Diario de León
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nacho abad
León

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Al motor le sonaron las tripas y el coche se paró. «No son formas de dejar a uno tirado en mitad de un bosque», pensé. Se hacía de noche y eso me gustaba. Una vez, de niño, tuve miedo y desde entonces quiero volver a tenerlo. Me echaron del trabajo y me compré una máquina de escribir. Mi chica se fue un miércoles y no volví a verla. Ese día puse un folio en el carro y tecleé su nombre. Lo más poético que he hecho en mi vida fue creer en Dios. Llovía. Tampoco sabía rezar. Mi padre me enseñó a construir trampas para capturar pájaros y me dijo que así nunca pasaría hambre. Nadie me enseñó cómo se mata a un pájaro. En el suelo del bosque encontré una carta escrita en otro idioma y me inventé lo que decía. «No quiero volver a verte mañana ni ayer». Cuando veraneábamos en las ciudades mi chica quería visitar todos los museos. Yo prefería la sección de ultracongelados de los supermercados. Los focos del coche se apagaron lentamente, como dos ojos con sueño, y me quedé dormido. Mi hermana me dijo que había encontrado una sardina viva en un zapato, y no la creí. Ojalá en este bosque vivan mapaches, pero no zarigüeyas. Es más difícil hacerse el muerto que morirse. Por eso todos nos morimos. Si bebes cerveza en una lavandería te emborrachas más deprisa. En París fuimos al Pompidou y al Carrefour. En Sapporo hicimos la colada y el amor. No conozco a nadie que lleve la cuenta de todos los calcetines que ha dejado viudos. Mientras dormía en el coche, pasó un mapache, pero no lo vi. Mi madre me enseñó a atarme los cordones y me dijo que así nunca pasaría vergüenza. Nadie me enseñó a rezar. En Guanajuato perdimos un vuelo y un calcetín. Escuchar el tictac del reloj es una pérdida de tiempo. A ella le gustaban los cementerios. Yo prefería los aparcamientos. Cuando se acaba la infancia empieza la fatalidad. La gente que cree en los ovnis nunca ha visto una nave espacial. Ni una nave de Homero los que creen en la poesía. Nunca llegué a conocer Querétaro porque mi chica y yo nos quedamos dormidos. Por nuestra habitación, aunque no lo vimos, pasó un mapache. Yo hubiera preferido una zarigüeya. Es más fácil hacerse el muerto que el dormido. Mi abuelo no me enseñó a pescar, pero me regaló una sardina. Estaba viva cuando la dejé en el zapato de mi hermana.

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