Frente Norte
or las mismas fechas inmediatamente posteriores al 18 de julio, a pesar del paso de la columna de mineros astures, de la huelga general convocada fugaz y precipitadamente y de una movilización popular prorrepublicana que resultó minoritaria, y fue rápida y férreamente reprimida, la provincia de Legio quedó casi por completo bajo el control de las fuerzas militares, que habían respondido positivamente al «alzamiento nacional» -”como de antemano tenían concertado, en lo que era «un secreto a voces» barruntado por todo el mundo, menos por el mismo Gobierno republicano-” y se habían sumado a la rebelión contra éste, al que finalmente resultaron desafectas la casi totalidad de las tropas afincadas en todo el territorio legionense.
En el norte de la provincia, sin embargo, cuenca minera de tradicional combatividad, las cosas no iban a resultarles tan fáciles a los alzados y, antes de llegar a imponer su dominio y declarar allí su estado de guerra, habrían de hacer frente, por partida doble, a una milicia organizada desde los sindicatos obreros y los partidos de izquierdas, en la zona babiana y aledañas, donde a la vez estaban surgiendo numerosos brotes de espontaneísmo guerrillero, difíciles no ya de contener, sino de detectar.
Por otra parte, desde los montes de Homania -”donde estaba enclavado Valle Verde, y que enlazaban con los montes de Babia en el cercano puerto de Magdala-” hasta el límite norteño provincial, el territorio había quedado convertido en trampolín de avance «nacional» hacia importantes capitales próximas a la costa, en especial la capital astur y la localidad de Fabreda, sede de una importantísima fábrica de armas, a cuya ocupación pensaban oponerse los milicianos copando las alturas cantábricas de los puertos de Calcáreos, Vidolina y Canadanedo, únicos pasos naturales y practicables entre una y otra zona: la «zona nacional», en la casi totalidad de la provincia de Legio, y la «zona republicana», en la provincia norteña vecina.
Según la estrategia de avance diseñada por el Alto Mando de los militares sublevados, un coronel, Luis Montagua, iba al mando de la columna que, siguiendo el cauce del río Homania, avanzaba en dirección al puerto, para reunirse en Villastino -”la más importante población minera de la franja noroccidental de la provincia de Legio-” con otras dos columnas también procedentes de la capital, pero que seguían distintos itinerarios, una de ellas por el valle Nula y otra por la cuenca del río Socil, que nacía en cumbres compartidas pero en vertiente opuesta a la del río Homania. Éste recibía, en Cruces, la afluencia impetuosa del Valle Verde, al que a su vez tributaba, más arriba, un pequeño subafluente que figuraba con la denominación de Arroyo de Martis.
l hallazgo del nombre genitivo de Marte, el dios de la guerra, había sorprendido sobremanera al coronel Montagua, cuando por la noche estudiaba detenidamente, en el cuarto de banderas del cuartel general de Legio, uno de los mapas del servicio geográfico del Ejército, donde se detallaban todas las cotas, montes, ríos, valles, caminos y roderas de los territorios que él empezaría a «ocupar» al día siguiente, según el reparto de las jefaturas e itinerarios de las columnas en avance hacia el Norte diseñado por el Alto Mando.
Al ver en el mapa el nombre de Martis, Montagua se había olvidado momentáneamente de la gravísima circunstancia de insurrección militar en la que estaba participando, y que exigía entregarse de cuerpo y alma al funcionamiento de la infraestructura bélica, para abandonarse a la súbita pasión de encontrar, en el mismo mapa y en los alrededores de ese mismo Arroyo de Martis, todos los topónimos que sugirieran alguna relación etimológica latina, tema que sorprendentemente le seguía interesando, a pesar de que ya había pasado mucho tiempo desde que había estudiado algún curso de Historia Antigua en la Universidad Central, antes de decidirse a mantener la tradición familiar y a entrar en el Ejército en el que habían servido su progenitor, su abuelo y hasta su bisabuelo, que era quien quizá le había legado la tendencia a la participación en el asalto al poder civil
manu militari
, fórmula política castrense que en España tenía un clarísimo arraigo decimonónico y aún conservaba, como saltaba a la vista, buena parte de su predicamento.
ero en ese momento de tal noche de julio del año 36 del ya trajinado siglo XX, lo que más le había interesado de repente al coronel Montagua había sido la pista que acababa de encontrar en el mapa de las montañas de Legio, ese Arroyo de Marte, o tautológicamente «de Martis», con el que ya había empezado a elaborar una hipótesis apasionante, sobre todo si le permitía olvidarse, aunque sólo fuera por un instante, de la indeclinable conciencia de que estaba participando en desencadenar una guerra en España que, si no se saldaba en seguida con un triunfo inmediato, era seguro que iba a arrastrar a centenas de miles de españoles a la muerte.
«¡Arroyo de Martis! Qué ironía, o casi -”más bien-” ¡qué cinismo!», se reprochó el coronel, por fijarse ahora precisamente en eso, mostrarse sensible a una mera referencia etimológica e histórica, que ya nada podía tener que ver con la ineludible conciencia de su responsabilidad, a la que simplemente podía estar queriendo eludir, para escapar a la tensión psicológica y a la presión ambiental que se respiraba en el cuarto de banderas, en la vigilia de empezar la campaña de guerra al día siguiente por las montañas de Legio.
¡Claro, Legio...! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? La ciudad conservaba ese nombre por haber servido de asiento a una de las más importantes legiones que Roma había establecido en la Hispania Citerior para proteger las excavaciones de aquellas famosas explotaciones auríferas romanas -”«Las Medulas»-” que él no tendría ahora ocasión de ver, dado que se le había asignado un itinerario convergente, pero distinto.
Su misión consistía en avanzar con su columna mixta, partiendo desde Legio, en dirección noroeste, hasta encontrarse el río Urbis, seguir su curso hacia su confluencia con el río Homania y remontar el cauce de éste por el puerto de Magdala, hasta llegar a Villastino, la más importante localidad de la vertiente suroccidental de la cordillera Cantábrica en tierras legionenses. Se trataba de la famosa, aunque poco conocida, comarca de Babia, de antiguas e irónicas resonancias significativas, que quizá se convertirían ahora en referencias más serias, e incluso trágicas, dado que allí era probable que las tropas «alzadas» se encontraran con una fuerte resistencia de las espontáneas milicias republicanas, que iba a determinar la fijación de lo que iba a ser el primer frente de guerra por aquella zona, es decir, lo que de antemano, tal vez, constaba ya en los papeles del Alto Mando como posible «frente Norte».
(De
Guerra en Babia
,
María Luz Melcón.
Ed. Seix Barral,
Barcelona, 1993. 360 pp.)