Diario de León

La venganza como epicentro de curiosas biografías

Publicado por
NICOLÁS MIÑAMBRES
León

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Como la novela ganadora del Premio Planeta, la finalista se ambienta en el mundo de la novela negra, localizada básicamente en un cigarral de Toledo. En el Cigarral de la Cava coinciden una serie de escritores, invitados por doña Agustina Pons, una anfitriona generosa y exquisita que pretende revivir y limpiar de adherencias negativas el prestigio de su marido, Alberto Pons. Poeta laureado en tiempos del franquismo, su relación con ciertas ideologías y personajes comprometedores puede dañar su imagen. Pero la muerte de Fabio Arjona, uno de los invitados más relevantes, trastoca los planes de la anfitriona. Entre los trece escritores invitados se encuentra Ignacio Arán, un meteorólogo que, detective aficionado, pretende adentrase en el mundo de la literatura y será el que, indirectamente, resuelva el conflicto planteado.

Fabio Arjona será el epicentro del terremoto humano que supone la confesión de los asistentes en su relación con el muerto. Dada su repugnante condición, todos guardan de él una imagen extremadamente negativa, lo que les hace teóricos culpables que han actuado consumando la venganza. Así planteada, la novela se transforma en una novela de biografías convergentes, alimentadas todas ellas por la execrable condición del muerto. Sólo Nacho Durán, el meteorólogo, mantiene el distanciamiento suficiente para observar con razonable objetividad lo ocurrido y tratar de aclararlo. Con él colabora su amigo Rodrigo,

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informático y aficionado también a las actividades detectivescas. El lector asistirá así a un panorama negativo y sombrío del mundo de las letras, dada la condición miserable de quienes lo representan. Como buena novela negra, en

Muerte entre poetas

abundan las pistas falsas, manteniéndose a lo largo de toda la obra el interés del desenlace. Aclarado el culpable de la muerte de Fabio Arjona, el bloque «Tres meses después» aporta nuevos datos que sirven para cerrar de forma circular la novela.

La obra será del agrado de los lectores, especialmente de los relacionados con el mundo de la creación literaria. Narrada con agilidad, sorprende sin embargo una peculiar y abundante utilización de ciertos recursos muy forzados, especialmente las comparaciones y metáforas, rudas, gratuitas y, con frecuencia, poco literarias. Sirvan de ejemplo algunas perlas retóricas: «el pasillo (...) lucía una atmósfera dramática y silenciosa (p.33). «Un hombre bajo y corpulento, que semejaba estar bordado contra el fondo del río Tajo» (p.35). «Siempre le había fascinado el color del aire» (p.55). «Tenía un humor intempestivo, que estallaba igual que un balón relleno de aceite hirviendo cuando nadie lo esperaba» (p.126). «Y los labios de la mujer se hincharon como brotes de soja rociados con agua fresca» (p.264). O «El inspector Gámez Osorio les arrojó una mirada penetrante.» (p.297). Sin olvidar el empleo erróneo de ciertas expresiones populares como «Nikita, que era tonta como un haba» (p.338), o de alusiones cultas: «Ulises y su porquero» (p.128). Son sólo una muestra mínima de limitaciones estilísticas que deberían haber pasado por el filtro de una minuciosa corrección.

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