Persona non grata en Cuba . Batallé lo inenarrable para que quitarán la coletilla de Cuba. ‘Persona non grata’ es una expresión universal.

—¿A quién admira por no someterse nunca a las consignas? -

—A mi amigo Martín Cerda, estupendo ensayista y gran hispanista disidente frente al franquismo. Quizá a Octavio Paz, que también fue un gran amigo al final de su vida.

—Ante todo, ¿qué le irrita?

—La gente que habla mucho y no dice nada. Es una especie muy abundante que vive del cuento. El último se me cruzó anoche y se lo dije a la cara.

—¿Dónde está hoy su corazón ideológico?

—Cuando me quieren definir como un converso que se pasó de la izquierda a la derecha digo que siempre he sido de izquierda. Y eso significa no creer todo. Examinar las cosas y no ser incondicional es básico.

—¿Qué vale la pena leer hoy?

—Los clásicos. Hoy y siempre. Son mi refugio. Leo mucha poesía y me gustaría que los jefes de Estado la leyeran. Su complejidad, su autonomía, los órdenes internos de la poesía deben ser comprendidos. Y no es fácil. Ojalá los gobernantes leyeran cosas difíciles como Góngora o la segunda parte del Fausto de Goethe.

—Se define como un poeta que escribe en prosa.

—Neruda leyó un poema mío y se mantuvo en silencio con cara de gran resignación. Le reclamé su parecer y me dijo que era muy buen prosista. Fue cruel.

—Neruda también le aconsejó que escribiera pero no mostrara ‘Persona non grata’

—Si viviera todavía me estaría diciendo que no lo publicara. Era un censor. Su ideología transformaba la gente en censor.

—¿Es hoy optimista o pesimista?

—Soy un optimista sin remedio. No pienso en la muerte.

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