el territorio del nómada |
Indómito y arisco
EL JUEVES SE CUMPLIERON DIEZ AÑOS DEL FINAL PREMATURO DE JOSÉ MIGUEL ULLÁN (1944-2009), ABATIDO POR EL CÁNCER. UN POETA QUE SUPO EVOLUCIONAR CON ORIGINALIDAD E IRONÍA, DESDE EL ARRANQUE SOCIAL DE SUS PRIMEROS LIBROS, HACIA FÓRMULAS EXPERIMENTALES QUE ACTIVARON EL RESCATE DE OTRAS AVENTURAS EXPRESIVAS DECAÍDAS O EN OLVIDO. divergente
U llán nos dejó una obra deslumbrante y plural, agitada a veces con apremio por la urgencia de las transgresiones. Cómo no evocar la belleza admonitoria del poema Ambasaguas, sobre el encuentro del Tormes con el Duero a los pies de Villarino de los Aires, su pueblo, en aquellos versos: «Lo que el Tormes de día soñaba / por la noche del Duero fluía». Sus inicios salmantinos coincidieron con la irrupción de Aníbal Núñez (1944-1987), también relegado del lanzamiento comercial de los Novísimos, como nuestro Antonio Colinas. Martínez Sarrión cuenta en sus memorias la mediación que le solicitó Castellet con Ullán, entonces prófugo en París, y su respuesta airada y desabrida al compadreo. Los muñidores de aquel experimento de comercio poético eran conscientes de que podían prescindir en su colecta de casi cualquier nombre, menos de Ullán.
Por eso, García Hortelano, Ángel González, Gil de Biedma y el propio Castellet, integrantes del cortejo, envían sucesivas encomiendas a Ullán, que sólo consiguen incrementar su irritación. Al final, los promotores de la antología tendrán que conformarse con una guarnición de líricos cartageneros, maragatos, ilicitanos y albaceteños que acompañe a Gimferrer, ya entonces entorchado con el precoz laurel del Premio nacional José Antonio Primo de Rivera 1966 por Arde el mar. La antología resultó una olla «con más Azúa que Carnero», en ocurrente calambur de Ángel González. Ullán, que llevaba cuatro años prófugo en París huido de la mili, nada tenía que ver con aquella macedonia de emuladores.
Su trayectoria poética, desde los primeros seis libros que reúne en Antología salvaje (1970), supone una enmienda resuelta y acerada al conformismo. Una obra radical y cumplida que acucia el afán incesante de mudanza. Un legado poético plural y diverso, urdido a partir de su increíble manejo de la lengua nutricia de los Arribes, que es la veta que fecunda toda su creación, desde la etapa inicial de poesía comprometida a los hermetismos finales, con leves pausas de reflexión en estancias de alianza luminosa. Se había estrenado con dos libros en 1965 (El jornal y Amor peninsular ), cuando se movía en la órbita inconformista que agitaba Agustín Delgado desde Claraboya. En el interior de su voz de protesta ya anidaba la semilla del habla fronteriza de los Arribes, que pudo ser erróneamente entendida como réplica charra de Gabriel y Galán, aunque muy dispar era su tono: el mismo mestizaje raigal e insumiso que aguas un poco arriba del Duero imprimía a sus versos el zamorano Justo Alejo (1935-1979).
El año de su huida publicó en El Bardo Un humano poder (1966), de paso hacia un destierro que prolongó diez años. Mortaja (1970), que aparece en México, refleja la amargura testamentaria del alejamiento. En París dirige las emisiones culturales en español de la radio pública, mantiene activa corresponsalía con publicaciones del interior y participa en los cursos que imparten Pierre Vilar, Barthes y Goldmann en la Escuela de Altos Estudios. Su poemario Cierra los ojos y abre la boca (1970) ve la luz en Canarias, oscilante entre el amor y la costumbre. Dos años después, Maniluvios (El bardo, 1972) supone una reflexión radical sobre la poesía, que enmienda a los planteamientos de su primera etapa. Propone olvidar el convencionalismo y escoger vías de riesgo: «No nos engañemos: no se escribe para la inmensa mayoría». Semejante certidumbre no descalifica que la poesía minoritaria también cumpla una misión subversiva mediante su manejo de la palabra.
En 1976, Ullán vuelve a España y el retorno lo lleva a cumplir tres meses de mili tardía en Canarias, antes de convertirse en protagonista de la información cultural durante la década de la movida. Primero trabajó en Guadalimar , revista de artes plásticas donde lo relevó Andrés Trapiello. Luego dirigió y presentó programas en la tele única y en Radio Nacional, fue subdirector de Diario 16 , donde fundó el suplemento Culturas , y adjunto a la presidencia del grupo. Más tarde, columnista y colaborador de El País y Abc. En ese recorrido por los medios, incluso llegó a ser irónico comentarista de una edición del concurso musical eurovisivo. Creo recordar que aquella que concluyó con la barca nacional encallada en último lugar. Sus obras del retorno fueron Frases (1975), libro singular en la órbita de Rimbaud, que enriquece su lectura proyectando una frase sobre un contexto no funcional y con apoyo de la fotografía; De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado (1976), que deconstruye a Góngora, y Alarma (1976), iluminado con serigrafías de Sempere.
Los libros poéticos con artistas plásticos constituyen un apartado elocuente de su expresión: Saura, Brinkmann, José Hernández, Quetglas, Chillida, Palazuelo, Vicente Rojo, Tàpies, Miró, Sicilia, Long, Cuevas y Broto son sus cómplices en esta vertiente. También participa en obras con músicos: Carlos Pellegrino y Luis de Pablo. Tras Soldadesca (1979), que recoge su ajuste de cuentas con el ejército, aparece Manchas nombradas (1984), donde convierte sus textos surgidos en alianza con una imagen plástica en náufragos elocuentes de la página. Ardicia (1994) y Ondulaciones (2007) fueron las compilaciones de su obra cautivadora, capaz de conciliar en un mismo texto materiales tan diversos como la jerga y los estereotipos poéticos. Siempre alerta ante las convenciones. Para Octavio Paz fue una de las voces más personales y rigurosas de la poesía en español.