Diario de León

«Hitler y Stalin eran buenos músicos»

Xavier Güell novela el sueño del dictador ruso para que Shostakóvich fuera el ‘Beethoven rojo’

gloria gaucer

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«Hitler y Stalin eran buenos músicos. Ambos tenían muy claro que el Estado debía apropiarse de la música popular para enaltecer al sistema. Algo que Franco no hizo, pero que es común en los regímenes totalitarios». Lo asegura con un punto de ironía el director de orquesta y escritor Xavier Güell (Barcelona, 1956) que en Shostakóvich contra Stalin ’ (Galaxia Gutenberg) novela el sueño de Iosif Stalin de «convertir a Dimitri Shostakóvich un ‘Beethoven rojo’». «He sido Shostakóvich durante tres años», asegura Güell, que se metió en el alma del compositor para narrar en primera persona «la lucha a vida o muerte del músico y Stalin, la libertad del creador frente a las imposiciones del realismo socialista, el triunfo de la música frente al totalitarismo». La novela, que desentraña la malsana y tortuosa relación entre el dictador y genocida soviético y el genial músico ruso, transcurre en ocho horas de la noche del 5 de agosto de 1975, cuatro días antes de la muerte del compositor en su dacha de Zhúkovka, a 30 kilómetros de Moscú. Mientras trata de concluir su ‘Sonata para viola y piano’, Shostakóvich espera la visita de un hombre misterioso, cuya identidad no se revelará hasta el final. «El compositor que conocemos no es el que habría querido ser», sostiene Güell, para quien Shostakóvich fue alguien «profundamente progresista». Fue el «músico mimado» del régimen soviético hasta que el 26 de enero de 1936 Stalin asiste, oculto, a una representación de Lady Macbeth de Mtsensk en el teatro Bolshói de Moscú.

Paradoja «La ópera no gustó a Stalin, que abandonó el teatro antes de que acabara», recuerda Güell. El diario Pravda, la voz del Kremlin, publicó días después un editorial titulado Caos en vez de música . Redactado, se cree, por el propio Stalin, era una crítica feroz y amenazadora para Shostakóvich. Casi un sentencia de muerte «advirtiéndole que, de seguir por esos derroteros, se convertiría en enemigo del pueblo».

«Shostakóvich debió esconderse en sus sombras, ser una cosa y parecer otra», apunta Güell, para quien la gran y paradójica conquista del músico fue «reflejar el grito de dolor de los seres humanos que sufren bajo el yugo de los dictadores con sus composiciones».

Y es que para redimirlo, Stalin le pidió una sinfonía que glorificara a la patria soviética. Sería su legendaria novena, ‘Leningrado , convertida «en un estandarte para los aliados y en un símbolo que excedió el ámbito musical». Su éxito se volvió contra el régimen estalinista, que prohibió la música de Shostakóvich en la URSS y llevó al músico a la indigencia. «De no ser por el miedo atroz a Stalin, Shostakóvich hubiera sido una especie de Schoenberg ruso entregado a la experimentación más radical», concluye el autor.

Güell estudió en los conservatorios de Barcelona y Madrid y dirección de orquesta con Franco Ferrara en Italia, con Sergiu Celibidache en Alemania y con Leonard Bernstein en Estados Unidos. Durante años dirigió orquestas y estrenó piezas de destacados compositores de nuestro tiempo, abanderando la difusión de la música contemporánea en nuestro país. Su primer libro, La música de la memoria (2015) recrea la vida y la obra de siete grandes genios de la música: Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Liszt, Wagner y Mahler. Publicó luego Los prisioneros del paraíso (2017), Yo, Gaudí (2019), Nadie logrará conocerse y las dos primeras entregas de ‘Cuarteto de la guerra (2021) dedicadas al exilio de Béla Bartók y a la compleja relación de Richard Strauss con el nazismo.

gloria gaucer

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