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«No pertenezco a la secta de los tristes»

l Mestre publica ‘200 gramos de patatas tristes’, primer libro en gallego del escritor villafranquino en el que aborda su niñez. entrevista

rubén cacho

León

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U na foto en blanco y negro, de aquellas que hacían fotógrafos ambulantes por los colegios en los años de posguerra, con niños aplicados posando con un material de papelería que no existía en las aulas y grandes mapas de España como decorado, ilustra la portada de 200 gramos de patatas tristes, primera incursión en gallego de Juan Carlos Mestre. El autor de La bicicleta del panadero reivindica una infancia no exenta de miserias, pero a la que se acerca sin nostalgias. El escritor villafranquino, una de las voces más comprometidas del panorama literario actual, evoca a los personajes inocentes y humildes, pero nunca secundarios de su vida y, en definitiva, de la Historia. Mestre sigue pensando que «la bicicleta de la esperanza lleva mucho más lejos que el automóvil del miedo». En este libro habla de los suyos.

—¿No le parece que ‘200 gramos de patatas tristes’ es un título que acongoja?

—No hay congoja donde habita la emancipación de toda servidumbre. No pertenezco a la secta de los tristes, sino que formo parte de la gran asamblea de los que han hecho de los sueños y la memoria la causa de su vida, una pequeña pero tan digna tarea como es la de todos aquellos que aún pensamos que la lucha por los derechos civiles a la felicidad esta vinculada a la expresión artística de nuevas formulaciones críticas y cuanto pudiera ser la búsqueda de la verdad y lo justo. Acaso en las palabras aún perviva, frente a los actos de fuerza, el encargo de defender y reafirmar la dignidad humana ante la ferocidad de los mercados que pretenden reconvertir la condición civil y libre de las personas en alienados y meros clientes. Resistirse a la congoja es apostar radicalmente por la sonriente esperanza de un porvenir no regido por los mezquinos intereses personales de las oligarquías financieras. La utopía política de la justicia social avanza junto a las palabras que enuncian, recuerdan y se suman a la belleza ilegal que, ante la oscuridad del mundo, supone siempre el trabajo artístico, la música, el teatro, la fotografía, la literatura…

—¿Hay un recorrido por territorios del pasado?

—La infancia es el territorio definitivo de este libro. No una mirada nostálgica sobre el inexistente paraíso perdido, sino una memoria activa que intenta reconstruir con su testimonio cuanto pretendió ocultar la miserabilidad del olvido como doctrina vergonzante de los residuos del Estado autoritario. En estas paginas están mis amigos, la gente que quise y que me quiso, los borrados en su humildad, los únicos héroes civiles que yo reconozco como tales, las gentes sencillas que sostuvieron con sus manos desnudas el universo de la esperanza, los que nunca reconocidos lucharon por el respeto a la condición humana, los inocentes y humildes sabios que nunca se sentaron a la mesa con los poderosos, personas para quienes 200 gramos de patatas tristes fue la única heredad bajo el cielo de la necesidad y lo injusto. Hablo de los míos, hablan los míos, es la viva luz de los míos, y no hay otro cuento en este libro que intenta escuchar el latido de los pobres desde el corazón de la tierra.

—¿Que pregunta no se le puede hacer nunca a un poeta?

—Como a cualquier otra persona puede preguntársele todo lo que alguien desee saber, aunque el poeta sabe poco, yo diría que nada la mayoría de las veces fuera de sus propios poemas, y esta bien que así sea. La poesía se resiste al saber, no sabe más que lo que ignora, en todo caso intuye cosas, las imagina, pero no las sabe, y está bien que así sea.

—¿Que hay de la lírica en la actualidad?

—De todo hay en la viña de internet. Voces extraordinarias y balbuceos equivalentes a la nadería, ese creciente prestigio de la basura, pero a nadie puede reprochársele la falta de talento, se tiene o no se tiene, eso es todo. Cada cual hace lo que puede, no lo que desearía y anhela. Ahora bien, no se puede escribir sin antes haber leído, sin hacerse cargo de lo que ya han hecho otros; y eso que en el ámbito de la ciencia es una obviedad, en el de la literatura pareciera no serlo tanto. Da la impresión de que últimamente algunos escriben como si la historia de la literatura hubiera comenzado ayer por la noche, y eso conduce al adanismo, al rotundo simplismo, a la bobería sin limites. De todos modos, aún en su condición de silenciados por los comisarios de la cultura, hay mucha gente maravillosa escribiendo libros literalmente extraordinarios, luminosos, desafiantes y renovadores, plenos de encantamiento y desafiante porvenir.

—Habla siempre de desclasados y desheredados, de la clase obrera o de los silenciados… ¿Le ha costado algún disgusto ser tan sincero?

—Ninguno, en un mundo lleno de sufrientes, de víctimas morales, de represaliados, de gente humillada por su condición de clase y de genero, de expatriados, de injustamente presos, de desterrados económicos, de perseguidos políticos, de hambrientos y desesperados, de solos y masacrados, sería obsceno quejarse por el simple roce de una molestia.

—¿La música y la pintura le dan lo que no le da la literatura?

—Todo lo que he hecho en mi vida lo he hecho sin esperar nada a cambio, e inútil sería hacerlo de otro modo. Hace mucho tiempo que comprendí que la única posibilidad de mi vida estaba vinculada a los procesos imaginarios de la creación, y ese es un lugar donde no cabe esperar nada fuera del resultado, mejor o peor, del propio trabajo.

—En la literatura echa en falta…

—La literatura construye una voluntad de ser, la que a mi me interesa ha estado siempre vinculada al proyecto de la repoblación espiritual del mundo. Hacemos hasta donde alcanza el esfuerzo de nuestra inteligencia, no se puede pedir más de lo que cada cual puede ofrecer, poniendo en juego con honradez su imaginación y el desafío ético que implica toda conducta humana,

—¿Que le pediría al ministro de Cultura?

—Nada, a un ministro se le debería dar por supuesto el conocimiento de las necesidades de su país, y el empeño y capacidad para resolverlas; y en caso de que no fuese así, solo cabría decirle: hasta luego señor ministro.

—¿Qué se puede hacer contra la ola ultraderechista que pretende invadirnos?

—El fascismo ha muerto, derrotado irreversiblemente por la democracia, y yo no creo en las resurrecciones. Cuanto queda de sus adherencias en nuestros días no es más que la peste de su macabra ideología, el espectro siniestro de cuanto fue su catástrofe, que solo condujo al sufrimiento y la muerte de centenares de miles de compatriotas. Decía Pier Paolo Pasolini que inculto es aquel que ha perdido todo respeto por la condición humana, y quienes ahora añoran aquellas tinieblas del pasado no son más que eso, una panda de incultos cadáveres ideológicos que, fuera ya de la historia con su criminal cinismo, no tienen lugar alguno en el proyecto del porvenir humano.

—¿El cambio climático es poco poético?

—Es el gran desafío, la mayor responsabilidad política y social de nuestros días. No hay posibilidad de imaginar el futuro sin un cambio radical respecto a la sostenibilidad del planeta, frenar de inmediato el deterioro ambiental, poner coto a la usura y rapiña de las multinacionales y acabar con su impunidad frente a la explotación abusiva de los recursos naturales, que han hurtado a lo colectivo como propiedad exclusiva y privada de sus mezquinos intereses. Si la poesía es la conciencia invisible del mundo, no lo es en menor medida su alianza con la preservación de la naturaleza y los otros seres vivos para los que hemos convertido el planeta Tierra literalmente en un infierno.