«No hago finales felices»
Sostiene la escritora Paula Hawkins que «A veces es satisfactorio escribir según qué asesinatos». La autora de ‘La chica del tren’ regresa esta semana a las librerías con ‘La hora azul’.
En 2025 se cumplirán diez años de la publicación de La chica del tren, un fenómeno editorial que cambió la vida de Paula Hawkins, quien debutó en 2004 con un volumen sobre finanzas y había escrito también cuatro novelas románticas. Esta semana regresa a las librerías con la brumosa La hora azul.
En un encuentro con la agencia Efe en el Museo Nacional de Escocia, en Edimburgo, donde vive una parte del año, Hawkins rememora que su nueva historia, que ubica en la ficticia isla escocesa de Eris, empezó a vislumbrarla cuando hace ya tiempo, paseando por la costa francesa de Bretaña, se topó con un islote en el que había una única casa, a merced de la marea.
Empezó a darle vueltas sobre qué tipo de persona querría vivir en un sitio como aquel, sin contacto directo durante tiempo con el resto de la gente, y tuvo claro, ya ante el ordenador, que tenía que ser una artista, capaz de crear con lo que le ofreciera la naturaleza, incluidos huesos si fuera menester. Otra inspiración la tuvo tras visitar una exposición de la artista Lee Krasner, que fue la esposa de Jackson Pollock, porque allí se exhibía obra que no le había gustado, que «literalmente» destrozó, pero que luego convirtió en un «collage maravilloso».
La hora azul, publicada por Planeta, aborda en diferentes planos temporales las vivencias de una artista fallecida, Vanessa Chapman, su relación con su marido Julian y con el director de la Fundación Fairburn, Douglas Lennox, o con Grace, una particular doctora, con mucho peso en la obra, a la que conoció tras romperse la muñeca y con la que estableció desde entonces una profunda relación de amistad.
Otro personaje que ocupa muchas de las páginas es James Becker, admirador absoluto de los trabajos de Vanessa Chapman, a la que no llegó a conocer personalmente, de origen humilde, y que trabaja como conservador de la Fundación Fairburn.
Las relaciones tóxicas, la posición de la mujer en el mundo del arte en los años noventa del siglo pasado, la devoción malsana, la violencia, los celos o la rabia son cuestiones que aparecen en esta novela, como es habitual en Paula Hawkins, con algún que otro muerto, giros y un final abierto que lleva a diferentes interpretaciones, aunque la escritora ya advierte que no presenta «finales felices». «El personaje de Grace va a ir desarrollándose a lo largo de la historia. Hace un esfuerzo por conectar con la gente, pero hay algo dentro de ella que no acaba de funcionar, no sabe cómo relacionarse con los otros y para ella Vanessa es alguien muy importante, muy existencial y por eso reacciona como reacciona», descubre la autora.
Este tipo de personaje, prosigue, si lo llevas hasta un extremo: «¿qué es capaz de ser?», se pregunta la escritora. Hawkins, nacida y criada en Zimbabue hasta los 17 años, cuando su familia se mudó en 1989 a Londres, donde conserva un piso en el que reside durante otras épocas del año, no duda en aseverar que en esta novela el personaje de Vanessa busca en la isla la libertad, alejarse del mundillo del arte, aún sabiendo que no todo estará bajo su control en aquel lugar y que podría «pagar un precio». Consciente de que es muy difícil volver a conseguir lo mismo que con La chica del tren, está satisfecha, sin embargo, por cómo ha armado esta novela, en la que vuelve a trazar personajes «complicados y difíciles» y algún que otro que siempre observa.
Momentos de catarsis
Respecto a si le tiembla la mano cuando mata a alguno de sus personajes o ve que alguno deberá morir, Paula Hawkins confiesa que a veces «es satisfactorio escribir según qué asesinatos» y no esconde que, por ejemplo, en La chica del tren tuvo algún momento de catarsis y no se sintió «nada triste» con la muerte de alguno de ellos.
Por otra parte, no piensa que haya muchos asesinos en potencia, aunque «cuando lees según qué historia en el periódico te sorprendes al ver cómo gente que parece normal puede llegar al extremo de matar y hacer cosas terribles».
Cómoda en la novela negra, a diferencia de lo que le ocurrió cuando empezó, por encargo, a escribir novelas románticas, le gusta documentarse con forenses y otros especialistas, y, para La hora azul, también ha hecho investigación en el mundo del arte, al que es muy aficionada.
En cuanto a nuevos proyectos, deja caer que tiene muchas ideas, que suele plasmar por las mañanas, aunque «no todas se acaban convirtiendo en novela».
De todas maneras, deberán esperar, porque ahora girará por varios países dando a conocer a sus nuevas criaturas de ficción.