Diario de León

DIVERGENTE

Una mirada alternativa de Serbia

Vladimir Perisic aborda en ‘La patria perdida’ una historia autobiográfica que radiografía la Yugoslavia de los años 90 a través de los ojos de un adolescente que empieza a crear su conciencia política, con la presión de que su madre tiene un importante cargo del partido en el poder.

Imagen de una de las escenas de la película 'Lost country'.

Publicado por
Alicia G. Arribas
Madrid

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Cuando yo tenía catorce años pensaba que después de la caída del Muro de Berlín el mundo había cogido un rumbo, como que terminábamos un ciclo. En Serbia vivíamos en una especie de callejón sin salida que parecía ser el final de algo, pero después empecé a entender que lo que pasó en Yugoslavia en los 90 años no era el final del siglo XX, sino el principio del XXI», comenta Perisic en Madrid, donde promociona el estreno de su película este viernes. Aquella línea roja hacia las extremas derechas y el fascismo se había traspasado y se había hecho porosa, dice, «y estaba permeando no solo a Yugoslavia, sino que en aquellos años todos estábamos volviendo a los fascismos históricos».

El argumento de La patria perdida gira en torno a la relación entre una madre y su hijo en el contexto de las manifestaciones estudiantiles contra el régimen de Slobodan Milosevic (presidente de Serbia entre 1989 y 2000), fundador del Partido Socialista de Serbia y culpable de crímenes contra la Humanidad tras la Guerra de los Balcanes.

El joven Stefan (interpretado por Jovan Ginic) tiene quince años cuando se enfrenta por primera vez a su madre, portavoz del gobierno corrupto que aborrecen todos sus amigos.

Marklena —la madre le explica que su padre, un militar comunista y patriota, inventó su nombre como homenaje a Marx y Lennin— es despiadada y manipuladora y pasa muy poco tiempo con su hijo, que la adora, y procura no prestar mucha atención a las cosas que dice cuando la entrevistan en la tele.

Él se centra en sus estudios, en el waterpolo y en una chica que le gusta, pero sus amigos le van haciendo el vacío; en la calle se repiten las manifestaciones que la policía dispersa con violencia y Stefan empieza a preguntarse cosas. Intenta hablar con su madre, pero ella (soberbia en el papel la actriz serbia Jasna Duri), no le escucha. Perisic es consciente de que La patria perdida ocurre a finales del siglo pasado, pero lo que cuenta, dice, «es de absoluta actualidad»; de hecho, para el espectador de hoy, si los personajes se comunicasen por móvil o pudiesen reafirmar sus posiciones en internet, conversaciones, actitudes y reacciones de unos y otros podrían estar ocurriendo ahora mismo. «Me interesaba rodar el nacimiento de una conciencia política, y eso se corresponde a mi propia experiencia porque yo tenía 14 años en los 90, como Stefan —apunta— y bregaba con ese sentimiento de ser catapultado a un mundo que uno no entiende».

En la película, Marklena es un cargo relevante. En la vida real, la madre de Perisic era miembro del Partido Socialista, «trabajaba en Cultura, y no tenía un puesto tan importante (...) pero sí tuve esa experiencia de crecer imbuído de política. Eso me ha dejado un punto de vista importante».

Por eso, hacer esta película tenía que ver con la necesidad de abordar algo que fue muy traumático en su vida. «Tengo la impresión de que la historia de Yugoslavia fue un prólogo a la historia europea que estamos viviendo», sentencia Perisic. Desgraciadamente, considera, «esto es cada vez más así, aunque preferiría que la historia no me diese la razón».

Ya cumplidos los 40, Perisic no tiene idea de hasta dónde será capaz el ser humano de repetir sus errores; sí le preocupa, mucho, «lo que ha pasado en Francia; sin embargo —dice, sonriendo por primera vez en la charla— tengo cierta confianza en su historia de la Revolución, por la fuerza de sus izquierdas, que han inspirado la revolución mundial». «Ese legado de revolución que viene de la Comuna, del Frente Popular, de Mayo del 68, creo que aún existe, creo en esa fuerza, y lo vivo. Sé que hay que vivirlo para mantener la esperanza».

«Tengo la impresión de que la historia de Yugoslavia fue un prólogo a la historia europea que estamos viviendo»

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