Cuando los protagonistas son microbios
l El biólogo Raúl Rivas revista mitos en ‘La maldición de Tutankamón’. letras con ciencia los detectives de bata blanca han desvelado que la maldición de Tutankamón tenía más que ver con unos microbios que con una condena mágica, que los vampiros eran tuberculosos y que los ángeles no curaron a algunos soldados americanos sino una bacteria.
N o hay ninguna civilización sin misterios. Hoy y siempre, la mayoría han tratado de ser resueltos con leyendas que ayuden a la humanidad a explicarse lo inexplicable. Actualmente, gracias a los avances en el conocimiento y la investigación, son los científicos quienes desvelan los secretos del universo y diluyen algunos de los mitos más populares. Esos detectives de bata blanca han desvelado que la maldición de Tutankamón tenía más que ver con unos microbios que con una condena mágica, que los vampiros eran tuberculosos, que los ángeles no curaron a algunos soldados americanos sino una bacteria o que Napoleón bien pudo perder la guerra contra los rusos porque sus tropas estuvieron en el momento y en el lugar inadecuados.
Raúl Rivas, doctor en Biología y profesor de Microbiología en la Universidad de Salamanca, ha decidido formar parte de ese ejército que suaviza o aclara las leyendas. El maestro charro ha recurrido a su espíritu de divulgación para escribir sobre protagonistas microscópicos en La maldición de Tutankamón y otras historias de la Microbiología (E. Guadalmazán) sin desear la muerte de los fábulas.
«Nos gusta el misterio, nos gustan las leyendas; tenemos ese puntito. Por eso, estas historias han tenido repercusión», reconoce Rivas sobre la popularidad de las historias imaginadas frente a la explicación científica. Así se hizo popular Tutankamón, un faraón menor en Egipto que es reconocido en todo el mundo por la supuesta maldición que ejecutó durante los años siguientes a quienes abrieron su tumba en 1922. A la sucesión de muertes de algunos de aquellos excavadores siguió la interpretación mágica. Hoy, el principal sospechoso no es el joven africano o sus sacerdotes sino los Aspergillus. Según la teoría más aceptada, los hongos sepultados hace 3000 años salieron a la superficie al abrirse las diferentes habitaciones del centro funerario y acabaron de manera progresiva con las defensas de algunos miembros del equipo de Howard Carter.
No se trata de un proceso de revisión histórica. La tarea de Rivas no es enmendar la plana a quienes soñaron con soluciones mágicas para resolver enredos. «Es injusto enjuiciar un hecho concreto en la historia desde el conocimiento que tenemos hoy en día. Hay que ponerse en el siglo XVII, XVIII o XIX y con el conocimiento y desarrollo médico y sanitario de la época», puntualiza antes de señalar un ejemplo clarificador. Durante la Guerra de Secesión en Estados Unidos, los médicos comenzaron a observar que las heridas de algunos soldados brillaban con un tono azulado y que esos militares sanaban, en general, antes que el resto de sus compañeros. Las tropas llamaron a aquella milagrosa ayuda ‘el brillo del ángel’. «¿Qué es lo normal que pensaran? Pues que fue una intervención divina. ¿Qué iban a pensar si no? Era la explicación más racional ese momento, con todo lo irracional que nos puede parecer hoy en día», reivindica el doctor en Biología. Y el tiempo refrenda su reflexión porque hasta 140 años después no fue resuelto el misterio. Fueron unos estudiantes quienes ahondaron en la hipótesis de que el causante fuera la bacteria Photorabdus luminescens en combinación con los gusanos nematodos en un año de inusuales cambios de temperatura y humedad. No habían sido los ángeles sino las bacterias en un cóctel de azar y las condiciones adecuadas. Pero hasta disponer de los medios y conocimientos del siglo XXI difícilmente se hubiera conocido el secreto celestial.
Rivas, quien comenzó a investigar en la Universidad de Gante sobre la simbiosis Rhizobium-leguminosa, ha recogido en su libro historias de microbiología con diferentes niveles de probabilidad y relevancia.
La derrota de Napoleón
De hecho, algunas de ellas han supuesto algo más que una anécdota en el devenir de las civilizaciones. «Se ha pensado que las enfermedades de las tropas de Napoleón durante la invasión de Rusia que fueron decisivas para su derrota tenían que ver con el frío. Lo que ocurrió es que pasó por un lugar que estaba infectado y si hubieran pasado unos kilómetros al este o al oeste a lo mejor el destino hubiera sido totalmente diferente y a lo mejor ahora Rusia pertenecía a Francia», recuerda sobre esa mezcla de piojos y bacterias que frenaron el avance francés.
De manera coherente con su discurso científico, el profesor añade tras cada capítulo las referencias a los diferentes estudios en que se basa su explicación y avisa de que los futuros avances en diversos campos de estudio también podrían cambiar estas explicaciones. Pero Rivas insiste en que con el paso del tiempo la ciencia ha ido triunfando y ayudando a la humanidad. Así, se ha resuelto que los vampiros tenían más de tuberculosos que de no muertos, que en Salem no fueron brujas sino los hongos Claviceps pupurea los que atacaron a las niñas de la zona o que una bacteria es la causante de la enfermedad del legionario.
Gracias a las investigaciones de esas fábulas se pueden evitar repetir errores. Por ejemplo, en el primer mundo no se contempla la repetición de la historia de María Tifoidea, la cocinera que extendió por contacto directo la Salmonella enterica a más de 50 personas por su insistencia en seguir trabajando en los fogones. «La experiencia nos ayuda a aprender. A nadie se le ocurre entrar ahora en una tumba como la de Tutankamón sin la protección adecuada. Pero ya no solo en las tumbas sino en lugares que lleven mucho tiempo cerrados como cuevas en que pueden haber gases tóxicos o microorganismos. Estos lugares son adecuados para que crezcan hongos como los Aspergillus y que igual que inhalamos gases y tenemos algún problemilla de salud nos pueden causar un daño grave», completa Rivas. Otro misterio resuelto por los científicos por el bien de la humanidad.