Del orden en la voz brotan sonidos y visiones
Con el título de Escondido y visible recoge Ildefonso Rodríguez su poesía. De sus diferentes libros nos hemos ido ocupando a medida que llegaban a nuestras manos. Su escritura difiere del discurso poético convencional, del ritmo consabido, del desarrollo narrativo con desenlace previsible, de la temática habitual y de la facilidad en todos los sentidos. Antonio Ortega traza el prólogo de Escondido y visible y nos hace ver la independencia del poeta y su parentesco con la escritura de M. Suárez, O. García Valdés, M. Casado y otros, dando el nombre prestado de «generación retardada» a estos poetas que suelen obviar la vía generacional en favor de la voz individual; pero las afinidades no son difíciles de detectar; son poetas que crean «espacios lúcidos de resistencia»; es verdad, pero todo termina siendo tradición y hoy son poetas estudiados, antologados y editados algunos en ediciones de cuidada distribución. No se trata de glosar el prólogo de Ortega, pero podemos retener algunas palabras que definen el campo poético de Ildefonso Rodríguez: fraseo, ritmo (música), sueño («poesía que suena y sueña al mismo tiempo»), fragmentarismo como marca, voz de voces, «la vida de un sujeto en busca de su propia identidad...
«Esta Obra reunida ha sido ordenada según un criterio que funciona en el interior del conjunto», escribe el poeta, con rupturas a veces de la cronología. De una u otra forma, aquí tenemos su obra hasta el momento. Escrituras materiales llama el poeta a sus textos primeros (1971-1978): materia física de la letra y del sonido para describir otras materias, las de la realidad, yuxtapuestas en buena parte, sin subordinación, como un «relato» en fragmentos y «humoso», apenas visible; las formas verbales del nosotros evocan tal vez a los sujetos generacionales del relato. «Saxofones y ritmos de café»: la amistad, el sabor de la palabra, de la música, «el sentido de los huecos / las marcas de la repetición»; y la tensión verso-prosa, otra marca de la casa. Pero no hay espacio para tratar de cada libro, de Mantras de Lisboa (1986), Libre volador (1988), La triste estación de las vendimias (1988), Mis animales obligatorios (1995), Coplas del amo (1997), Escondido y visible (2000), Política de los encuentros (2003) y el incorporado a esta edición, Por los lugares comunes . Me contentaré con ofrecer brevemente algunas claves que a mí me han servido para confiarme en la lectura de una poesía que no nos gana por lo acostumbrado y a la que tenemos que llegar con otro oído.
«Contemplación» se titula un poema: ver, decir; nombrar desde una perspectiva; instantáneas muchas veces de «lo inmediato», con el sujeto escondido, aunque visible; yuxtaposición de frases, de objetos.
«Escondido y visible»: hacer visible por la palabra lo oculto o la percepción no común, el detalle fútil, también lo perdido; hacer tangible el pensamiento, materializarlo en sonido; hacer patente lo real; «a fuerza de realidad fluye la irrealidad»; también fluye de los sueños, fuente de poesía; escondidos y visibles también los personajes de sus poemas, esbozos, siluetas, huellas, más que definidos.
«Fraseo» es palabra querida por el poeta; equivale a «modo del canto»; al margen de la métrica tradicional, su modo de canto, de ritmo, de música lo distingue, pauta su decir, delimita su territorio. La extrañeza viene de ahí. También del sujeto, desvaído a veces, de quebrada identidad otras, inmerso en el nosotros en ocasiones, en otras, doblado; pero hay un yo amo de la palabra, de las coplas, de un espacio personal, de los intersticios de un tiempo más visible en algunas sorprendentes elegías.
El lector de la poesía de Ildefonso Rodríguez cuenta con la dificultad como modo de lectura. El propio poeta lo entendió así, al trazar un escolio o explicación al fin de Mantras de Lisboa . La dificultad ha sido marca de la buena poesía, de Góngora a Mallarmé, de Eliot a Lezama. En ella reside la extrañeza y el gozo estético a lo largo de más de quinientas páginas de poesía: un fervoroso festín.