Diario de León

Gatopardismo en el mundo económico

l Josep Fontana da las claves del desarrollo económico capitalista. El historiador Josep Fontana viaja a los orígenes del capitalismo en su obra póstuma, Capitalismo y democracia 1756-1848, donde afirma que fue en esa época cuando se gestó el «engaño» social por el que los gobiernos elegidos favorecen los intereses económicos de las grandes empresas

El historiador barcelonés Josep Fontana

El historiador barcelonés Josep Fontana

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josé oliva
León

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. Considera Josep Fontana (Barcelona, 1931-2018) en su obra, que mañana martes estará en las librerías, que «los gobiernos que hemos elegido entre todos porque prometían velar por nuestro bienestar han acabado convirtiéndose en cómplices tolerantes de un proceso que favorece el enriquecimiento de un grupo reducido a costa de la mayoría y que engendra con ello una sociedad cada vez más desigual».

Contra quienes justifican las actuales y crecientes desigualdades como fruto de «procesos económico-políticos inevitables y lógicos», Fontana recupera «la rica diversidad de proyectos alternativos que, con el nacimiento del mundo moderno, apostaron por un crecimiento económico generado desde abajo y por una nueva sociedad más igualitaria». El historiador denuncia que esas tramas paralelas fueron «obviadas u ocultadas» por el relato historiográfico oficial, que favoreció «una alianza entre un capitalismo de matriz burguesa consagrador de la propiedad y la desigualdad, y un sistema político asegurador del orden y el control social gracias a una ilusión de libertad democrática».

La recuperación de ese pasado alternativo debería ayudar, según Fontana, a mejorar nuestra interpretación de lo sucedido dos siglos atrás, facilitando la crítica y la comprensión del momento presente, como ya apunta en el subtítulo del libro, «Cómo empezó este engaño».

La estrategia de ese capitalismo inicial era, según relata Fontana, «arrebatar la tierra y los recursos naturales a quienes los utilizaban comunalmente y liquidar las reglamentaciones colectivas de los trabajadores de oficio con el propósito de poder someterlos a nuevas reglas que hiciesen posible la expropiación de gran parte del fruto de su trabajo». Sostiene el historiador que ese desarrollo «no se produjo como consecuencia natural de la evolución de la economía, sino que se impuso desde los gobiernos, mediante el establecimiento de leyes y regulaciones que favorecían los intereses de los expropiadores» e imponiéndolas con «medios de represión».

A su juicio, «el progreso imparable del capitalismo se ha desatado de nuevo a partir de las últimas décadas del siglo XX y prosigue en el siglo XXI, en una evolución que recuerda la que se desencadenó entre 1814 y 1848, pero ahora con una ambición mayor». Fontana analiza en esos primeros años las políticas de expropiación de las tierras comunales que en el caso de España ocasionó intentos de recuperación que se prolongaron hasta bien entrado el siglo XX, como en las reivindicaciones de los campesinos de Extremadura en la II República, o en Navarra, con la pugna por la titularidad de las corralizas comunales, un elemento de enfrentamiento a comienzos de la Guerra Civil de 1936».

Desmiente el autor el protagonismo exclusivo de los burgueses en la Revolución Francesa: «El mito del burgués revolucionario como motor del progreso de la humanidad ocultaba que la nueva sociedad burguesa, que había acabado con las distinciones entre los hombres por motivos de nacimiento, se basaba en la estratificación, la de la propiedad y la riqueza, que reservaba la gestión política, empezando por el derecho a voto, a quienes disponían de un cierto nivel de riqueza». El proceso, añade Fontana, triunfó en Francia con revolución, pero también en Inglaterra sin revolución, porque «la consolidación de un sistema político basado en la representación de la propiedad convenía tanto a la aristocracia como a la burguesía».

La división internacional del comercio surgida del triunfo británico sobre la Francia napoleónica propició el desarrollo de la industrialización «ligado indisolublemente» al aumento de la esclavitud, que culminó en los siglos XVIII y XIX, durante los cuales salieron de África 13 millones de esclavos. Denuncia Fontana que «una de las más grandes mentiras» de la historia oficial del capitalismo es su papel en la lucha por el abolicionismo, cuando «el progreso de la industrialización habría sido imposible sin los esclavos».

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