Diario de León

Nuria Labari regresa a la narrativa breve con ‘No se van a ordenar solas las cosas’, un libro sobre desigualdades de clase, raza y género.

«Escribir cuentos es como enamorarte varias veces»

La escritora publica ‘No se van a ordenar solas las cosas’

La escritora Nuria Labari. EFE/Penguin Random House

Publicado por
Antonio Paniagua
Madrid

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La escritora y periodista Nuria Labari vuelve a la narrativa breve con el libro de cuentos No se van a ordenar solas las cosas (Páginas de Espuma), una obra en la que indaga en diversos problemas sociales y las inequidades de clase, género y raza, cuestiones que son el pan de cada día de la actualidad. Con esta compilación de relatos, que quedó finalista del Premio Ribera del Duero, Nuria Labari (Santander, 1979) establece un diálogo entre víctimas y privilegiados, resignifica lo cotidiano y lo doméstico y explora las posibilidades que brinda el lenguaje.

Quince años después de la publicación de la colección de cuentos Los borrachos de mi vida, Labari trata de desentrañar el laberinto del deseo, la identidad y el racismo, entre otros asuntos. «Escribir un libro de cuentos es como enamorarte varias veces. Es como experimentar un estado del alma, algo similar a cazar auroras boreales. En cambio, escribir una novela es equiparable a casarte con alguien, alumbrar una novela puede durar cuatro años. Quizá por eso las obras completas de un cuentista caben en un tomo y las de un novelista ocupan una balda», asegura la escritora.

Los relatos de Labari abordan la historia de una mujer acomodada y su asistenta, el trastorno mental de un adolescente vigoréxico, el amor entre una española y un marroquí que, juntos, aprenden a nombrar el mundo y los afanes de un grupo de turistas occidentales con mala conciencia. El libro se cierra con el dolor de una viuda y las tribulaciones de un judío homosexual que llora abrazado a los jerséis de su amante cuando se le averían la lavadora... y la vida.

Labari, que ha publicado las novelas La mejor madre del mundo y El último hombre blanco, quería con este libro de cuentos recrear una atmósfera, envolver todos los relatos en una especie de líquido amniótico. «Todos estos cuentos están escritos en una época en que atendía muchas visiones que ponían el foco en una sola cosa, cuando a lo que yo en verdad aspiraba es a captar la música del mundo, con toda su belleza y su malestar; hacer una pequeña orquesta en vez de tocar un solo de tambor. Por eso hay voces muy distintas entre sí».

La escritora ha apostado por un lenguaje «pegado al cuerpo», contrapuesto al algoritmo, al idioma de las máquinas o al imperante en la empresa y el trabajo. Asegura que lo trágico en la literatura no es que las cosas acaben bien o mal, sino retratar la ambigüedad de la vida. «Para mí la literatura solo puede ser tragedia, porque fuera de ella estaría el dogma, lo literal y la falta de ambivalencia».

Historia de amor

En una de las piezas, la autora da voz a un marroquí bereber que ni siquiera habla árabe, sino tamazight, el idioma que existe en la zona del Atlas, una circunstancia que desconocen los que atacan a los inmigrantes magrebíes con un discurso lleno de prejuicios. El chico entabla una historia de amor con una mujer unos veinte años mayor y ambos van aprendiendo a nombrar el mundo. «Quería mostrar cómo surge el amor entre seres muy distintos, prácticamente de otro planeta, y revelar cómo es el lenguaje que va trenzando a uno y otro. Quien parece más carencial a los ojos del lector pueda ser el chaval, pero al final quien en realidad se va desarmando porque no tiene palabras es ella».

El título del libro procede de un verso de la Nobel de Literatura polaca Wislawa Szymborska, palabras que a Labari le parecen bellísimas y cuyo significado es más complejo de lo que aparenta. «Últimamente hay un sentimiento que tenemos todos sobre el desorden de las cosas, un malestar con un planeta que agoniza pero bajo el que subyace el deseo de acción, la posibilidad de hacer algo. Porque tras una guerra alguien tiene que ponerse a limpiar, no se come en un sitio sucio».

«Tenemos que navegar cada día en la injusticia, unas veces infligiéndola y otras soportándola. Mi empeño ha sido recoger esa injusticia y llenarla de intimidad», asevera la escritora, quien ha trabajado con esmero la ilusión de oralidad y las peculiaridades del habla de una asistenta boliviana, de unos guías turísticos dominicanos o de un chaval de la generación TikTok.

«Tenemos que navegar cada día en la injusticia, unas veces infligiéndola y otras soportándola»

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