A raíz del hallazgo de un pergamino-¦

Galardonada con el II Premio Ateneo de Novela Histórica de Sevilla, El Evangelio del Tíbet es una voluminosa novela que con respecto al lector presenta una dualidad clara: o a uno le aburre soberanamente o uno se convierte casi en un seguidor incondicional de lo que en ella se contiene. La razón hay que buscarla, evidentemente, en su argumento centrado en la figura del que es su indudable protagonista, Manuel Nájera, un arqueólogo y paleógrafo español, vasco para más señas, experto en los Manuscritos del Qumrán o Rollos del Mar Muerto. La narración discurre de la mano de uno de sus amigos, periodista de profesión, que va desvelando las claves de la historia: su matrimonio con la extraña Carmen Urkiza y la muerte de ésta (de la que Manuel Nájera es acusado formalmente), el adulterio del narrador con ella y, sobre todo, la obsesiva teoría de Nájera sobre la historia de Cristo que comienza a elaborar a finales de los años setenta a raíz del hallazgo de pergamino Q4 Therapeia : «Cristo no resucitó porque no murió. Una vez que lo tendieron en el sepulcro y lo ungieron con aquella sustancia prodigiosa, resurgió de su estado agónico y se puso en camino». El hallazgo en el Tíbet indio de la Puerta de Mulbek y, bajo él, un templo que contenía un Libro de Cristal pone a Manuel Nájera en camino de Ladakh en busca de «las huellas de Cristo después de que lo crucificaran. Una segunda vida, un nuevo camino, una misión pendiente-¦».

Pero Manuel Nájera desaparecerá sin dejar más rastro que un grueso cuaderno que el cónsul de Katmandú entregará a su amigo quien hace la promesa de escribir su historia a partir de los testimonios que recoja en el Tíbet, entre quienes le frecuentaron «en su última aventura».

Con esas claves, el lector decidirá si El Evangelio del Tíbet le interesa o no.