Cerrar

Félix de la Concha: «Lo que me gusta de ser pintor es no tener que hablar»

- El leonés publicará en abril ‘Las Meninas desde una luz artificial’, donde relata el desafío de copiar esta obra y otras reflexiones

Imagen del artista leonés Félix de la Concha, que en abril publicará el libro ‘Las Meninas desde una luz artificial. Diario de una copia’. REINO DE CORDELIA

León

Creado:

Actualizado:

El artista leonés Félix de la Concha tuvo la ocurrencia de pintar en el frío invierno de Iowa y a 7.000 kilómetros de distancia del Museo del Prado ‘Las Meninas’, la obra maestra de Velázquez. Mientras afrontaba el reto, fue relatando su experiencia y otras reflexiones en un diario. El 15 de abril  verá la luz en forma de libro.

—Hay que tener mucha técnica para ‘copiar’ ‘Las Meninas’, ¿no?

—Puede que la técnica surja de una necesidad, por ejemplo, de querer expresar algo. La técnica por la técnica caería en un virtuosismo ramplón. Para la copia que quise hacer me serví del oficio que ya tenía de pintor, más lo que me fui inventando, según lo que pedía el experimento.

—¿Cómo se te ocurrió pintar esta obra de Velázquez en Iowa, a 7.000 kilómetros de distancia del Prado?

—Me intrigaba qué tipo de copia podría conseguir a partir de la aproximación que la mayoría de la gente tiene hacia este cuadro, es decir, a través de reproducciones. Porque aún siendo tan popular, somos una minoría los que lo hemos visto directamente en El Prado. Incluso, hay especialistas y académicos que se basan en imágenes; ahora, ni siquiera impresas, sino a través de las que se ven acaso en un móvil. Me sorprendió una declaración que me hizo Francisco Rico cuando le estaba retratando. Alardeaba de no tener que entrar en los museos. Decía de Panofsky y Gombrich, a quienes había conocido, que las obras sobre las que hablaban, la inmensa mayoría las habían conocido solo a través de reproducciones. Por tanto, hay también un componente social en este proyecto. Porque creo que, justo en la obra de Velázquez, algo fundamental solo se aprecia si se ve en directo, por muy buenas reproducciones que tengamos de ellas. Hay algo de causticidad en hacer esta copia a través de una luz artificial.

—Llevabas un diario del proceso, que verá la luz en abril bajo el título ‘Las Meninas desde una luz artificial. Diario de una copia’. ¿Has hecho lo mismo con otros proyectos o es tu primer diario?

—Enseñar el proceso de la obra sí lo he hecho en otros proyectos. De hecho, en algunos es parte esencial. Como cuando pinto retratos en donde se graba la evolución del cuadro y la conversación con el modelo. Sin los testimonios de mis modelos no se entendería la obra. Pero como un relato, si se puede llamar «literario», es la primera vez.

—¿Qué cuentas en el libro?

—Lo escribí desde el primer día que empecé a pintar esta copia. Si bien estaba metido ya en otro proyecto, una larga serie sobre una granja que pinté en 75 cuadros a través de las estaciones. Las dos obras las compagino. La copia, por varias razones que explico, la acabo haciendo de noche. Las dos series van llevándome por distintos derroteros, como el duro invierno de Iowa, que ahora con el Caucus ha sido noticia con sus 30 grados bajo cero. Pero esto es algo normal en el invierno. Las Meninas era un contrapunto. Empiezo a investigar sobre Velázquez, tengo acceso a una buena biblioteca en la universidad, hay una aproximación también desde la literatura… Me da pie a ciertas reflexiones…

«Cada creador tiene su mundo propio. No es cuestión de competir. Por eso, los concursos de pintura me revuelven las tripas»

—Según la editorial, este experimento se convirtió en un «autorretrato moral», con la sorpresa en el lector de reconocerse en ese autorretrato....

—Se relata una vivencia, cómo hay un proceso, una evolución, donde confieso tanto las limitaciones, como los descubrimientos, y cómo el trabajo se engarza con mi vida.

—¿Es más difícil escribir o pintar?

—Lo difícil es conseguir hacerlo bien, sea lo que sea. Acabo de leer un libro de cuentos de Lucía Berlín, muy autobiográficos. Yo jamás seré capaz de escribir tan bien. No me considero un literato. Vuelvo a lo de la necesidad. Lo que escribí fue por sentir una necesidad de hacerlo. Ni siquiera consideré publicarlo. Quedó guardado durante más de diez años, hasta que se lo di a leer a Jordi Gracia, por casualidad. Y me respondió con que era «altamente publicable, y lo es tanto por lo que hay de experimento literario como por lo que hay de subteoría del arte hecha sin ínfulas, pero con franqueza y espontaneidad regulada». No me esperaba una respuesta así. Pero tuve que respetarla, viniendo de un respetable crítico literario. Precisamente, porque me gusta mucho la literatura y no me considero un escritor, y parece que hay más escritores que lectores, sin ese empuje no me hubiera atrevido a publicar y hacer desperdiciar papel. En una cena le dije a Julio Llamazares que me parecía que los escritores son más vanidosos que los pintores. (Los dos nos hemos relacionado con muchos, de ambos ‘bandos’). Aún no me lo perdona. Pero a veces pienso que lo que más me gusta de ser pintor es no tener que hablar, explicar, explicarme…

—¿Cuál es la mayor complicación con la que te encontraste al abordar Las Meninas?

—Quizás, por lo que he dicho, de querer hacer una copia a través de las reproducciones a las que podría acceder, imaginé hacer una copia sin tanta definición. Pero coincidió que El Prado acababa de hacer un acuerdo con Google Earth. Y se podían ver en mega alta resolución. Y cambió mi proyecto inicial. Ahora las podía ver con más detalle que si estuviera delante de ellas. Otra cosa es qué tipo de luz, de tono, a través de tantos filtros.

—¿Es Velázquez tu pintor favorito?

—Uno de ellos, desde luego. Pero cada pintor, cada creador, tiene su mundo propio. A diferencia del deporte, o con los Goya en el cine, no es cuestión de competir. Lo precioso es disfrutar, enriquecerse con lo que cada uno nos pueda transmitir. Por eso los concursos de pintura me revuelven las tripas.

—El hecho de ser un pintor ‘hiperrealista’, no sé si te gusta el término, te cierra puertas en el arte contemporáneo’

—No, el término no me gusta, por ser erróneo en sí, y por lo connotado que está. Y respecto a lo de cerrar puertas, sobre eso hice una reflexión en un artículo que me publicó El País en su sección de Opinión. Su título ya da una pista: ‘Maldito realismo’.

—¿Reflexionas sobre la copia en el libro?

—Reflexiono sobre todo, sobre lo divino y sobre lo humano…

—Según Da Vinci, una obra de arte nunca se termina, solo se abandona.

—A veces, son las circunstancias las que te obligan a dejarla. Cuando pintaba la serie de Ropa tendida, por ejemplo, llega un punto en que la luz cambia, o la ropa, o el viento la mueve y ya no tengo el referente que necesito. Pero precisamente esa es la gracia de esos cuadros, que intentan capar un momento fugaz, que hay que hacerlo en una única sesión, alla prima.

—En opinión de Antonio Saura, el pintor es el artista que toma más decisiones por minuto mientras trabaja. ¿Es así?

—Aún cuando pinto alla prima y tengo que tomar decisiones a una velocidad vertiginosa, pienso en muchas otras artes y no sé si el pintor es el que dispara más rápido. Que se lo pregunten a un piloto de Fórmula 1, a un torero, a nuestros políticos. Imagina lo que pasa en décimas de segundo por la cabeza de un ajedrecista profesional…

—Decías que no es igual ver ‘Las Meninas’ en una reproducción que en El Prado. ¿La pintura se aprende en los museos?

—A mí me enriquece visitarlos. Pero no digo que las reproducciones no sirvan para aprender. A veces, incluso mejoran al cuadro. Pasa, por ejemplo, con las obras de Dalí, porque son muy fotogénicas. Pero en el caso de Velázquez, aunque su genialidad se puede apreciar en reproducciones, hay algo de ese aire que solo se llega a captar estando delante de ellas.

—¿La atmósfera es tan importante en la pintura como en la literatura?

—En tu pregunta está ya lo que es una buena reflexión. Nos remite a lo de ut pictura poesis (como la pintura así es la poesía) de Horacio. Y el fascinante debate entre literatura y pintura es inagotable.

—¿Qué opinión tienes del Musac?

—Desde que se murieron mis padres voy menos por León y no sigo su programación. No puedo opinar. Si bien, como queremos hacer una presentación del libro en León, Marga, la directora de la galería Ármaga con la que trabajo, propuso exponer mis Meninas allí, pero los del Musac lo han visto inviable. Ese es el único contacto que ha habido con ellos. Lo curioso es que pronto, a finales de este año, volverán a Estados Unidos. Se expondrán en el Museo de Boca Ratón, en una invitación para celebración del centenario de la ciudad y 75 del propio museo.

—Supongo que conoces todas las tesis que hay sobre Las Meninas, ¿con cuál te quedas?

—Espera a leer mi libro.

—Felipe IV no quería ser retratado. Sin embargo, Velázquez se las ingenia para colocarle reflejado en un espejo junto a su esposa…

—Aparte de la genialidad de Velázquez, ya en la forma de pintar, Las meninas son revolucionarias por el tema. Una escena doméstica, con la intimidad de la familia real, es algo, incluso ahora, de un gran atrevimiento. Solo posible por una gran complicidad del pintor y el monarca. El cuadro se colgó en su despacho privado, solo para ser visto por él y sus más directos colaboradores.

«En una cena le dije a Julio Llamazares que los escritores son más vanidosos que los pintores. Aún no me lo perdona»

—Los pintores de la Corte solían embellecer a los reyes. Velázquez no hace más esbeltas a las enanas del cuadro…

—No hay fotos de estas personas. Solo sabemos cómo eran a través del cuadro. Pero hay una gran sensibilidad en cómo los pinta y en el mismo hecho de incluirlos, de hacerlos partícipes, los ennoblece.

—¿Cuánta paciencia se necesita para pintar 75 cuadros de una granja a lo largo de las estaciones?

—Sarna con gusto no pica. A esa serie la titulé La regla del 25. Son tres grupos de 25 (cada uno con una luz: mañana, mediodía y tarde), pero la regla viene por otras razones: En un día con vientos de más de 25 millas por hora, o temperaturas por debajo de 25 bajo cero, consideré que no era aconsejable pintar afuera. En el libro detallo más el porqué.

—Estás habituado a hacer series que llevan cientos de horas de trabajo. El trabajo casi nunca se valora en una obra de arte, ¿no?

—Mi madre me contó una anécdota de una señora que le dijo al médico que cómo le cobraba tanto solo por firmarle un papel. El médico le respondió que para firmar eso había tenido que estudiar una carrera durante años. Otro médico, por ejemplo, un cirujano, puede sudar durante horas en una operación complicada. A veces exige muchas sesiones la ejecución de la obra. En otras, no. Este invierno usé de felicitación de fin de año un cuadrito que hice ese día en 20 minutos. A mi modelo le entró frío y solo pudo posar ese breve momento. Y el apunte así salió, con la gracia de ese instante. Por otra parte, a veces se puede estar años pintando algo que luego no vale nada. Si sale una castaña, no sirve de nada decir que el mérito está en días y meses de esfuerzo.

—Supongo que el libro no es un tratado de pintura y que va dirigido incluso a un público que no sea especialmente devoto de la pintura ¿o no?

—Supones bien.