el territorio del nómada |
Un donjuán tenaz
EL VIERNES SE CUMPLEN VEINTE AÑOS DE LA MUERTE DE ADOLFO BIOY CASARES (1914-1999), EL ESCRITOR ARGENTINO QUE DURANTE ALGÚN TIEMPO PASÓ POR SER UNA INVENCIÓN MÁS DE BORGES. EN 1990 RECIBIÓ EL PREMIO CERVANTES. divergente
A dolfo Bioy Casares pertenecía a la oligarquía agro ganadera argentina y en ese ámbito de complicidades el nido de la revista Sur, promovida por las hermanas Ocampo, le sirvió para establecer, ya en 1931, relación con Borges y después para casarse en 1940 con Silvina Ocampo (1903-1993), la menor de las seis hermanas, pero once años mayor que él. Una leyenda porteña atribuye aquel matrimonio a la influencia de Marta Casares, la madre de Bioy, que vivía una relación apasionada con Silvina y entendió que aquel arreglo era la mejor coartada para seguir cerca alimentando el romance. Pero Bioy no iba a resignar su vuelo de donjuán a semejante acomodo, distraído con la pasión por el tenis y los viajes europeos. Un par de años después de la boda inicia una relación amorosa con Genca (Silvia Angélica), que es hija de una hermana de Silvina: «Fuimos amantes y empezó para mí un largo período de querer mucho, de ser muy querido, de vida atareada, con tenis a la mañana, amores por la tarde, más lectura y escritura puntualmente cotidianas, como atestiguan mis diarios y libros de la época».
Para entonces, Bioy ya había superado su primera fase de titubeos juveniles y de profuso escritor «extravagante», alcanzando con La invención de Morel (1940) su mayoría de edad literaria. Fue un proyecto intuido durante uno de sus retiros campestres y luego madurado en reiteradas veladas con Borges. La idea de una máquina que sea capaz de reproducir imágenes para todos los sentidos será su germen y en la historia del náufrago paranoico y seducido por un fantasma se esconde el giro radical de la narrativa de Bioy Casares, que en este caso Borges califica en el prólogo como «perfecta». La previsión del futuro se atisba en la cruda y radical interrogación al porvenir. Aquel mismo 1940 publican conjuntamente Bioy, Silvina y Borges una Antología de la literatura fantástica; al siguiente colectan una Antología de poesía argentina ; y a continuación, los relatos policiacos de Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), que ya firman con el seudónimo de Bustos Domecq. Tanto Bustos como Suárez Lynch, su otro seudónimo, proseguirán la complicidad en relatos de índole policiaca, en guiones de cine y en sucesivas antologías, tanto de ficciones de género como de artículos y ensayos satíricos. De ahí, que esta trayectoria conjunta reciba como contraseña la marca Biorges, una alianza donde supuestamente Bioy templa la fantasía borgesiana y Borges impulsa la prosa de Bioy. Su último libro autobiográfico Borges (2006) verá la luz ya póstumo con el legado de los miles de veladas compartidas hasta que la irrupción de María Kodama en la vida de Borges interrumpió la costumbre de cenar juntos cada día durante décadas.
Después de su éxito con La invención de Morel, Bioy prosigue en Plan de evasión (1945) el enfoque fantástico con la novela epistolar que cuenta la vivencia del joven Nevers a principios de siglo en Cayena, donde un gobernador alucinado experimenta con los cerebros de los prisioneros a su cargo, confundiendo sus sensaciones al ofrecerles una libertad fingida que únicamente está en su imaginación. Para despedir la década, Bioy publica su primer volumen de relatos realmente redondo, La trama celeste (1948), y emprende (París, 1949) quizá la más sonada de sus aventuras de donjuán, la que mantuvo durante veinte años con Elena Garro (1916-1998), la escritora mejicana casada entre 1937 y 1959 con Octavio Paz..
Las cartas de Bioy desvelan una pasión que más allá de la cacería del conquistador: «Sabes que hay muchas cosas que no hicimos y que nos gustaría hacer juntos. Recuerda lo bien que nos entendemos, cómo nos divertimos y cómo nos queremos…Debo resignarme a conjugar el verbo amar y repetir que nunca quise a nadie como te quiero a ti, que te admiro, que te respeto, que me gustas, que me diviertes, que me emocionas, que te adoro». Tres años después de conocerse, Bioy le escribe a Japón, en cuya embajada mejicana trabaja entonces Octavio Paz: «Eres mágica, la única diosa que he conocido». Todo acabó tras la matanza de Tlatelolco (1968) y por una cuestión de felinos. Garro le pidió a Bioy que se ocupara de sus gatos, porque tenía que irse de Méjico, y se los envió por avión a Buenos Aires. Después de tenerlos unos días en casa, Bioy los llevó a una de sus quintas campestres. Garro se lo reprochó abruptamente («se me secó el amor»), después de reconocer su gran amor por Bioy: «la más feliz aventura de la creación».
Última etapa
Simultáneamente a estas pasiones, Bioy recorre la etapa más valiosa de su literatura, cuyos puntos álgidos marcan las novelas sucesivas El sueño de los héroes (1954), Diario de la guerra del cerdo (1969) y Dormir al sol (1973), en un giro hacia la realidad argentina cada vez más patente, aunque sin conseguir a la postre figurar entre los autores capitales del boom latinoamericano, porque su perfil de ningún modo encajaba en el arquetipo de escritor comprometido y vanguardista. El sueño de los héroes había incorporado a la fantasía en estado puro y casi geométrica de La invención de Morel la panoplia porteña de puñales, amores y tangos de nocturnidad que recrean el viejo mito criollo del hombre solo y valiente que se juega la vida en un lance de arrabal. En Diario de la guerra del cerdo la sátira irónica convierte en ficción el conflicto generacional, que únicamente puede ser esquivado mediante el sortilegio del amor, capaz de rejuvenecer al mundo. Dormir al sol contiene otra reflexión más sobre el científico loco y sus manipulaciones para alcanzar la felicidad. En este caso, mediante el trasplante entre humanos y perros, con el señuelo de mejorar las relaciones de pareja.