Lucha por la supervivencia

S e cuentan muchas historias en el Sur del Mundo. La tristeza de un niño ante una ballena muerta muy cerca de Puerto Montt y el ofrecimiento que hace al narrador de la concha de un caracol marino muy preciado. «Pégala a tu oreja y la ballena de hablará», le dice. «Así lo hice. Y bajo el cielo gris del Sur del Mundo una voz me habló en el viejo idioma del mar».

Cuenta la ballena blanca «de color luna», Mocha Dick, que se desplazaba por el ancho canal que separa la isla Mocha de la costa, en la región chilena de los lagos, su historia –soledad, solidaridad, silencio en la profundidad del abismo marino, odio también, por qué negarlo-, relacionada con el hombre –el ser «menos apto para vivir en el mar»- y la lucha que con él entabla. «Los hombres son la única especie que ataca a sus similares, y no me gustó lo que aprendí de ellos». Nada le gusta, por supuesto, la actividad de los balleneros, «hombres llegados del mundo de la ingratitud y de la codicia», tan pequeños y qué enemigos tan implacables. Nuestra gran ballena blanca se había ganado el odio de los balleneros «y hasta ofrecen recompensa a la tripulación que te mate», le dijeron los delfines. No es difícil adivinar que las precauciones la obligaron a cambiar de hábitos. Tampoco lo es saber cuál fue su final.

A uno se le antoja pensar cuánto tiene de alegoría o fábula de amor por la naturaleza esta hermosa y breve novela «para jóvenes de 8 a 88 años», según reza la propia portada, que, sin perder la línea de cierto realismo, nos conduce por caminos mágicos llenos de fascinación. Con un conocimiento del medio, de las ballenas y sus clases, de su lucha por la supervivencia, la obra, trazada en breves capítulos, sigue hablando y manteniendo la brillantez narrativa de Luis Sepúlveda. Prosa limpia dentro de una línea de sencillez, concisa y precisa, rica en todo momento, llena de sugerencias. Una vez más, es un placer su lectura.