Diario de León

Alfredo Álvarez: «Fuimos educados en la tribu»

Al nacer en un pueblo en la ya posguerra éramos criados en esa inmensa y noble tarea de transmitir valores». Alfredo Álvarez, profesor universitario, entusiasta de su origen leonés y sarieguense, cumple su deseo y mantiene la llama que transmite

Ya en ‘El río de los sueños’, Alfredo Álvarez escribió desde la ficción sobre los recuerdos de Sariegos.

Ya en ‘El río de los sueños’, Alfredo Álvarez escribió desde la ficción sobre los recuerdos de Sariegos.Benito Ordóñez

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Escribir sobre Sariegos. Hace tiempo que la idea le rondaba la cabeza y de hecho lo hacía. De hecho, en ficción ahí está su libro El río de los sueños. Pero tenía pendiente esta cuenta Alfredo Álvarez Álvarez en forma de gran recopilación histórica. Y llega así a Sariegos en la memoria. 170 años de gobierno municipal, que además de ser un ejercicio de esfuerzo literario y documentación es en gran medida la forma de mostrar su gratitud y orgullo de su origen rural con León como telón de fondo.

—¿Cómo se encuentra el deseo de escribir con el lugar en el que empieza a descubrir la vida?

—Mi primer libro, publicado en 1994, fue precisamente sobre el pueblo de Sariegos y, en aquella ocasión, se trató de una obra de carácter etnográfico en la cual la historia ocupaba también un papel esencial. En el caso de Sariegos en la memoria: 170 años de gobierno municipal, hablamos de un libro de historia, desde la creación del municipio, en 1853, hasta el presente. Se trata, por tanto, de un trabajo de investigación en el cual la ficción no tiene lugar, como ocurría con un libro mío anterior, El río de los sueños, que presentaba una serie de relatos, mitad realidad mitad ficción inspirados en cada uno de los cuatro pueblos del municipio. En este caso, el libro surge de un proceso de trabajo bastante laborioso en el cual me he visto en la necesidad de revisar aproximadamente unos 13.000 boletines oficiales de la provincia, que ha sido una de las fuentes primarias ya que, como es conocido, el Ayuntamiento de Sariegos fue pasto de un incendio en 2001 en el que desaparecieron todos los documentos que habrían constituido la base primordial del libro.

—¿Una vez que acaba el libro, siente que ha alcanzado sus objetivos?

— El camino ha sido doblemente satisfactorio, de un lado me he familiarizado con el árbol genealógico del municipio, observando la presencia de muchas familias en la vida pública y, de otro, he tenido ocasión de comprender por qué Sariegos es hoy un ayuntamiento de éxito, de dónde procede esa bonanza económica que presenta en la actualidad. De ambas cuestiones he aprendido y, como es obvio, hoy conozco mucho más a las personas por haber investigado las actividades públicas de los antepasados. De hecho, he tenido ocasión de observar la presencia de verdaderas sagas, de familias que han ejercido una influencia notable en la vida pública. Por otra parte, entender que esos más de 35.000 euros actuales de renta per cápita del municipio no son fruto de la casualidad o de la gestión exclusiva de los últimos veinte o treinta años, sino que se trata de un proceso que se ha ido configurando a lo largo de siglos, es para mí de una enorme satisfacción puesto que explica algunos de los porqués esenciales del momento actual. En concreto, me refiero a que la clave para comprender el hoy del municipio sarieguense tiene una razón, y es la propiedad de la tierra, sin la cual no estaríamos donde estamos, de eso estoy seguro. Por otro lado, este proceso de investigación me ha dado ocasión de conocer algunas vidas extraordinarias que, de no haber escrito el libro, ignoraría. De hecho una de las derivaciones más evidentes la constituye una novela en la que me encuentro trabajando en la actualidad, y que narra la aventura vital extraordinaria de un maestro, Ricardo Rodríguez García, nacido en Sariegos en 1915. De ideas republicanas, se vio obligado a esconderse durante la guerra civil, a lo largo de veinticinco meses, en un agujero bajo la cama. Tuvo que salir y entregarse por habérsele gangrenado una pierna, que finalmente tuvieron que amputarle. Represaliado para la docencia, su vida fue un ejemplo de humanismo. Por esta razón me ha parecido que su historia personal merece ser contada y conocida.

—¿Por qué en el contexto de su vida se merece un libro Sariegos?

—Por diversas razones, la primera de todas porque, como he mencionado anteriormente, he intentado explicarme de dónde procedemos, quiénes eran nuestros antepasados, porque prefiero estudiarlo a romantizarlo, a crear un imaginario inexistente. Esta pulsión por conocer lo anterior a nuestra existencia me parece que la compartimos todos los seres humanos y yo, por suerte, he tenido ocasión de estudiarlo y también las posibilidades para hacerlo.

—¿Qué papel ocupa Sariegos en el contexto provincial?

— En León tenemos la inmensa fortuna de que, desde hace bastantes años, un conjunto de hombres y mujeres, sin pretensiones económicas y sin otro objetivo que bucear en el pasado para darlo a conocer, hemos ido componiendo, a base de pequeñas crónicas de pueblos o municipios pequeños, lo que yo creo es la gran historia de la provincia.

—¿Si hiciera un libro sobre León le saldría algo parecido?

—Supongo que sí aunque, ciertamente, sería mucho más complicado. En ese caso las dimensiones son algo enormemente importante. En Sariegos en la memoria, la columna vertebral la componen los más de cuarenta alcaldes que, con más o menos acierto, han desempeñado el cargo en el Ayuntamiento. En el caso de León, por razones obvias, la tarea sería mucho más laboriosa y quizá el esquema propiamente del libro debería variar, pero sería igual de apasionante.

—¿Al final la vida son recuerdos de un patio de Sariegos?

—Una de las ventajas de haber nacido en un pueblo en la ya lejana posguerra es que éramos educados por la tribu, por el grupo. Sin pretenderlo, vecinos y vecinas colaboraban en esa inmensa y noble tarea de transmitir valores, formas de hacer, modos de comportamiento, maneras de sentir. Eso nos lo llevamos como una enorme riqueza que nos acompañará siempre. Yo no tengo la experiencia de cómo es educado un niño de barrio en una ciudad, pero cuando comparamos el número de personas que formaban parte de nuestro universo vital en aquellos primeros años sesenta del siglo pasado, que podían ser en torno a unas cien, con las que acompañan la vida de nuestros niños actuales, es decir, la familia y poco más, no puedo menos de sentirme orgulloso y honrado de haber vivido una formación para la vida en la que el sentir colectivo, la noción de pertenencia a un clan, a una comunidad, han contribuido de forma esencial a darme a conocer el mundo.

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