Diario de León

Sergio C. Fanjul: «La meritocracia es una filfa; el esfuerzo no influye en que te vaya bien»

El periodista Sergio C. Fanjul habla del ensayo ‘La España invisible’, un análisis del cambio social que ha vivido el país desde la crisis de 2008 que se ha cebado con las clases medias depauperadas y un nuevo precariado cada vez más imperceptible.

liliana peligro

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León

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Hay una gran masa de españoles a los que nadie parece ver y que, por lo tanto, no existen a efectos legales. Sin cuerpo no hay delito, podríamos decir en términos de Derecho Procesal, si no fuera porque su crecimiento pone en peligro el del capitalismo que, paradójicamente, los crea. El periodista Sergio C. Fanjul analiza en La España invisible una realidad que avanza cada día con mayor rapidez en un bucle, el de la pobreza y la precariedad, a la que asistimos con una mezcla entre la resignación y el cinismo.

—El ensayo lleva como subtítulo ‘Sobre la precariedad, la pobreza y la desigualdad extrema en nuestro país’. ¿Hacen algo las instituciones para paliar esta realidad?

—Desde el punto de vista político, creo que la cosa más importante es que el gobierno progresista de coalición se ha renovado a pesar de toda la polémica que ha habido alrededor. Siempre que hay elecciones me llama la atención cómo se habla de otras cosas y no de esto. En este caso, es la amnistía, nacionalismos español o periféricos, temas muy abstractos cuando en realidad se debería hablar de las cosas de comer, de las de los servicios públicos, de la pobreza, de los salarios. Respecto a políticas concretas, ha habido avances, como el ingreso mínimo vital, que, sin embargo, se gestiona mal y no llega a todos a los que debería. También se ha puesto en marcha la ley de vivienda, un primer paso que no es suficiente pero que va por el buen camino para acabar con el sinhogarismo y la pobreza.

—Demasiados intereses en contra.

—Por eso la sociedad debe seguir presionando para que las políticas progresistas no cesen y se antepongan a los intereses inmobiliarios o ideológicos que no quieren que se hagan esas cosas.

—¿Hasta qué punto lo que no se ve no existe?

—Creo que la desigualdad social está muy presente en el debate teórico. Digamos que hay muchos libros, hay muchos académicos, bueno, en los periódicos también se habla, pero no creo que sea algo de lo que se discuta en la calle ni un tema que a la gente le anime a votar. Y, sin embargo, la desigualdad está considerada junto al cambio climático el gran problema de la humanidad, porque al final lo que trae es polarización, inestabilidad, ascenso de opciones totalitarias, falta de confianza, en fin, carcome las sociedades y las hace muy débiles y muy inestables. Por eso considero que se trata de un gran problema a nivel civilizatorio, y me pregunto la razón por la cual no se ve a nivel de calle. O sea, son cosas que sabemos que están ahí, como elefantes en la habitación, pero que en la vida cotidiana no parece que nos importen.

—¿Y a qué achaca ese desinterés social?

—Hay una desconexión con la realidad de la desigualdad muy sutil que muchas veces no acabamos de ver.

—Sí, porque hubo un momento, en los años ochenta y noventa en el que la población estaba concienciada con este problema. Sin embargo, desde la crisis de 2008 todo ha cambiado pero a nadie parece importarle, como si nos hubiéramos convencido de que es lo que hay y no se puede hacer nada.

—A explicar eso es casi a lo que dedico más análisis en el libro. Hay varios factores, como la ideología meritocrática, la cultura del esfuerzo. La idea de que si te va bien o mal es porque te lo mereces. La sociedad se ha convertido en un juego, como el juego del calamar, esta serie en el que competimos y no hay preocupación por la justicia social porque se cree que es lo justo, este reparto de los premios según el esfuerzo. Esto es falso porque en la vida de las personas no solo influye el esfuerzo sino otras variantes, como la suerte, la posición social, la genética. En el capitalismo actual se habla mucho de talento pero el talento no es meritocrático. Es genético. Los talentos, además, los selecciona el mercado. No es lo mismo tener talento para jugar al fútbol que a la petanca. Hay miles de variables y es infantil pensar que realmente tenemos lo que nos merecemos y que todo el que tiene algo se lo ha ganado con el sudor de su frente. Es una filfa que lleva a que la gente se conforme.

—Recuerdo un experimento en el que se daba a un grupo de personas una serie de ventajas en un juego de mesa y llegaba un momento en el que pensaban que realmente ganaban porque lo hacían mejor.

—Cuando murió Botín un economista ultraliberal puso un tuit en el que le alababa defendiendo que era un hombre que partió de la nada y lo consiguió todo. Un tuitero le recordó que había heredado un banco y el economista contestó que sí, pero que era un banco muy pequeño. En fin...

—Una de las razones puede estar en que se ha acabado con la conciencia de clase.

—Desde luego. Hoy en día preside la idea de que todos somos clase media. En el libro hay una estadística según la cual en los últimos diez años la gente que se considera clase trabajadora pasó de ser el 50% a ser el 17%. Hubo un momento en el que la mitad de la población decía que era clase trabajadora y ahora son clase media y esto es muy curioso porque al mismo tiempo la clase media se está disolviendo. Todos pensamos que vivimos de manera acomodada porque hay una especie de trasvase de los servicios públicos a los servicios low cost que hacen que ahora formar parte de la clase media sea tener Netflix y vestir ropa de Zara, poder ir a un AirB&B, coger un Uber... Estamos depauperando los precios a costa de trabajadores precarios con los que conseguimos pensar que hay un status de bienestar material y perdemos el de igualdad que es el de los servicios públicos tradicionales, como la salud o la educación, las pensiones, el paro, etc que algunos sectores quieren abolir. Todos somos clase media pero la clase media ya no es lo que era.

—Y la gente sin conciencia de clase no lucha por los derechos que pierde.

—Aquí en Asturias eso está muy claro. Asturias, como León, que fue cuna del proletariado español, con orgullo, con el cierre de las minas ha desaparecido y ahora hay una obsesión brutal con el turismo, que es lo único que puede dar de comer. En el plano social pasamos de una clase obrera super sindicada, super reivindicativa, también corrupta, pero ahora hemos pasado a ser la región de trabajadores de la hostelería, un sector frágil, precario y desorganizado. Este cambio se ha dado en todas partes y ahora estamos en un sálvase quien pueda.

—Ahora la batalla parece que es entre los pobres, entre una clase empobrecida blanca que lucha contra los migrantes que no tienen nada.

—Hay cosas esperanzadoras como el movimiento de la gran renuncia de Estados Unidos. Además, hay un auge del sindicalismo en Silicon Valley. Un futuro posible es que la gente se vuelva a organizar para reivindicar los derechos y no solo los laborales. En los años setenta y ochenta había una gran comunidad de asociaciones vecinales que luchaban por sus derechos. En todo el sur de Madrid eran muy fuertes. Sin embargo, las nuevas generaciones han dejado de pertenecer a estas asociaciones en las que solo quedan los viejos. Cuando vamos consiguiendo derechos y bienestar nos olvidamos de mantenerlos. Puede que haya un retroceso y la gente vuelva a reivindicar, hacer nuevos sindicatos, reinventarse. La versión pesimista es el gran retroceso.

—¿Hacia dónde?

—Hacia tiempos casi feudales, con totalitarismo y gran desigualdad. Hay sensación de eso. Percibo una gran cantidad de fines del mundo espectacular: climático, tecnológico, nuclear... Ahora ya se habla de que no hace falta que haya democracia para que haya capitalismo, que éste podría funcionar perfectamente bajo sistemas dictatoriales. Todo ello colabora en la desmovilización de la juventud porque la cosa está muy cruda. Es como cuando en las películas distópicas aparecen los zombies y todo el mundo tiene que buscarse la vida por su cuenta porque la única solución que tienen es huir.

—La lucha obrera siempre fue internacional. La izquierda tampoco sabe hacia dónde va. Se habla del decrecimiento pero ¿Para quién? Nos están enseñando a ser pobres .

—La izquierda no tiene una idea clara de lo que es ser izquierda. Hay discusiones que no se sabe hacia dónde van y que son falsos dilemas porque no hay que elegir, por ejemplo, entre hacer política laboral y política feminista.

—Los niños aparecen cada vez más en las tasas de pobreza pero hemos llegado a un punto en el que no los vemos porque no está permitido y eso influye también en el desapego general.

—Sobre eso he estado pensando estos días porque es curioso como en pocos años ha habido una desaparición casi total de todo lo cristiano en la Navidad: en el discurso público, en los anuncios, en la decoración... Yo no soy cristiano pero creo que sus valores son muy recomendables, sobre todo en estas fechas. Ya no hay niño Jesús ni ángeles, los belenes siguen pero ya no tienen la jerarquía de antes y la Navidad se ha convertido en una fiesta de la elegancia, de las luces, de canciones como la de María Carey, etc. Ahora bien, curiosamente lo único que queda son los Reyes Magos porque son el motor económico de todo. A Jesucristo le puedes quitar, pero a los Reyes, no porque son el negocio.

—Ya ni hablamos de los menores migrantes, claro.

—El caso de la pobreza es muy curioso. Yo hablo de mi barrio en Madrid, Leganés. Cuando yo llegué era un barrio muy degradado, con infravivienda, con muchos migrantes y por eso era barato. Pero ahora, y a pesar de que sigue habiendo situaciones muy duras, de jóvenes pinchándose en las calles, chavales migrantes que no saben dónde dormir ni qué hacer, aparte de la suciedad... Antes eso hacía que un barrio fuera barato pero ahora no. Ponen un piso turístico y les da igual con lo que hay un barrio a dos velocidades: uno que participa de la fiesta y la cultura, de la fiesta inmobiliaria y, paralelamente, la miseria. Me recuerda mucho a ciudades como Nueva York, San Francisco o Los Ángeles donde el hecho de que haya mucha pobreza no es óbice para que la ciudad sea chispeante, exitosa... Son lugares con mucho dinero pero muy mal repartido. La pobreza es algo folclórico y si no existiera la ciudad no sería tan guay.

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