Eugenio de Nora: la batalla contra el olvido
A poco menos de un mes para que termine la celebración de su centenario, Eugenio de Nora continúa aguardando que su genialidad poética sea reconocida por quienes dan asiento en el parnaso literario.
Eugenio de Nora es, con mucho, el poeta leonés más influyente en la poesía hispana del siglo XX. Se acaba de cumplir el centenario de su nacimiento y las autoridades leonesas apenas se han enterado». La reflexión de Tomás Álvarez, coordinador de la obra El oficio de cantor, recoge el lamento de numerosos intelectuales que consideran que en su reconocimiento —este año se habrían cumplido cien años de su nacimiento— ha habido «indolencia, desinterés e incultura».
El periodista y escritor, uno de los que mejor conoce el legado del poeta de Zacos, recuerda que durante dos años un grupo integrado, entre otros, por José María Merino, Rogelio Blanco, José Luis Puerto y José Enrique Martínez ha organizado actividades para recordar al literato. «Hemos editado un libro sobre él, eminentemente divulgativo; organizado actos y exposiciones, e impulsado actividades en Astorga, León y en la Casa de León en Madrid», añade. Sin embargo, se duele de que el apoyo de instituciones como la Diputación o los ayuntamientos de León y San Andrés del Rabanedo «ha sido escasos y en algún caso inexistente».
Y, sin embargo, sostiene que los versos de Eugenio de Nora reflejan una permanente declaración de amor hacia la provincia más allá del exilio en Suiza donde tuvo que huir por el chivatazo que sufrió por parte de un colega de León.
«A la par que generaba una poesía cristalina, cargada de belleza y armonía, en la que cantaba al amor, al paisaje y a España, mostró una sociedad sufriente, ansiosa de justicia y libertad», asegura Tomás Álvarez
Tomás Álvarez asegura que Nora no sólo fue un grandísimo poeta y magnífico crítico sino que se erigió como «un despertador de la conciencia y de la poesía en la España hambrienta y sufriente de los tiempos oscuros que llegaron con el golpe de estado del general Franco». Y medita acerca de que fue esa posición personal y poética la que alejó al escritor de su tierra y, paradójicamente, dio un fruto inmenso a la cultura. «Mire usted, en mi vida he tenido la suerte de gozar de la amistad de gentes de la Cultura que aman con pasión a la sociedad en la habitan; la defienden; sufren por ella. Son grandes intelectuales y grandes creadores, porque unen la labor creativa con el compromiso personal, afirma al tiempo que completa la reflexión con una frase definitiva: «Si no lo hacen, sólo son hilvanadores de palabras».
Tomás Álvarez afirma que Eugenio de Nora fue un tremendo idealista. «A la par que generaba una poesía cristalina, cargada de belleza y armonía, en la que cantaba al amor, al paisaje y a España, mostró una sociedad sufriente, ansiosa de justicia y libertad». Precisa además que al tiempo exhortó a los poetas de su tiempo a mirar directamente a la realidad, olvidándose de los ángeles y las rosas para ver «el ronco sonido de la calle».
Entre todas sus obras recomienda Pueblo cautivo, que considera una de las más interesantes por el vigor lírico y su historia de la posguerra española. Pueblo cautivo es la obra vibrante y anónima de un poeta sin nombre —asegura— que hablaba desde las filas de los derrotados; una voz testimonial cargada de dolor pero también de esperanza.
Este libro lo escribió De Nora a los 20 años y las circunstancias políticas le llevaron a firmarlo con el pseudónimo de Carlos del Pueblo. Años más tarde, hacia 1945, se reeditó con una edición clandestina impulsada por la FUE. Pero no fue hasta 1980 cuando se acabaría conociendo con certeza la autoría real de Nora. LO hizo él mismo en una entrevista a Julio Llamazares para el semanario Ceranda aprovechando su presencia en los Cursos de Verano para extranjeros de ese verano. «A partir de aquella publicación, la policía franquista buscó denodadamente a Carlos del Pueblo. En 1947 algunos de sus compañeros de la FUE fueron detenidos y condenados a trabajar en el Valle de los Caídos y ese fue el aviso para que el escritor optase por un prudente autoexilio».
Tomás Álvarez se refiere a personalidades como Nicolás Sánchez Albornoz y Manuel Lamana, esclavos del régimen en el panteón de Cuelgamuros.
«El día que muere —dice Rogelio Blanco— solo estaban sus dos hijos, José María Hidalgo y yo. Siendo premio de las Letras de Castilla y León ni había representación de ningún tipo, ni universitaria, ni provincial, ni autonómica, ni nada»...
El escritor revela que el vibrante poemario de Nora tuvo como preludio un poema de Neruda, y la edición se completó con ilustraciones de Álvaro Delgado. Además, los versos tuvieron eco internacional. Fueron reproducidos en el Romancero della resistenza spagnola de Dario Puccini y republicados por Max Aub en Sala de espera. «Sartre también intentó publicar el poemario y contactó con Neruda. En 1951 Neruda se reunió con Eugenio de Nora en París y acordaron que Paul Eluard se encargaría de la traducción. El proyecto no llegó a su fin por la inesperada muerte de Eluard, poco después», asegura al tiempo que sostiene que por el testimonio, el vigor lírico y la historia del libro, Pueblo cautivo es un texto inmortal.
También se acuerda Tomás Álvarez de su papel en Espadaña, la revista creada en León que se enfrentó al oficialismo de Garcilaso y supuso un revolcón intelectual en la España de postguerra. «Eugenio puso de manifiesto esa osadía, esa frescura desde que llegó a Madrid. Arremetió contra la poesía formalista de los escritores vinculados a la revista Garcilaso; una polémica en la que intervino en apoyo del poeta de Zacos, don Antonio González de Lama, personalidad que influiría enormemente en la vocación cultural y poética de Eugenio», explica Álvarez, que revela que tras aquel debate cuando aparece Espadaña, una bocanada de aire fresco en la poesía de posguerra. «En la nueva revista, Eugenio no sólo aportaría sus creaciones, sino también la creatividad de diversos autores amigos que se movían en su entorno».
Tomás Álvarez defiende que la cultura leonesa tiene en Eugenio de Nora a un poeta excepcional, cuya trayectoria no está suficientemente valorada por lo que él considera un «desconocimiento lamentable». Reivindica que las instituciones leonesas aprovechen el rescoldo del centenario para remediar ese desconocimiento, para mostrar con orgullo. «Habría que crear un foco de cultura y conservar el patrimonio y las huellas del autor para las generaciones futuras»..
Por su parte, Rogelio Blanco se fija en su trayectoria profesional y remacha que el escritor representa varias áreas: la docente, con textos de referencia universitarios, la epistolar, para la que se sirvió del alias Juan Martínez o Younger para no implicar a nadie, para no comprometer a los receptores., la de traductor, crítico literario y, por supuesto, la de editor en Espadaña, la revista no oficial que hizo de contrapeso a la ortodoxia representada por Vértice, Garcilaso y Escorial, tres revistas del régimen de acuerdo con los poetas arraigados, según la definición de Dámaso Alonso,que cantaban loas a los vencedores.
Huyó a Suiza cuando le advirtieron de que un colega suyo de León le había denunciado. Él se libró, pero compañeros suyos del FUE, como Nicolás Sánchez Albornoz o Manuel Lamana terminaron como esclavos para construir Cuelgamuros
Rogelio Blanco subraya asimismo al Nora sindicalista de la FUE, donde dio paso al libro de Pueblo cautivo que, según sostiene, se permitió incluso en la URSS. «Fue uno de los secretos detrás del cual estuvo siempre la policía franquista y que nunca descubrió», desvela. «Nora, que se entera de esta persecución y consigue fugarse ayudado por Dámaso Alonso, que le consiguió una plaza en la universidad de Berna.
«Como poeta, Eugenio de Nora fue el promotor de la poesía social española de la que después bebieron Otero, Celaya o Hierro», asegura. Blanco recuerda que él se define como poeta realista — «no quiere ser versificador—, una realidad que él trata de ver, explicar y hacérnosla sentir», añade. El intelectual cepedano defiende que la tarea primordial en la que se emplea Eugenio de Nora es leer la situación y contarla con rotundidad: «Fui despertado a tiros de la infancia más profunda/ pura/por hombres que en España se daban a la muerte./ Aquí y allí, por ella. ¡Mordí la tierra, dura,/y sentí sangre viva, cálida sangre humana!/Hijo fui de una patria. Hombre perdido: fuerte/para luchar, ahora, para morir, mañana»... y alaba que, frente a una «poesía azucarada, falsamente épica, adulatoria, él hizo una comprometida, arraigada y rotunda».
Una poesía realista y testimonial, honda y reconocible, un pionero apasionado en la rebeldía, para quien «vivir siempre fue resistir porque su obra no adolece de esperanza». Incluso escribió un poemario amoroso, Carmen, dedicado a su mujer, Carmen Pac Baldellou.
Al igual que Tomás Álvarez, Rogelio Blanco afirma que fue poco atento a difundir, a hacer marketing de lo propio. «Hacen falta críticos y estudiosos y él no ha tenido muchos. Fíjese. El día que muere yo acudí y solo estaban sus dos hijos, José María Hidalgo y yo. Siendo premio de las Letras de Castilla y León ni había representación de ningún tipo, ni universitaria, ni provincial, ni autonómica, ni nada. Ha faltado impulso de estudio de su literatura», lamenta y defiende que, sin embargo, el grito lacerante sobre el amor a su tierra bien hubiera merecido más estudio y conocimiento.
Por ello, el filósofo leonés se queja de que a Eugenio de Nora le tocó compartir ese doble exilio que tantos españoles sufrieron y se pregunta si el hecho de ser leonés fue uno de los factores de su falta de influencia y reconocimiento...