El beso de la diosa
R afita sabía que, cuando llegase a casa contando que le había besado la diosa Diana en el Museo Arqueológico, nadie se lo iba a creer. Es cierto que, en otras ocasiones, había visto a algunos habitantes del Olimpo -”normalmente se escondían detrás de los cortinajes amarillos del cuarto de estar-” y hasta había conversado y jugado con ellos; pero es que, en esta oportunidad, Diana Cazadora le había cogido en brazos y le había dado un beso mientras le apretaba contra su pecho.
Aquella misma mañana, Pasión, con el ánimo lleno de dudas, se encontraba, rígida como un maniquí, al pie del altar, con su ramo de azahar, su velo de novia y junto al hombre al que iba a jurar amor y fidelidad hasta la muerte. Los bancos de la iglesia rebosaban de invitados que se la imaginaban sonriente. Si hubieran podido verla de frente, les hubiera extrañado su expresión hierática, ese rostro que no dejaba traslucir ninguna emoción. Pasión, que nunca ha querido casarse, ha llegado al día de su boda casi sin darse cuenta.
Un par de calles más abajo, Rafita, que según asegura su madre, es un trasto fuera de control, va con sus compañeros de párvulos y una maestra que sobrevive a las jugarretas de los alumnos porque tiene una voz que silba como un látigo, a visitar el Museo Arqueológico. Es la primera vez que cruza una calle sin su madre y está encantado, se siente mayor, independiente... Hace tiempo que sabe que lo es, pero ni su madre ni su padre se quieren enterar y no le sueltan ni un momento. Córdoba está preciosa en primavera. Rafita aún no ha dado con la palabra justa para describir sus emociones pero se siente como un califa.
E n la iglesia, el oficiante le repite a Pasión la pregunta que marca el punto culminante de la ceremonia. Quizá porque, inconscientemente, la tiene ya muy pensada, Pasión no duda y, por primera vez en su vida, se atreve a imponer su voluntad: «Ni de coña. No me caso ni de coña». Sin saber cómo, se ve corriendo por la nave central del templo en busca de la salida. Ni se da cuenta de que el velo se le ha quedado enganchado en el primer banco, el ramo de azahar no recuerda si se le ha caído o lo ha tirado, la falda se le ha desgarrado y, ahora, sólo es un pingajo por encima de sus rodillas y la larga capa, que partía de sus hombros y se prolongaba en una cola de siete metros, se ha hecho jirones y parece la clámide de un jinete de vuelta de las guerras Púnicas. Pasión corre por las calles cordobesas deseando desaparecer ¿Cómo enfrentarse a su familia, a los invitados, a su novio de toda la vida? ¿Qué decir? Necesita tiempo. De repente, ve frente a sí la espléndida portada renacentista de un palacio que ha visitado muchas veces: es el Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba, es el lugar preciso. Seguro que a nadie se le ocurre buscarla en sus salas.
H ace cinco minutos que Rafita ha entrado en el museo. Va saltando a la pata coja y riendo de felicidad. Aún no se lo ha dicho a nadie porque lo ha decidido esa misma mañana pero, cuando sea mayor, se dedicará a la Arqueología. Su madre le esperará con el puré de verduras en una de las jaimas del campamento pues, aunque es un poco gruñona y Rafita lo sabe mejor que nadie, también es la mujer más bella del mundo y piensa casarse con ella. Lo contenta que se va a poner mamá cuando le vea llegar de las excavaciones con una estatua de mármol de la diosa Hera o de Afrodita o de Palas Atenea... Rafita conoce muy bien las Mitologías del Mediterráneo porque, a la hora de comer, su madre le distrae con los cuentos del Olimpo para que no se entere de que le mete la cuchara en la boca.
Por fortuna, a esta hora hay pocos visitantes. Pasión ha atravesado el patio y se ha dirigido a las salas de Cultura Romana. Le gusta la estatua de Afrodita agachada pero, en este momento, no está como para admirar obras de arte. Rafita, escondido detrás de una columna, se despista de sus compañeros y de la «seño». Oye a los chavales que suben en tropel a las salas musulmanas. Ahora podrá jugar tranquilo a gobernador de la Bética. De súbito, descubre a la diosa y se queda embobado mirándola.
-” No tengas miedo, pequeño. No soy un fantasma.
-” Lo sé -”le responde Rafita que ha notado el respingo de la diosa que, sin duda, se ha asustado más que él, al verle entrar-”. Eres la diosa Juno ¿a que sí? Te he reconocido por las tres diademas con las que te sujetas los rizos y por esa capita que llevas, que dice mamá que es una clámide.
-” Si fuese una diosa, sería Diana Cazadora porque no voy a casarme nunca. Escucha, creo que te están llamando. ¿Eres Rafita?
-” Sí, sí, es la «seño» pero, oye, mi mamá y yo vamos a iniciar unas excavaciones arqueológicas. Si quieres, puedes venir con nosotros. A lo mejor nos tropezamos con algún pariente tuyo y, además, necesitaremos gente que limpie los cacharros que encontremos.
-” Lo pensaré -”respondió Pasión mientras alzaba a Rafita en sus brazos y le daba un beso-”. Te prometo que lo pensaré. Hoy, me gustaría desaparecer, irme muy lejos.