Veintitrés viajes de emociones

E l libro, compuesto de veintitrés relatos —escribe Miguel Ángel García Bañales en el Prólogo—, son veintitrés viajes de emociones». Es verdad, o al menos esa es la sensación que he tenido como lector. Dentro de la variedad de enfoques, subyace en todos ellos el asunto de las relaciones humanas en diversas variantes y circunstancias: el valor igualitario de la educación que nos hace más libres, la lucha por la dignidad del trabajo, el a veces doloroso trance de la defensa de las ideas, historias de una guerra que dejan las secuelas en que se implica la Memoria Histórica, con el testimonio, por ejemplo, del fusilado que no murió, las luchas mineras, huidas, desencuentros, acusaciones, amores, antiguos oficios, soledad… Y es que, en el contexto de fondo de los relatos, hay ciertos temas que los impregnan: «Lo mismo que el hambre —leemos en uno de ellos— el miedo es un pozo oscuro e insondable al que nunca se ve el fin. Pero a diferencia del hambre, localizada en la boca del estómago, el miedo está en el aire». En esta línea algunos de estos relatos especialmente son de gran intensidad narrativa y emocional. Sobre todo porque muchos personajes, envueltos sin duda con algunos ropajes de ficción, son reales en situaciones y circunstancias igualmente reales, con apuntes esporádicos, pongamos por caso, a Valderas —allí nació la autora— y su toponimia. Nada tiene pues de extraño que, entre los valores de la obra, podamos hablar de recuperaciones léxicas.

Se trata, en fin, de cuentos breves y sencillos que, aderezados por la manifiesta sensibilidad de la autora, provocan una manera directa de contar. Eso sí, recreando muy bien el ambiente y estructurando con precisión y claridad el desarrollo de? cada uno de estos cuentos.