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Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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Proteger las moradas

es el nuevo poemario de José Luis Puerto, con ecos teresianos. El texto final, en prosa, nos habla del encargado de dar la luz, con la hermosa imagen de la bombilla que desde un vano común ilumina dos estancias: luz de la niñez, de la pobreza antigua, de la memoria, de la palabra poética que salva lo perdido; luz que protege de las sombras, de la noche: «Protege las moradas de lo que más importa. Y quien hace posible esa misión no es otro que el poeta. El encargado». ¿De qué moradas nos habla el poeta? «Proteger las moradas / Salvar los territorios primordiales / Frente a cualquier devastación»; muchos versos podríamos traer a cuento relativos a esas moradas que hay que resguardar de la intemperie existencial del hombre: «Protege la memoria...».

Y el poeta lo hace desde la depuración y la transparencia. No es extraño que poetice un cuadro de Tàpies (son muchos los poemas sobre pinturas y pintores en el libro de Puerto) en el que la sobriedad de trazos puede entenderse como purificación e inmersión en el núcleo más recóndito de uno mismo, donde reside lo más secreto. Proteger las moradas es preservar ese territorio anímico y vital, y sólo la memoria resuelta en poesía puede hacerlo.

Muchos son los signos a los que se agarra la memoria de los «días niños»: los seres cercanos (madre, padre, abuelo), el candil, la niebla, la nieve..., sin que la idealización a que propende el poeta haga olvidar la precariedad real de «aquel tiempo hermoso y mítico». Ocurre que esos signos lo son también del rumor de lo que fuimos y de lo que somos como destino, de las pérdidas sucesivas, con la conciencia de no poder escapar de la urdimbre del tiempo.

La poesía de Puerto se va llenando de señales que alumbran nuestro entendimiento de la misma. En este poemario destaca el símbolo de lo blanco, que, en último extremo, se identifica con la luz, y esta con la plenitud, aunque no duradera, sino sujeta al flujo temporal. Lo blanco -“claridad y transparencia- es un anhelo vital de honda presencia en la poesía de Puerto, anhelo de despojamiento interior; de ahí que vaya unido a signos como el desnudamiento invernal, y sobre todo a la nieve, que crea un ámbito pacífico y virgíneo, de levedad y silencio propicios para la meditación y el recogimiento. Las sábanas protectoras resultan otra recurrencia, como lo es la ropa tendida «con su blancura intacta». «Caligrafías blancas del invierno»: signos que hay que descifrar de un tiempo precario, pero con «frutos de oro», signos de la «memoria primordial» que en la intemperie del vivir sirven de consuelo, calor y compañía. De ahí que el poeta los rescate.

Quizá otros lectores puedan entrar en

Proteger las moradas

por otros caminos: el que lleva hacia el jardín, otro símbolo esencial de Puerto, o el que impregna de un aroma de fraternidad, de compartir la pobreza, etc. Si tal aroma se origina en aquellos seres que acompañan en la infancia (abuelo, padre, etc.), el poeta podrá entregar el calor recibido a los desvalidos, a los humildes y desposeídos que viven en la precariedad desde la dignidad interior. Quizá por todo ello la palabra de Puerto acaba siendo nuestra palabra y la memoria rescatada también nuestra memoria.