Carlos Suárez: «‘Viático’ reflexiona sobre el azar y la enfermedad»
Diseñada como una serie de matrioshkas, el periodista y escritor leonés Carlos Suárez conduce en ‘Viático’, su última novela, por una historia fría, cerebral e intensa sobre el desasosiego de no saber quiénes somos.
Viático es la nueva novela de Carlos Suárez, periodista y escritor leonés que una vez más indaga en la literatura como una forma de crear mundos y submundos en un engranaje narrativo en el que no huye de la complejidad. Logra el autor tanto captar al lector que se sumerge en la novela con todas las consecuencias como escribir en libertad, sí pendiente de ofrecer literatura de primer nivel, pero sin depender de fórmulas que conduzcan a la fácil lectura.
—Una vez más en sus libros el ejercicio literario está al mismo nivel que la historia. El ejercicio literario sí que es infinito. Otra cosa es encontrar la historia que contar. En este caso, ¿cómo se fraguó esa combinación que en su caso parece una condición obligatoria?
—Podría decir que cuando comencé a escribir Viático pretendía escribir un thriller, una novela de crímenes en serie, pero no sería cierto, entre otras cosas porque Viático pretende ser mucho más que un thriller, ir más allá. La idea inicial era escribir una reflexión sobre el azar y la enfermedad y fue después cuando tomó la forma de thriller, cuando se abrió paso la oportunidad de utilizar los elementos de la novela negra –el asesino, las víctimas, el móvil, los medios, la oportunidad– para hablar del azar, la enfermedad, el dolor, la muerte... Lo del ‘ejercicio literario’ del que hablas supongo que es «marca de la casa». No concibo la literatura sin preocupación por el lenguaje, sin ambición literaria. No sé si es una ventaja o una maldición, pero en mi caso es inevitable.
—Por lo que se ve hay una condición entre temas, por decirlo igual mal resumido, universales y el tiempo, para ir y volver sobre ellos. Realmente, igual para explicar los hechos y entenderlos o interpretarlos tiene que ser así. En su caso, aunque estemos en la ficción, ¿entender la existencia requiere de todo ello?
—La literatura lleva siglos hablando de lo mismo: la vida, la muerte, el amor, el azar, la soledad, el sufrimiento. No vamos a inventar ningún tema nuevo, pero quizá sí encontrar formas distintas de hablar de ellos. La intención de Viático es reflexionar sobre la enfermedad, la muerte, el dolor…, pero hacerlo de manera distinta, con una trama de intriga que atrape al lector. No hay ninguna razón para que una novela sea aburrida si puede no serlo. Creo que en muchas ocasiones la buena literatura desaprovecha la oportunidad de ser más atractiva para el lector y que la novela de intriga (negra, policiaca, como quiera que la llamemos) malgasta la oportunidad de ir más allá, de hacer una reflexión más profunda sobre la vida.
—¿Por qué entra la muerte tan directamente en sus historias?
—Creo que es una oportunidad para reflexionar. En la novela policial, detectivesca, negra, hay siempre un cadáver y habitualmente se tiende a centrar la atención en responder a una sola pregunta: «¿quién es el asesino?». Sin embargo, hay otras muchas preguntas que pueden hacerse: «¿Quién era la víctima?», «¿Por qué ha muerto; por que él o ella y no otro?». En La muerte zurda y en Una mujer en Pigalle la pregunta principal no era quién era el asesino. En ambos casos se reconstruía la vida de la víctima. El tema central era la identidad. Viático trata de responder a esa otra pregunta: «¿Por qué ha muerto, por que él o ella y no otro?», «¿Por qué unos enferman y mueren mientras otros siguen vivos y sanos?». Es una reflexión sobre el azar y la enfermedad.
—Parte importante de la novela está narrada en primera persona por los personajes, que se dirigen al lector. ¿Por alguna razón elige ese estilo, que por otra parte es tan difícil?
—Sí. Quería contar así la mayor parte de la historia: con las voces de tres personajes, y con un reto añadido, sin explicitar qué personaje está narrando y conseguir a la vez que el lector sepa en todo momento quien está hablando. No sé si es por deformación profesional, pero de alguna manera los periodistas somos bastante escépticos respecto a lo que se llama verdad. Sabemos por experiencia que difícilmente hay una verdad incontrovertida, única. Solo hay versiones distintas de los hechos, incluso antagónicas e incompatibles. Lo estamos viendo en la guerra de Ucrania. Quizá por eso tiendo a presentar los hechos desde el punto de vista de los personajes. La utilización del narrador omnisciente que cuenta una historia pasada me parece hasta cierto punto engañosa. El narrador sabe todo lo que ha sucedido pero hurta, escamotea al lector fragmentos de la historia como único modo de mantener la intriga. Una novela contada por los personajes permite mantener la intriga sobre esas partes de los hechos que ninguno de los personajes conoce. Es en cierto sentido más «honrada» con lector.
—Da la sensación de que ha pasado poco tiempo entre tu última novela y esta. ¿Cree que hay en ti ahora un estado como escritor en el fluye todo más?
—Sí. La impresión es cierta. Han pasado solo ocho meses desde la publicación de Vermeil, pero la explicación es simple. Viático es, en realidad, anterior. Iba a publicarlo una editorial de Sevilla, pero se cruzó la pandemia y quedó varada allí durante dos años hasta que Mira Editores decidió recuperarla y finalmente ha podido llegar a los lectores. Independientemente de esto, es cierto que tras 30 años escribiendo creo haber adquirido cierta pericia o instinto que permite ahorrar tiempo. Ya no escribo y pulo los centenares de páginas que antes acababan en la papelera.
—¿Usted es un escritor sin territorio y a cambio tiene la posibilidad de elegir los que quiera? Lo digo por lo de ser un escritor de León, de Madrid...
—León ha dado dos de los grandes «territorios» de la literatura en castellano: la Región de Juan Benet y la Celama de Luis Mateo Díez. En mis novelas, sin embargo, el territorio no es algo fundamental. Las dos últimas –Una mujer en Pigalle y Vermeil– trascurren en París entre los años treinta y cuarenta, pero en la elección de la ambientación pesó más la historia que la geografía, más el momento histórico que el lugar concreto. Es verdad que ninguna de mis cuatro novelas está ambientada en León, pero no creo que eso sea relevante. Ahora estoy escribiendo una nueva novela con el título provisional de La impostora, una reflexión sobre las decisiones –pequeñas o grandes– que acaban cambiando nuestras vidas. El escenario principal es una estación de ferrocarril de la que parten decenas de vías que se bifurcan hacia destinos diferentes. Eso hace que resulte más verosímil ambientada en Venta de Baños, Monforte o Madrid, pero al final la imagen que tengo en la cabeza mientras escribo es la estación de León.
—¿Cómo lleva su parte protagonista como escritor en el mundo literario?
—Mal. Llevo mal la promoción, las presentaciones, las entrevistas. Supongo que hay gente a la que le encanta, pero a mí, quizá por timidez, no me gusta la exposición pública. Lo considero, por tanto, un mal necesario, un peaje para ayudar a que el libro llegue al lector, que es de lo que se trata.
—Y en cuanto al panorama literario, ¿no cree que hace falta algo así como relaciones públicas para poder disfrutar de alguna ventaja?
—Supongo que las relaciones públicas ayudan a promocionar el libro y lograr visibilidad, pero no son precisamente mi principal destreza. He estado siempre bastante apartado de lo que se denomina «mundillo literario». Quizá haya sido un error. Lo mismo pasa con las redes sociales. No he cuidado nunca mucho esa faceta y cada vez parece más claro que los seguidores acaban traduciéndose en lectores y en difusión.
—Las lecturas que le engancharon a los libros ¿valen para un chaval de hoy?
—Estoy un poco perdido sobre lo que leen los adolescentes y los jóvenes de hoy. En cualquier caso creo que lo importante es que empiecen a leer. La generación de mis hijas coincidió con el boom de J. K. Rowling, que hizo empezar a leer a millones de niños y niñas en todo el mundo. Luego le dieron el entonces premio Príncipe de Asturias de la Concordia, no el de Literatura –lo cual lo dice todo–, pero el hecho es que animó a empezar a millones de lectores que después pasaron a leer otro tipo de libros.
—Ya que trabaja en televisión, ¿los nuevos medios de comunicación tratan bien a los libros?
—Supongo que podríamos decir que el tratamiento es muy desigual. La prensa escrita informa razonablemente bien sobre novedades y autores y mantiene suplementos literarios estupendos. En el caso de la radio y la televisión las diferencias son abismales, y aquí voy a barrer un poco para casa como trabajador de RTVE. Los medios privados parecen despreciar olímpicamente los libros, mientras que Televisión Española y Radio Nacional tienen programas de cultura excelentes: Página Dos, Culturas 2, El ojo crítico, Libros de arena o La estación azul, y seguro que me olvido alguno.
—De un posible título, de una frase, de un inicio... ¿De dónde surge esa primera pulsión que luego da lugar a un libro?
—Creo que no existe nunca un único origen, que todo surge necesariamente de al menos dos ideas que se cruzan –que hacen click de pronto–, a veces más. En cualquier caso, la memoria es algo asombroso. Acumulas recuerdos, cosas que ves, lees, te cuentan y solo más tarde –a veces meses después de haberlo escrito en un capítulo– te sorprendes al descubrir que un personaje, una frase, cualquier cosa, el personaje, venía de ahí, de un rincón perdido de la memoria.
—Por ejemplo, ahora con la muerte de Martin Amis, ¿tener un estilo, un lenguaje... es el gran objetivo final para escribir?
—Yo no diría que el estilo es el objetivo. El estilo, el lenguaje y el mundo narrativo propios se parece más a la firma, al ADN, el material genético, algo que hace reconocible al autor, por ejemplo, en mi caso, las estructuras elaboradas, las acciones cruzadas, la alternancia de pasado y presente, el erotismo, la preocupación por el lenguaje... Si habláramos de la cara, el estilo serían los rasgos faciales y el objetivo la belleza. Esto es, escribir como Martin Amis.
—¿En qué momento literario personal se encuentra?
—Lo decía antes. He logrado adquirir cierta destreza a la hora de escribir, aprendido trucos, pero, en realidad, estoy donde siempre, donde estaba cuando empecé a escribir. Entiendo la literatura, las novelas, como una búsqueda. Uno escribe un libro tras otro buscando la novela perfecta, con la esperanza de lograr algo de esa magia esquiva de la que están hechas las obras que admiras.