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Novedad editorial

«Una sociedad se estudia por sus crímenes»

Francisco Pérez Caballero publica ‘Insólito’, un ensayo sobre sus investigaciones más célebres. La RAE define insólito como algo extraordinario y fuera de lo común. Ese es precisamente el campo de análisis en el que vertebra su nuevo libro Francisco Pérez Caballero «Es un error ir por la vida creyendo que estamos rodeados de certezas. A diario suceden cosas que no podemos explicar»

El periodista madrileño Francisco Pérez Caballero en la redacción de Cuarto Milenio

Publicado por
CRISTINA FANUL/DIARIO DE LEÓN
León

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Francisco Pérez Caballero es hijo de Pérez Abellán. Se le nota. Por varias razones. Para empezar porque no se conforma con las respuestas fáciles ni evidentes. Al contrario de lo que hace la mayoría, él duda y la duda le ha llevado a indagar y descubrir historias que, de otra manera, seguirían invisibles. Es el caso del conocido como el Jack de Almería, un asesino que acabó, al menos con diez mujeres y cuya identidad se desconoce, o la de otro criminal, más silencioso si cabe que el anterior, el radón, o el caso de la ataxia de la Costa da Morte, una mutación genética que provoca una enfermedad neurodegenerativa. Paco Pérez Caballero ha reunido estas y decenas de historias más en Insólito, un libro en el que demuestra que en este mundo sigue habiendo miles de universos que, a pesar de parecer increíbles, deben ser revelados.

—¿Qué te enseñó tu padre sobre periodismo?

—Mi padre me hizo comprender que se puede estudiar una sociedad por los sucesos que ocurren en ella. Son un reflejo de los problemas y preocupaciones, de las perturbaciones, y un gran indicador para obtener el nivel de respeto y convivencia. En el mundo globalizado, los crímenes cada vez se parecen más, los móviles son similares, pero los detalles siguen dibujándonos con precisión. Se puede fingir en muchos aspectos de la vida, pero nunca en el crimen. Mi padre era el que más sabía de la crónica negra de nuestro país. Y era un periodista excepcional, que no se arrugaba ante nada ni ante nadie. Desde mi punto de vista, como profesional es insustituible. Y era, además, muy buena persona. Es difícil encontrar gente así. Estoy muy orgulloso de él.

—Cuáles de los sucesos que has investigado de ha golpeado, conmovido o interesado más.

—He tenido la suerte de participar en varios programas de alto nivel. En el de Teresa Campos pude seguir la actualidad y vivir en primera persona el desarrollo de los crímenes del Asesino de la Baraja, por ejemplo, antes de que supiéramos que se trataba de un asesino en serie. Fue apasionante enfrentarse a cada uno de sus crueles actos y asistir al jucio, en el que incluso llegué a cruzarme con el asesino. También pude estar cerca de Tony King. En Cuarto Milenio, además, he podido bucear en la historia y aproximarme a enigmas como el crimen de los Galindos, los asesinatos de Jarabo o el horrible crimen de los Alexander en Tenerife. En Insólito recojo algunos crímenes olvidados y sorprendentes, como la masacre de la Pobla de Ferrán, donde un vecino acabó con todos los niños del pueblo menos uno; el asesinato de una presunta bruja a manos de una turba que marcó para siempre a una familia, que aún hoy es recordada como los queimavellas (los quema viejas) o la investigación de una serie de muertes en Almería, causadas presuntamente por un émulo de Jack El Destripador que nunca fue atrapado.

—¿Qué nos enseñan estos casos acerca de la naturaleza humana?

—Mucho. Nos ayudan a identificar los comportamientos previos al crimen y, por lo tanto, a ponernos a salvo. Es fundamental entender qué lleva a un ser humano al crimen para poder trabajar en la prevención. Y en la criminología no valen los eslóganes. En nuestros días se habla mucho de la educación, por ejemplo, que es fundamental. Pero no podemos engañarnos, por mucho que nos esforcemos, por muy buenos que sean los padres y los planes de estudio, nunca lograremos erradicar el mal de nuestras sociedades. Hay personas que son capaces de sacrificar a sus semejantes para lograr sus objetivos. Y siempre las habrá. No se puede educar al monstruo. Pero podemos ayudar a construir una comunidad más solidaria, que pueda detectar las amenazas de manera precoz y combatirla en grupo, con contundencia, entendiendo que la salud de la sociedad es también la de cada uno de nosotros. Cualquier reacción contra la violencia, me parece positiva. Pero no debemos entregarnos a quimeras: el mal está ahí y hay que combatirlo. Todo esto y mucho más se puede aprender acercándose a la verdad de cada caso, fijándose en los detalles.

—La humanidad se ha vuelto radical en la defensa de que lo único que existe es lo que se puede ver y tocar.

—Creo que es evidente que hay un interés en mantener un pensamiento único y lineal. No interesa que el individuo busque sus propias respuestas porque eso significa ponerlo todo en duda. En nuestra sociedad, se trata de no remover demasiado las cosas. Lo mejor es darlo todo por supuesto. Y, de hecho, no creer en nada tiene muy buena prensa, resulta lo más cómodo porque en seguida se recibe el aplauso general. Sin embargo, es obvio que no tenemos todas las respuestas. De hecho, cada vez que hablo con un científico de máximo nivel me queda la sensación de que trabajamos con hipótesis razonables. Un gran experto en una materia te podrá decir: «estamos razonablemente seguros de que esto podría ser así…» Sin embargo, cuanto menos conocimientos específicos se tiene, más fácil es soltar con rotundidad un: «esto es así». Y si, acuciados por las dudas, nos atrevemos a preguntar por qué, nos contestará sin temblar: «porque sí». Ante esta actitud, lo mejor es retirarse. Yo, como periodista, no trato de convencer a nadie. Solo de transmitir la información. Pero creo que es un error ir por la vida creyendo que estamos rodeados de certezas. A diario suceden cosas que no podemos explicar. En todos los ámbitos.

—¿Qué te han enseñado tus investigaciones como periodista?

—Sobre todo a respetarlo todo, con humildad. Como sabes, yo provengo de la crónica negra. Y cuando entré en Cuarto Milenio, me tocó encargarme también de temas muy variados, y lo hice desde la misma óptica periodística. Por ejemplo, tuve que entrevistarme con personas que decían haber visto un fantasma, lo que no era nuevo para mí dado que había estudiado a muchos asesinos que aseguraban que los espectros de sus víctimas volvían para atormentarles. El vampiro de Dusseldorf, por ejemplo, se levantaba por la noche a enterrar a sus víctimas porque decía que se le aparecían. Hay quien dice que puede ser el remordimiento pero, ¿un asesino despiadado puede padecer semejante agobio? En mi libro anterior, Inexplicable, contaba el caso de un asesino que huyó a África y llevaba una buena vida y lo vendió todo para regresar a España y enterrar a su víctima porque, según decía, le perseguía. Incluso llegó a tener un accidente de tráfico porque se presentó en medio de la carretera. Fue detenido y confesó con una condición: que buscaran el cuerpo de su víctima y lo enterraran. Los fantasmas existen, no lo dudes. La cuestión es si provienen de nuestro interior, y es una manera que usa nuestra mente de comunicarnos algo, o nos son ajenos y son un remanente de energía o cualquier otra cosa. Es imposible saberlo con certeza y cada caso es distinto. De todas formas, el libro se llama Insólito por una buena razón y es que engloba todo lo que se sale de lo ordinario: héroes que se juegan la vida por el semejante, crímenes asombrosos, apariciones en la carretera, premoniciones, los misterios de nuestro código genético, milagros, amenazas invisibles como el radón, experiencias sobrecogedoras y, por supuesto, fenómenos que parecen sobrenaturales y que no soy yo quién para decir lo que son.

—¿Alguna vez, al investigar algún misterio, has llegado a la conclusión de que hay fuerzas que están más allá de nuestras posibilidades científicas?

—Para mí es evidente que hay muchas cosas que no alcanzamos a comprender. Eso no significa que no lleguemos a hacerlo, al menos parcialmente, en el futuro. La ciencia siempre está en movimiento y también debe estarlo el pensamiento. Ser taxativo, desde mi punto de vista, es un error. No hay nada malo en defender un punto de vista. Pero es recomendable pensar que tal vez estemos equivocados. Lo hemos estado muchas veces a lo largo de la historia. Y en asuntos realmente importantes.

—¿Hay zonas en España más propicias para el misterio?

—En general, el misterio está presente en todas partes. Lo que ocurre es que hay rincones de España donde se respetan mucho más las tradiciones y no se han olvidado de cómo nos sentíamos y de cómo nos comportábamos hace no demasiado tiempo. Es palpable, por ejemplo, en Galicia. Pero también en Andalucía y Extremadura, por ejemplo. Y hay partes donde el misterio está dentro del círculo de lo privado. En este mundo tan tecnológico, parece que da pudor hablar de lo que sentimos, de lo que experimentamos. Y a veces pretendemos ignorarlo. Como si no hablar de ello significara que no existe.

—Las historias humanas también tienen mucho de insólito, como el caso de las hermanas que salvaron a cientos de judíos ¿Qué tienen en común las personas que arriesgan su vida para ayudar a los demás? No hay nada más insólito que eso.

—Estoy completamente de acuerdo. Las hermanas Touza ayudaron a las personas que huían de la persecución nazi con naturalidad. No concebían que hubiera otra posibilidad. Tenían capacidad para salvar decenas de vidas, ¿qué iban a hacer? Es verdad que ponían en juego las suyas pero ¿cómo no ayudar? En nuestra sociedad actual, lo extraño es arriesgarse por el semejante. Y estas personas lo dieron todo sin dudar, sin esperar nada a cambio y sin contárselo a nadie. Los descendientes de las hermanas Touza, por ejemplo, descubrieron que habían salvado a más de 500 judíos bien entrado el siglo XXI y por casualidad. Su historia es apasionante.

—¿Da más miedo el mal terrenal o el sobrenatural?

—Sin duda el terrenal. El ser humano es capaz de ser malvado hasta límites insospechados. Lo que ocurre es que cuando nos enfrentamos a algo que no podemos comprender, tiemblan nuestros cimientos. Darse cuenta de que no lo tenemos todo controlado puede ser turbador.

—Después de tantos años, tienes más o menos fe? ¿Qué le dirías a un ateo?

—No le diría nada porque no soy quién. ¿Qué sé yo? Ser ateo es lo que se estila en estos tiempos. Es lo moderno. Sin embargo, yo siempre he tenido la sensación de que hay algo por encima del ser humano. Algo que nos envuelve y nos sobrepasa. Pero si uno está seguro de que no hay nada, de que somos como electrodomésticos que un día se apagan sin más, ¿cómo moverle de esa posición? Le envidio la certeza. Ya te digo que no lo sé, solo son sensaciones. No podemos estar seguros pero, ante la duda, ¿qué prefieres creer? Es tu elección. ¿Prefieres creer que hay esperanza, que nuestra vida tiene algún sentido, que formamos parte de algo inmenso que no comprendemos? ¿O prefieres creer que somos casualidades, perdidas en un universo fruto del azar, camino de ninguna parte, que algún día se irán como han venido?

—Uno de los capítulos que más me han impresionado es el del descubrimiento de la ataxia en la costa da Morte.

—Es impactante. Es una enfermedad degenerativa que solo se ha podido diagnosticar a 150 personas en todo el mundo. Y la inmensa mayoría está en una zona muy concreta de la costa da Morte. De hecho, solo hay casos en este lugar y en una remota aldea de Japón. La enfermedad se identificó hace solo unos años y comenzó una apasionante investigación en la que han participado los propios enfermos, y que ha conseguido retroceder en el tiempo hasta una minúscula aldea, Campo do Curro, donde pudo originarse la mutación.

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