Hasta que mis venas se vaciaron en la luz
En junio del pasado año publicamos en Filandón la reseña de Extravío en la luz , un conjunto de poemas de Antonio Gamoneda con preámbulos, en plural de Amelia Gamoneda, e ilustrado -”grabados, letras, números, figuras esbozadas, color-” de Juan Carlos Mestre. Pero era aquella una edición no venal publicada por la Escuela de Arte de Mérida en hojas sueltas; en diciembre de dicho año reaparece con formato muy amplio, de lujo, y a la venta, la edición primorosa de aquel libro. Y nos parece que, puesto que es el libro del que podrá disponer el lector interesado, debemos dar cuenta de él, aunque los textos e ilustraciones sean los mismos. Decíamos allí que los seis poemas de Gamoneda eran extraordinarios, pero a eso ya nos tiene acostumbrados, y que anunciaban, si no una nueva voz, sí un modo nuevo de acoso a la memoria personal y civil del poeta, originando, por ejemplo, el poema «Ha de llover», que oímos por vez primera, en la propia voz del poeta, un 25 de abril, en el diálogo poético Gamoneda-Gelman que tuvo lugar un nuestra ciudad. Pero me detuve más en los dos textos de su hija Amelia, que sin desprenderse del entrañamiento filial realiza un acercamiento a la poesía paterna pleno de comprensión crítica, hasta el punto de que quizá sea uno de los intentos más altos de explicación de un poeta que ha gozado de aproximaciones penetrantes. Repito lo dicho al respecto en mi primera reseña. Amelia Gamoneda conoció al poeta, como tal, al entrar en la adolescencia, cuando su padre escribía en el soto de Boñar, allá por 1976, Descripción de la mentira : «El libro resultaba difícil de comprender», pero su potencia enunciativa ganó lectores que convirtieron al autor en «un poeta de culto, pero de culto para iniciados». Amelia da cuenta después de esa dificultad, a pesar de que las referencias no sean ajenas a la vida del poeta, pero «aunque son reales, no se componen en representación convencionalmente realista». Son muy sugerentes las razones que Amelia ofrece sobre el efecto de extrañamiento que la poesía de Antonio Gamoneda nos produce, acaso por la elaboración simbólica desde una «raíz de realidad que nunca abandona»; «esa realidad extrañada en símbolo» potencia dicho extrañamiento por una enunciación que en Descripción de la mentira es «una voz que asume una memoria con una carga visionaria...». Resulta difícil sintetizar un pensamiento lector tan rico de aventura y de afecto consciente volcado sobre el libro último por ahora de Gamoneda, Cecilia , en el que vemos desembocar de modo natural -“según la explicación de Amelia- la poesía de su padre, ahora abuelo: «No es mi oído filial, sino mi oído poético el que me dice que en ellos hay una voz potente que vibra».
El preámbulo consta de otro apartado en el que Amelia Gamoneda habla de tres modos de memoria en relación con el padre-poeta: el acto de memoria con «implicación ética» que supone su poesía, la memoria familiar y la «memoria mía y no del poeta», la que Amelia tiene de su escritura: «En mi memoria de siempre mi padre es un hombre que escribe; o mejor dicho, es un hombre que trabaja en la escritura»; es hermosa la evocación del sonido de las teclas de la máquina de escribir, que en la memoria de la hija «se confunde con el de las máquinas de bordar que mi abuela pedaleaba incansablemente en una galería».