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La mirada del exterminio nazi

Luca Crippa y Maurizio Onnis novelan en ‘El fotógrafo de Auschwitz’ la vida de Wilhelm Brasse

Una imagen de Auschwitz.dl

Publicado por
León

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«Las fotografías se enviaban a Berlín para hacer ver que se realizaba el obsceno y letal trabajo enconmendado»

miguel lorenci

L uca Crippa y Maurizio Onnis, autores de El fotógrafo de Auschwitz (Planeta), han novelado la dolorosa y épica historia de Wilhelm Brasse (1917-2012), el testigo del horror sistemático en el campo de exterminio nazi. Se basan en la vida real del prisionero 3444, que tuvo el dudoso pero benéfico honor de fotografiar la barbarie retratando a unos 50.000 prisioneros de Auschwitz y a sus asesinos. Presenció un sinfín de ejecuciones y los inhumanos «experimentos médicos» del doctor Josef Mengele. Su testimonio resultó determinante para la condena de algunos gerifaltes y genocidas nazis en Núremberg. Brasse, fotógrafo profesional en su Polonia natal, fue deportado a Auschwitz-Birkenau en 1940 como preso político. «Se negó a jurar lealtad a Hitler uniéndose a la Wehrmacht; a traicionar a su país, sus creencias y a sus amigos cuando los nazis lo reclutaron», explican los autores del libro, que llega a España en medio de una oleada de publicaciones sobre la infamia de Auschwitz. Hablaba alemán y se le encomendó fotografiar a los prisioneros que llegaban en tren desde toda Europa al campo de la muerte en la Polonia ocupada. Su cámara le salvó del fatal destino que segó millones de vidas. Bajo la bota nazi, y llevado de su afán por documentarlo todo, Brasse realizó y preservó miles de fotos. Presenció terribles atrocidades y las despiadadas prácticas eugenésicas de Mengele, que le felicitó por su trabajo. El llamado ‘álbum de Auschwitz’, con muchas de sus imágenes es la única evidencia visual del exterminio.

La crueldad de lo que registró con su cámara le llevó a tomar partido y unirse a la Resistencia, arriesgando su vida para preservar la memoria de la masacre. «Luchó por no dejarse corromper por la barbarie», dicen los autores. «En circunstancias extremas los seres humanos debemos tomar decisiones entre la vida y la muerte. Cuando Brasse se encontró en la encrucijada de entregar sus fotos puso en riesgo su vida. En vez de buscar la manera de salvarse quemándolo todo, escogió preservar ese patrimonio de la memoria. Optó por el bien», elogian.

Brasse falleció en Cracovia con 94 años y la noticia de su muerte, un breve en los diarios, disparó la curiosidad de los autores. Buscaban una historia del Holocausto con un fuerte valor simbólico y que honrara la memoria de los prisioneros y dieron «por casualidad» con la de Brasse. «No sabíamos cómo se había ganado el título de fotógrafo de Auschwitz. Comenzamos a investigar y constatamos la escasez información sobre él», explican. Las pocas fuentes para recrear la vida de Brasse, eran un documental, una entrevista y un libro de cien páginas. «Él mismo guardó silencio durante muchos años. Liberado, no volvió a hacer fotos. Veía en sus pesadillas los aterrorizados ojos de los niños camino de las cámaras de gas. Consideraba que su supervivencia en Auschwitz se debió a que fue parte de la macabra estructura del campo en el que sobrevivió cinco años y que recreamos capítulo a capítulo».

Brasse dirigía la oficina de documentación en Auschwitz. Cada prisionero generaba una ficha y los motivos por los que estaba en el campo: judío, gitano, homosexual, opositor al Reich... Paró a las 35.000. «No hacía falta registrarlos: los llevaban directamente a las cámaras de gas», explicó. La miles de fotos documentando la vida de los cautivos se emitían de forma regular a Berlín, haciendo ver que el campo «funcionaba» y se realizaba el obsceno y letal ‘trabajo’ que tenía encomendado. «Horroriza que los mismos nazis quisieran documentar sus crímenes. Estaban convencidos de que hacían el bien y cumplían con su deber; querían pruebas de sus acciones», dice Luca Crippa, autor también de La niña de Kiev .

«Es increíble cómo los nazis pudieron convivir con el horror junto a sus netas aspiraciones por la normalidad, como vemos a través de las fotos o en la película La zona de Interés , sobre la vida de Rudolf Höss, el cruel comandante de Auschwitz», apunta Onnis. «Muchos oficiales se hicieron retratar por Brasse en asépticas y bucólicas fotos para álbumes que mandaban a casa mostrando sus ‘dulces’ vidas en el campo».Del ingente material de Brasse se conservan los negativos y buena parte de los positivos. «Cuando los soviéticos se acercaban al campo, los nazis le pidieron que destruyera todo. Pero él y dos ayudantes, que no podían oponerse a la orden, lo retrasaron lo más posible. Atascaron las estufas con celuloide y papel fotográfico húmedo cumpliendo con la orden y dispersaron parte de las fotos en distintos lugares y alrededor del bloque donde estaban». Así, las fotos de Brasse «hablaron de las cámaras de gas, de la sevicia de Mengele y de los oficiales torturadores como Maximilian Grabner.