NOVELA
«Los jóvenes leen poco. Sí, como el resto»
Profesor y librero, Rafael G. Rivas publica su primera novela ‘La broma final’ (Bala Perdida). Siguiendo el ritmo de la música alternativa, Rafael G. Rivas plantea el conflicto al que se enfrentan las personas que deciden caminar fuera de los márgenes
De la vida ordenada a la caótica puede haber solo una persona. Y ese paso puede ser tan circunstancial como voluntario y que pese a externo tenga su principal motivación en un interior tan inexplorado que nunca había salido a la luz. Como una adicción sobrevenida. O las personas tóxicas, concepto manido en donde también puede ser más a causa de las relaciones que de esas mismas personas. Son conclusiones sobre la marcha después de hablar con Rafael G. Rivas, el autor de La broma final (Bala Perdida), novela que trata de eso y más, que suena a música actual y cuela un juego de palabras para decir que este es un libro muy Sonorama, en el que suenan 33 canciones de grupos que en un noventa por ciento han pasado por Aranda de Duero en el ya mítico festival y que, he aquí la cuestión, es el lugar donde nació Rivas.
Hay en La broma final una constante como un malestar que se va despertando y ocupando demasiado espacio vital en las acciones y en la cabeza. Y una trama por descubrir leyendo el libro. Y los personajes que transitan como generadores de la historia en este viaje sin destino como un salto sin red a los bajos fondos mentales, sociales, vitales. Luego está la fuerza literaria de Rafael G. Rivas que se siente a través de su condición de lector y librero de Sputnik, librería café que desde San Marcelo vende salud cultural casi como una receta cotidiana. De hecho, la portada del libro es de Beatriz Fernández, su pareja y quien está al frente de Sputnik. Todo estos caminos conducen al pulso de quien sabe escribir porque tiene tras de sí la literatura como veneno y afición, de la filosofía a la novela, pasando por su formación académica en Económicas y ahora profesor en el Instituto de Carrizo. Dice que en esa forma de leer fue metódico y ahora, no tanto.
Pero Rafael G. Rivas mide sus tiempos para hablar de La broma final , un libro que está teniendo una gran acogida entre lectores que encuentran señales reconocibles como un espejo y un relato que sorprende hasta el final. «En principio, hasta que no vi el libro en papel tenía algo de miedo. En parte, por deformación de librero, por saber que el libro salía en condiciones. Del miedo pasé a estar contento. La siguiente fase es esta: en manos de los lectores. A ver qué dicen...», sugiere el burgalés asentado en León que puede que inicie una etapa prolífica gracias a los buenos resultados del recomendable La broma final, y que le ha llevado no solo a mantener su constante como escritor sino a rescatar lo que había ya escrito y quedado guardado sin un futuro previsto. En resumen, podrían ser tres o cuatro novelas en la recámara que seguro verán la luz de alguna forma. «Quería un personaje femenino, porque el punto de vista de muchas novelas es el de siempre: un hombre. Claro, tuve que ajustar bastantes cosas. Pero es ese personaje el que se ve envuelto en un proceso destructivo, que es más o menos de lo que va la novela», dice.
Como recurso y herramienta, La broma final podría decirse que suena. Tiene un playlist de grandes canciones y grandes músicos actuales de los clasificados en la escena indie. De La Bien Querida a Standstill, de Nacho Vegas, fundamental para Rivas y para el libro, a La Habitación Roja. Aunque también asoma Parálisis Permanente o El Niño Gusano e incluso Camarón. «La música llegó en un momento en el que dije: esto no va a leerlo nadie. Y me puse a dividir la novela en capítulos hasta llegar a esta estructura en la que aparecen canciones como lo hacen a lo largo de la vida», relata.
Los títulos de las canciones tienen entonces esa misión porque Rivas también ha pensado que aunque el escritor en algunos casos ahuyente fantasmas, el destinatario real es el lector. Al respecto, se refiere a León: «Yo veo como una fortuna que en León se pueda hablar de libros porque hay afición lectora. Y creo también que en León existe una expresión cultural que destaca», asegura desmintiendo que esto fuera un tópico y, como tal, vacío de contenido. Y tal vez también por ello en un vistazo general es rotundo y, de manera indirecta, casi promueve no perder la esperanza lectora: «Los jóvenes leen poco. Sí, como el resto», afirma, con lo cual devuelve la pelota a los que acusan esta tara sin verse ellos mismos reflejados.
Su DNI literario dice esto: «Profesor de Economía y librero en Sputnik. Fue creador de un programa de música indie en una emisora local en Aranda de Duero. Corrió una maratón en menos de tres horas antes de dejar el asfalto. Le apasionan la montaña, el trail running y la filosofía, y no necesariamente por ese orden, y le influyen en la vida y en la escritura. Vivir en territoritos mineros, oscuros, gélidos y vaciados le ha causado una adicción desmedida al frío, la nieve y el hielo. Viajar a Japón le ha vuelto un fanático de la cultura nipona y desde entonces no ha parado de pelearse con los kanjis. Actualmente reside en León e imparte clases en el instituto de Carrizo de la Ribera. La broma final es su primera novela publicada», matiz que explica que es la primera pero no la única ni la última. Y haciendo honor a su condición de escritor y librero cuidadoso, él que tiene que templar con esa condición a la hora de hablar con los clientes lectores, la contra del libro aparece como contundente invitación a su lectura. Aunque el viaje hay que hacerlo hasta el final.