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EL PRÓXIMO MARTES 15 SE CUMPLEN 60 AÑOS DEL FALLECIMIENTO EN MADRID DE CARLOS MORLA LYNCH (1888-1969), ESCRITOR Y DIPLOMÁTICO CHILENO A QUIEN DEDICÓ FEDERICO GARCÍA LORCA SU LIBRO POETA EN NUEVA YORK. divergente

El chileno Carlos Morla Lynch, gran amigo de Lorca y de Cernuda

El chileno Carlos Morla Lynch, gran amigo de Lorca y de Cernuda

Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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D e familia ilustrada, hijo de diplomático y hermano de escritoras, conservador y políglota, Carlos Morla Lynch acompañó al padre en sus destinos europeos, así como en Japón y en Estados Unidos, donde expiró. Ya en 1906, Carlos ingresa en el ministerio chileno de Asuntos Exteriores y permanece en ese ámbito diplomático hasta que, una vez casado en 1912 con la hermosa Bebé Vicuña (1892-1961), un presidente amigo de la familia (Arturo Alessandri) lo nombra en 1920 primer secretario de la embajada de Chile en París. En París, Carlos y Bebé mantienen abierto un salón donde reciben y hacen amistad con escritores, como Cocteau, músicos como Milhaud, Falla o Stravinski y pintores como Picasso (muy atraído por Bebé) o el japonés Foujita.

En 1928 se trasladan con disgusto a la embajada de Madrid, donde no congenia con el embajador Rodríguez Mendoza, quien al cesar en Madrid envía al ministerio chileno un informe duro con los Morla, señalando a Carlos como un mal funcionario que «nunca prestó colaboración alguna». A pesar del airado aterrizaje (atizado por el duelo de la dramática pérdida de su hija Colomba, a quien García Lorca dedicará en 1929 la sección Canciones para niños de la segunda edición de su libro Canciones ), enseguida la efervescencia de aquel Madrid en ebullición los iba a convertir en cómplices de una aventura cultural deslumbrante, que los estudiosos califican como Edad de Plata, especialmente en su vertiente literaria. Al recalar en Madrid, Carlos y Bebé dejan de compartir dormitorio para llevar cada cual su vida, siempre bien avenidos y en íntima concordancia.

Su casa se convierte en salón de recepciones discreto, libre y siempre concurrido para «los elegidos y puros» mencionados por Lorca en su Oda a Walt Whitman. Precisamente, Federico va a ser su mejor cómplice y amigo, una vez que Morla se encuentra con su poesía en el Romancero gitano y decide buscar al autor. Carlos, músico de vocación, arrulla con música algunos de sus versos y Lorca dedica a su hijo Carlos una composición del Poema del Cante Jondo (1931). Pero su complicidad no se limita a los pasos de salón. Madrid dispara en Morla las andanzas callejeras en busca de jóvenes camareros, limpiabotas o maletillas que le sacudan el tedio. Siempre había llevado un diario desde joven, pero las páginas en que registra su amistad con el torero Gitanillo de Triana (1904-1931), y la angustia con que vive sus últimos meses, desde que resulta cogido el 31 de mayo de 1931 en Madrid por un toro de Pérez-Tabernero, hasta su muerte el 14 de agosto en el hospital, muestran la crónica de un hombre enamorado y abatido por la fatalidad.

Federico y Cernuda van a ser sus amigos más íntimos en Madrid. El diario se tituló En España con Federico García Lorca. Páginas de un diario íntimo (1928-1936) y tuvo una primera edición de Aguilar (1958), manipulada, rehecha y con podas que sacrificaron cien páginas de confidencias. Aunque tampoco la reciente edición de 2008, que suma 650 páginas, prescinde de rodeos y recovecos al abordar una relación que resuelve mediante confidencias de ambigua significación: «Qué a gusto me siento con él, unidos ambos en ‘la verdad’ del paisaje, confiándonos ‘la verdad’ de lo que sentimos y ‘la verdad’ de lo que pensamos». También Cernuda acudiría al salón de Morla con Serafín Ferro («la serpiente que llevo, hace tiempo, enroscada a mi corazón») para hacerle celestino de sus celos rabiosos. En el salón de Morla se baila cuando no hay «ropa tendida» y el diplomático viaja a Salamanca o Cuenca con Lorca, así como con Cernuda a Segovia.

Pero tampoco es Morla el único viajero de la casa. Su mujer Bebé Vicuña de Morla se arranca hasta el Cantábrico con Gerardo Diego, dando vuelo al cotilleo de Salinas con Guillén: «Gerardo enamorado, pero no de su novia, sino de otra». Gerardo Diego trasladó aquellos amores gongorinos con Bebé Morla a la Fábula de Equis y Zeda (1932), corporeizando la fábula mitológica. Y tampoco parece que fuera la única excursión de la bella diplomática. Pero anfitriones tan audaces también sabían ponerse repipis, cuando así convenía. Lo hizo Morla junto a Marañón, en el estreno de Don Perlimplín con Belisa en su jardín (1933), al levantarse escandalizados de sus asientos cuando aparece el viejo con sus cuernecitos de oro, después de la desastrada noche de bodas. Y lo hicieron ambos anfitriones en su salón, echando mano de histriónicos gestos, en la lectura por parte de Federico de su obra El público (1930), cuya representación teatral se iba a demorar más de medio siglo, hasta 1986.

Aquel esplendor de Madrid lo apagó brutalmente la guerra civil, que alojó en dependencias de la embajada chilena a más de dos refugiados. En su sede de Prado, pero también en las alquiladas de Castellana, Santa Engracia, Reforma Agraria y en domicilios particulares diplomáticos. El embajador Núñez Morgado abandonó Madrid en 1937 y también se alejó hacia París Pablo Neruda, quedando como encargado Carlos Morla, que recoge en su diario España sufre (2008, 840 páginas) aquellos años de angustia y quebraderos en el afán de conseguir protección y comida para tantos refugiados. Entre otros, los escritores falangistas Ros, Sánchez Mazas y Alfaro. Terminada la guerra, acoge en la embajada a dieciséis republicanos, entre ellos los escritores Pablo de la Fuente, Arturo Soria, Antonio Aparicio y Santiago Ontañón. En 1939 Morla fue trasladado a Berlín, luego a Suiza (1940-47), Suecia (1947) y Países Bajos (1950), para regresar ya jubilado a París y, desde 1964, a Madrid, donde murió.

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