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VÍCTOR DEL REGUERO
León

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M ucho se ha escrito sobre don Paco Sierra Pambley, la fundación de sus escuelas y, en concreto, sobre la de Villablino. Fue ésta la primera de las creadas, la más conocida y también la que más hombres formó -”haciendo honor a aquel principio institucionista de formar hombres para la vida -” para sembrarlos luego por el mundo. Sin embargo, la intrahistoria de la misma no ha salido a la luz, siendo una tarea pendiente aún rescatar del anonimato la cantidad de biografías de hombres singulares que permanecen sumergidas al albur de la Historia. Las historias de quienes enseñaron, aprendieron o hicieron posible aquel sueño de ilustración lacianiego que la manteca, y algún sabio como Manuel Díaz Seco, doraron. No en vano, aquella es conocida como la época dorada , en alusión al color de la manteca fina que la hizo famosa y a la brillantez de sus resultados sociales.

En 1887 llegaría a Villablino Manuel Díaz Seco con la misión de iniciar las clases de la sección agrícola. La escuela se había puesto en marcha un año antes, con su sección mercantil, de la mano del asturiano Cipriano Álvarez-Pedrosa Fanjul, que permanecería en ella sólo dos cursos. El nuevo profesor Díaz Seco debía de ser una persona próxima al círculo de los institucionistas, a la par que apreciada, pues aparece citado como Manolito en algunas cartas. El joven había nacido en Sopeña de Cabuérniga -”Cantabria-” el 11 de julio de 1862 y pronto don Paco le dispensaría una formación importantísima en varios establecimientos agrícolas de Francia.

Díaz Seco recibiría en los primeros meses de 1887 enseñanzas en la Escuela de Lechería de Coigny para estudiar la fabricación de quesos, a la que don Paco Sierra daba mayor importancia . Desde allí enviaría, a éste, una caja con los productos que elaboraba. La manteca es efectivamente muy buena y me alegro de que esté fabricada por Díaz, a quien agradezco su recuerdo , manifestaría don Paco a Cossío. Tras ello, regresaría a su tierra cántabra, donde recibiría nociones también por parte del institucionista Augusto González de Linares, para llegar a Villablino a finales de agosto de 1887 y preparar los exámenes de ingreso de la sección agrícola de la Escuela de Sierra Pambley.

No cambian los planes

La marcha de Cipriano Álvarez-Pedrosa no cambiaría los planes de don Paco Sierra y los institucionistas, que continuaban la expansión de las clases. En los últimos días de octubre los institucionistas viajaron a Villablino y fue entonces cuando Juan Alvarado Albo, ilustre profesor gallego muy recordado en la localidad, verá por primera vez el Valle. Huérfano de padre apenas dos años antes, había sido posiblemente recomendado por Augusto González de Linares al círculo institucionista. A Juan Alvarado le acompañaría su hermano pequeño, Ventura, que con catorce años, sería alumno de la Escuela de Sierra Pambley en el curso siguiente y para el que, desde entonces, Juan fue un auténtico padre.

Los institucionistas Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío seguían muy de cerca la metodología pedagógica de los nuevos profesores y les enviarían novedades sobre avances educativos en aquellos primeros tiempos. Así, les harían llegar publicaciones sobre el Orfelinato Prévost -”Cempus, Francia-” en el cual el pedagogo Paul Robin aplicaba un sistema de enseñanza que sirvió como modelo para auspiciar la Escuela Moderna. Con aquel material Juan Alvarado y Manuel Díaz Seco organizarían dos chifladuras en la Escuela de Sierra Pambley, siguiendo los métodos de Robin en la escenografía y la colección de láminas. Para la colección de láminas -”escribe Alvarado a Giner el 28 de noviembre de 1892-” después de haber utilizado los catálogos de máquinas y las ilustraciones (muy pocas), que tenemos Manuel y yo, contamos con alguna parte de esos montones que tendrán ustedes por ahí. Le ruego, pues, que nos envíe pronto una buena remesa para aprovecharla como origen de trabajo manual (recorte y pegado) en los calechos y después en las clases, pues hasta para hacer vocabulario necesitamos emplear láminas .

La normalidad y la incertidumbre lógicas de los inicios de cualquier iniciativa parecían haber desaparecido en la Escuela de Sierra Pambley cuando, en el verano de 1890, los patronos se reunían en Villablino. Gumersindo de Azcárate escribirá a Giner de los Ríos el 22 de agosto informándole estar del todo satisfecho de los profesores y de los alumnos. Es una delicia contemplar la interior satisfacción de esta milicia. Los chicos, contentos, sin cansancio, encariñados con los profesores y ofreciendo un aspecto de alegría e interés que da gusto. No creo que haya en toda España una escuela en que el castigo consista en prohibirles venir a clase dando lugar a que pidan llorando que se les levante la pena .

En ese año volvería Manuel Díaz Seco a viajar a Francia para perfeccionarse en la fabricación de quesos y estudiar la ganadería lanar . El viaje, que se prolongaría más de lo pensado en un principio, suponía una verdadera satisfacción para don Paco, que no puso el menor impedimento para becar los estudios de uno de sus profesores en Rambouillet, región francesa que da nombre a una de las más importantes razas ovinas laneras. Desde allí escribiría el joven profesor para informar a los institucionistas de que había estudiado todo lo relativo al ganado lanar y se proponía hacer lo mismo con el cabrío. Don Paco le escribiría el 30 de julio de 1890 mostrándole el deseo de que se consagre exclusivamente al estudio de la fabricación de quesos, a fin de vencer las dificultades que ha encontrado y pueda encontrar, pues con este objeto principalmente ha hecho el viaje ; estudio, el de los quesos, que para él era de la mayor importancia , fijándole regresar sólo cuando haya vencido las dificultades que ha encontrado en la fabricación . Una ampliación del tiempo de la estancia en Francia que haría ascender, naturalmente, los gastos de la beca; a don Paco le sorprendían en ocasiones las cartas del joven profesor, pareciéndole algo extraño que, habiéndole entregado 2.200 reales a mediados de un mes, a finales del mismo le pidiera más dinero. Gastos que, a pesar de todo, los daría don Paco por bien empleados si consigue el fin que nos hemos propuesto, especialmente el relativo a la fabricación de quesos , tal como confesaba a Cossío el 22 de julio.

La primera manteca fina de España

Poco a poco, la preparación de Manuel Díaz Seco en materia láctea irá haciendo posible la elaboración de manteca en la escuela -”fue la primera manteca fina hecha en España, en 1890-”, y aunque don Paco no veía bien que fuera vendida, al final accedería. Entre otras razones, no quería perjudicar a las industrias que ya estaban establecidas en la comarca, para la venta de manteca, chocando sus intenciones con las del joven profesor, que deseaba hacer las cosas -˜a lo grande-™ y no limitarse a la enseñanza.

Algo que no sería, en cualquier caso, fácil en un principio, ya que Díaz Seco aventuraba la dificultad de hacer comprender a estas gentes la importancia de la mejora en la fabricación de manteca y queso y por ello ver anunciarse en el país un progreso manifestado en el establecimiento de fábricas . Sin embargo, para ello hacía falta más leche, lo que implicaba la necesidad de más cabezas de ganado, y mayores pastos, pues la escuela sólo tenía dos vacas y la cantidad de leche que daban, junto con la negativa de don Paco a comprarla a otros ganaderos, hacía que la manteca fuera insuficiente para darla a conocer y a más resultaría a la vez que caro en parte también más difícil de hacer que otra cantidad mayor . Así se lo explicaba a Cossío en una carta el 3 de septiembre de 1890.

Manteca que Díaz Seco y Alvarado enviaban a los patronos, pero que tenía aún defectos en su sabor, debido a que las leches que compramos -”escribe Díaz Seco a Cossío el 26 de marzo de 1891-” provienen de vacas alimentadas con paja y hierba solamente , por lo que los profesores pensaban mejorar en mucho ese sabor cuando las vacas salgan al campo, pues según estas gentes, es en primavera y otoño cuando deja de tener la manteca el sabor seboso que hoy tiene y adquiere ese aroma deseado . Diversas cartas de la época demuestran un interés de patronos y profesores por corregir determinados defectos que irán viendo en la manteca fabricada, como el colorante o su conservación, aunque Manuel Díaz no perderá ocasión para recordar que la estaban haciendo sin un local conveniente y sin agua, ni buena, ni mala .

Manuel Díaz Seco se convertirá en director de la escuela y decidirá asentar sus raíces en el Valle, pues el puesto de trabajo que disfrutaba no podía ser mejor y, además, su preparación parecía poco menos que haber sido diseñada a medida para el centro educativo lacianiego. Hasta tal punto, que el 24 de junio de 1891, cuatro años después de su llegada, contraería matrimonio con Concepción Herrero Garci-Martin, una joven madrileña con raíces segovianas que había llegado al Valle unos años antes y residía en la Casa de la Concha de Llamas de Laciana, que a ella misma debe su nombre. El joven profesor participaría la primavera anterior al enlace la noticia a Manuel Bartolomé Cossío, cuando pretendía de una manera seria a la que por su esmerada educación recibida en un colegio de Francia, sus aficiones agrícolas y en general a las mismas que yo tengo, me ha hecho fijarme en ella .

Pero diversos problemas surgirían sólo un año después y el matrimonio terminará en separación. A causa de ello, a Manuel Díaz Seco comienza a rondarle una idea en la cabeza; emigrar a América, quizá influido por las noticias que llegaban de algunos de sus alumnos, ya para entonces allí, o quizá porque sus padres ya lo habían hecho antes. Don Paco Sierra, y especialmente Cossío, conocedores de su valía, tratarán de convencerle para dirigir la Escuela de Hospital de Órbigo, pero Díaz Seco, consciente de que sus estudios se enmarcan sólo dentro del programa educativo de la Escuela de Villablino, lamenta que todo esté en este momento condicionado a la influencia de las gentes de este país, que no ven la fealdad de mi mujer y consideran como delicadeza extremada la mía al así pensar y obrar .

Abandonar el Valle

En varias ocasiones, entre 1892 y 1895, Manuel Díaz Seco mostrará a los patronos su deseo de abandonar el Valle. Imposible ya de resistir tanto tormento que sobre mí se acumula por muchos motivos , escribirá en 1892, pidiendo insistentemente poder abandonar su puesto en la escuela y que los patronos le recomendaran algún lugar al que ir, lo suficiente para que trabajando como sea y donde quiera pueda encontrar que comer en cualquier punto de América, punto donde pienso dirigirme con la sola aspiración de alejarme lo más posible de esta tierra cuna de mis desgracias . El profesor, que se veía falto de autoridad y de estímulo y afición por el estudio , sólo quería rodar por el mundo perdiendo el bienestar que tengo y que no encontraré pero sí consiguiendo el estar lejos de mi nueva familia , que tras la separación tantos disgustos le había causado.

Hoy podemos decir que fue una auténtica pena que Manuel Díaz Seco se viera envuelto en una serie de circunstancias que convirtieron su prometedor destino, que tal vez hubiera sido el del Valle, en dramático. Es muy probable que, de no haberse dado tales circunstancias, hubiera continuado durante toda su vida en la localidad, al frente de una escuela en la que él supo iniciar una época dorada que, tiempo después, sería recordada con afecto por sus protagonistas y ponderada con admiración por quienes conocieron sus laureles.

Finalmente, nuestro protagonista abandonaría la escuela y Villablino en el verano de 1895, trasladándose a la localidad cántabra de Vega de Carriedo, en cuya fábrica de leche y manteca La Pasiega desempeñaría un importante puesto durante algunos años. Los ganaderos de la misma ya habían solicitado sus servicios tiempo antes, lo que unido al deseo del profesor de irse del Valle tras el fracaso de su matrimonio y la negativa de don Paco a dotar a las clases de maquinaria lechera más moderna, le hizo tomar la determinación. Pero finalmente, la estancia cántabra de Manuel Díaz Seco no sería tampoco muy extensa y el antaño profesor terminará emigrando a Argentina. Allí fallecerá muy joven, el 26 de mayo de 1905, a los cuarenta y dos años en la Ciudad del Paraná -”Provincia de Entre Ríos-” a causa de una nefritis.

En 1911, con ocasión de las bodas de plata de la Escuela de Sierra Pambley, sus alumnos testimoniarían su gratitud al profesor fallecido y será su hijo, Cristino, quien agradezca el gesto tan emotivo. Hoy ya nadie queda de aquella época para recordar a Manuel Díaz Seco, sus enseñanzas, su historia, su entrega a una tierra que no fue la suya pero en la que sembró la primera semilla de porvenir que otros luego continuaron. De él sólo ha quedado una fotografía deteriorada, unas pocas cartas y vagos recuerdos. Un siglo tal vez es demasiado para que un pueblo recuerde con la nitidez con que debiera sus deudas, pero no suficiente para el olvido de un sabio al que debemos mucho.

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