Diario de León

Si en el agua escribí y hablé en el viento

Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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A la espera de la publicación de los Sofismas , a los que dedicó buena parte de su tiempo en los últimos veinte años de su vida, aparece ahora el volumen de la Poesía completa de Vicente Núñez, que nació (1926), vivió y murió (2002) en el pueblo cordobés de Aguilar de la Frontera. Poeta leído con entusiasmo por unos pocos, en estos años ha ido ampliándose el interés por una obra breve, pero intensa: estudios, publicaciones, congresos y números especiales de revista muestran el crecido ámbito de lectura de una obra que tiene en Poesía su cuerpo más consistente y duradero. El volumen lo prepara y prologa Miguel Casado con la lucidez a que nos tiene acostumbrados.

Con prolongados silencios en determinados momentos, la obra de Vicente Núñez se concreta en escaso número de títulos. El primero fue Elegía a un amigo muerto (1954), un solo y largo poema que nos gana no sólo por la emoción que rezuma, sino por una fecundísima imaginería en la que la naturaleza forma el rizoma que da savia al poema; al intenso sensorialismo se une, además, un sentido rítmico que recuerda los mejores momentos de quien fue su amigo, Pablo García Baena; desde mi punto de vista la Elegía es, dentro del género, uno de los poemas de más elevada nobleza, de sentimiento transitivo más profundo. Los días terrestres (1957) rescatan la memoria de un pasado vivido como pérdida, lo que origina «una vaga tristeza» que es lo que solemos llamar melancolía, tonalidad sentimental del poemario; los largos alejandrinos en poemas caudalosos dan vía a una voz aún elocuente, cargada como en el primer libro de ricos efectos sensoriales. En 1980, tras un período de silencio de más de veinte años, aparecieron los Poemas ancestrales , escritos muchos años antes: empaque retórico, sintaxis arborescente y ahondamiento en los motivos de la pérdida, la ausencia y la muerte. El más celebrado de los libros de Vicente Núñez es Ocaso en Poley (1982), nombre árabe de Aguilar de la Frontera. El cambio de formas es evidente: abandona el poeta cierta liturgia de la palabra y ciertas abstracciones barroquizantes a favor de lo conciso, del poema breve, acercándose a la canción tradicional, por más que no abandone el tono melancólico característico, esta vez ceñido al tema amoroso. Las cinco Epístolas a los Ipagrenses ( Ipagrum era el nombre latino de Aguilar) cobran un aire meditativo que en algunas combina, a la manera de Claudio Rodríguez, con los sabores cotidianos, esos «albañiles del alma» de los que habla. Tras algunos libros breves y de tonos diferentes (ironía, gracejo o acidez), en los diez Himnos a los árboles (1989) logra Núñez uno de sus títulos más consistentes; el poetas invoca e interroga a los árboles con altivez expresiva sobre los hondos misterios del vivir. Rojo y sepia se publicó póstumo en 2007: brevedad, concisión, amor (rojo), recuerdo (sepia)...; palabra exigente que nombra para poseer: «Si pronuncio, proclamo el mundo».

Adicto al verso tradicional, al de arte menor y al endecasílabo y el alejandrino, Vicente Núñez nos seduce con la cáscara de sus palabras, bajo las cuales anida un poeta romántico por amor y clásico por destino.

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