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Reportaje

«Qué buenos son los hermanos que son buenos»

Luis Mateo Díez publica ‘Mi hermano Antón’, un manifiesto de la fraternidad y la curiosidad infantil

Imagen antigua de Luis Mateo DíezDL

León

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En el duro invierno de la posguerra en Villablino, entre nieve y carbón, y los largos veranos en el río Luna en La Magdalena, Luis Mateo recuerda la sombra protectora de su hermano Antón. Solo un año mayor que él, una suerte de «gemelo» con el que siempre ha tenido una conexión fraternal más intensa —tienes otros tres hermanos—, se convierte en el protagonista de su último libro, Mi hermano Antón (Reino de Cordelia).

El escritor deja claro desde el principio que no se trata de unas memorias complacientes ni ningún tipo de homenaje. «El libro no entra en absoluto en las cuestiones familiares ni en las desgracias compartidas, que han sido muchísimas y muy trágicas, ni tampoco en el testimonio de lo que pudo ser nuestro pensamiento y nuestra manera de ser en unos tiempos tan siniestros como fueron aquellos del franquismo», asegura. Si es algo, es un manifiesto de la fraternidad, porque, como sostiene el creador de ese territorio mágico llamado Celama: «¡Qué buenos son los hermanos que son buenos!».

Foto de la portada de 'Mi hermano Antón', nuevo libro de Luis Mateo DíezDL

El autor de Mis delitos como animal de compañía cuenta que Antón era un «cuidador espontáneo», no por mandato de sus padres, sino un chico que «velaba por la desgracia de su hermano». Mientras Luis Mateo era un niño dubitativo y desgraciado, «triste, lloroso y compungido», Antón era «alegre, lleno de vitalidad, valiente y prodigioso». «Siempre he tenido en él un amparo muy especial. Una parte crucial de lo que he sido como escritor ha estado en manos de él. Siempre ejerció sobre mí una especie de magisterio desinteresado y fuera de ningún atributo que no fuera el del afecto». De ahí viene el débito del libro. Al mismo tiempo, el autor de La ruina del cielo asegura sin titubeos: «Soy el que más sabe de Antón, más que el propio Antón».

«Ahora que ambos somos dos viudos, compasivos y octogenarios se ha acrecentado el mito de lo que fuimos». «Pasamos mucho tiempo juntos y hablamos de aquellos niños». «Yo le digo: ‘Antón sé más cosas de ti que tú mismo’ y él me contesta: ‘Y yo Mateo sé mejor que tú por qué escribes y de lo que escribes y cuáles son tus obsesiones de escritor».

Luis Mateo dice que su hermano es un personaje muy creativo. «He visto siempre en él el ejemplo de una persona que tiene unos dones especiales en lo que es la mirada del mundo y la creatividad de las cosas. Tiene mucha imaginación y mucha habilidad con las manos. El personaje me suscita unas reflexiones sobre la inteligencia, la creación y la memoria». El nuevo libro del premio Cervantes leonés, que tiene un punto filosófico y de ensayo, es una mirada a los descubrimientos de un niño lleno de inquietudes, en ese mundo que es la infancia y la adolescencia y sobre esos niños tan especiales de la posguerra.

Puede que no todo sucediera como lo cuenta o lo recuerda el autor, porque, al fin y al cabo, la memoria tiene sus códigos y se permite ciertas licencias, de modo que las aventuras y descubrimientos de Antón son en algunos casos deudores de otros miembros de la familia y de los vecinos.

El autor de Fantasmas del invierno cuenta la primera vez que Antón vio el mar. Tenía ocho años y había ido de excursión con el colegio a Ribadesella. En lugar de quedar impresionado por la inmensidad del agua, lo que le fascinó fue la arena. «Antón recuerda el deslumbramiento de la arena como algo indescifrable y secreto...», escribe el autor leonés.

Aquel niño en cuya infancia hubo más materiales que juguetes, Licenciado en Bellas Artes y sobre el que prepara una gran exposición para este otoño el Instituto Leonés de Cultura (ILC), convirtió la arena en un elemento crucial de su producción plástica, el «sustrato mismo».

Al escritor le fascinaba que su hermano, además de creador, tuviera unas manos enormemente diestras. «Ya de pequeño despuntó su talento de inventor», recuerda. En un capítulo Luis Mateo describe cómo ‘inventó’ el submarino e hizo volar un cohete Sputnik con un ratón dentro. «También construyó una ciudad maravillosa en el desván de nuestra casa en el Ayuntamiento de Villablino». «Todavía tiene la casa de Valencia llena de inventos. Nunca hizo un invento que sirviera para algo, eso le da esa grandeza de lo fantástico. Nunca inventó nada para el bien de la Humanidad», desvela el autor de El expediente del náufrago .

El académico leonés ha evitado dar nombres de los personajes reales que desfilan por el libro, salvo dos o tres. Cuenta que su hermano era «el prodigioso» y Pepín Vaquero, «el prodigio», un niño que aprendió a leer sin que nadie le enseñara y que sabía mil cosas. Con el tiempo sería marino y tristemente célebre por ser el capitán del buque mercante Sierra de Aránzazu, que en 1964 transportaba juguetes a Cuba y sufrió un ataque terrorista de un grupo anticastrista en el que pereció. Es también el protagonista del relato Lunas del Caribe.

El libro indaga en la fantasía y en la curiosidad como armas indispensables para afrontar la vida. Antón, entregado desde temprana edad a las artes plásticas, quiso adentrarse en otros territorios. Además de la faceta de inventor, probó las mieles del teatro. Tenía que interpretar en Fin de partida, de Samuel Beckett, el papel de Hamm, un anciano en una silla de ruedas. Como no había memorizado el texto, lo había camuflado sobre las rodillas. Pero la silla tenía las ruedas atascadas y los compañeros al transportarle a pulso hicieron volar ‘las chuletas’ en el momento en el que se alzaba el telón, así que en la función se dedicó a jugar c on un pañuelo, limpiarse las gafas y repetir una frase tan incongruente como los absurdos diálogos originales.

Mi hermano Antón está arropado por los paisajes, el contexto familiar y lo que fue Laciana, el vecindario y La Magdalena. «Ahí había un mundo que supimos aprovechar. Tal vez fuimos unos niños que tuvimos una peculiar sensibilidad para apropiarnos de todo lo que nos parecía bien», confiesa el escritor.

El libro, ilustrado por Antón, es una pequeña joya. En la portada aparecen en el autor y el protagonista en una de aquellas fotografías escolares coloreadas y con un mapamundi de fondo. En la contraportada están los dos hermanos sumergidos en el río Luna, donde aprendieron a nadar; Luis Mateo, con un indisimulado temor en el rostro. En la cubierta hay una imagen reciente de los Díez queriendo atrapar un objeto misterioso que no es otra cosa que la Luna. Una fotografía que les hizo el hijo de Antón, Raúl Díez, director de cine de animación, ganador de un Goya y seleccionado para los Oscar —cuenta orgulloso el tío Mateo—.

Dos hermanos de exposición

No ha sido calculado, pero la aparición del libro coincidirá con la llegada de Vivir contando al ILC, una exposición que rinde homenaje al Precio Cervantes 2023, inaugurada en Alcalá de Henares. Comisariada por Jesús Marchamalo, periodista, escritor y Premio Nacional de Periodismo Cultural 2023, reúne retratos del escritor lacianiego en diferentes etapas de su vida, fotografías personales y con sus amistades, manuscritos, cartas, primeras ediciones de sus libros y diversos objetos personales que ofrecen un recorrido por la vida y obra del genial escritor.

Cuando concluya Vivir contando , el ILC acogerá la que será la primera gran exposición de Antón Díez en León. A propósito de este creador que «acabó entregado a la enseñanza e hizo mucha experimentación en ese mundo», el autor de La soledad de los perdidos da una pista: «Una parte crucial de la obra de Antón está en casa de sus amigos».

Luis Mateo indaga en el libro en la fantasía y en la curiosidad como armas indispensables para afrontar la vida

«Yo era un niño triste, lloroso y compungino. Mi hermano Antón era alegre, creativo y prodigioso»

«El libro no entra en absoluto en las cuestiones familiares ni en las desgracias compartidas, que han sido muchísimas»