Bembibre y el filandón
P or lo tanto, para llevarlo a cabo se requería eso, -¦ un sitio caliente. Hay que tener en cuenta que era la forma que tenían aquellas gentes de pasar largas tardes y noches del invierno.
Los hombres sentados a un lado y las mujeres enfrente filando. De ahí filandón . Y allí, en el local que fuere, a la luz de faroles, aguzos (palos secos de urce que se clavaban inclinados en la pared por un extremo y se encendían por el otro), candiles, candilejas, lámparas, velas-¦ y allí se contaban historias de lobos, de desaparecidos, de indianos, de infidelidades, de la guerra, del sacamantecas, se traían a colación leyendas, refranes y adivinanzas, se hacían torneos verbales, se cortaban trajes-¦ Cuando eran jóvenes los que lo hacían, éste solía terminar en baile durante el cual surgían noviazgos que normalmente desembocaban en la sacristía .
Recuerdo cierta ocasión en que mi abuela estaba hilando. Ensartó en la piña de la rueca una vara abierta en cuatro partes en un extremo que se mete bajo el brazo por el otro, un copo más que abundante de lana y con los dedos pulgar e índice lo hiló, a continuación bailó el fuso (huso), una especie de peonza grande, y devanó el hilo en él, finalmente se puso a tejer. La estuve observando un rato hasta que me atreví a pedirle una rebanada de pan con un chorrín de aceite y un asomo de azúcar, pero para mi decepción me contestó:
- No me importunes ahora, hijo, vuelve más tarde que tengo que terminarle estos calcetines sobre-marianos (calzoncillos que llegan hasta los tobillos), a tu abuelo para que no se me acatarre en la mina.
Otros asistentes
¿Por dónde iba, que me salí del surco? ¡Ah, sí! A menudo a los filandones también asistían el boticario, el maestro, los guardias que en su ronda nocturna entraban a calentarse y a pesar de que la iglesia no los aprobaba y los perseguía, pues se relajaban las costumbres , finalmente fueron admitidos con la única exigencia de que en ellos también se rezase el rosario u otras oraciones, aunque sólo fuera para moderarlos con su presencia; en algunas ocasiones también tomaba parte el cura.
A veces alguien llevaba unas castañas que echaba sobre la chapa de la estufa o una pava con café-¦ de malta o achicoria, claro, café-café ¡ni soñarlo! Había, pero de extranjis . Lo traían de Portugal los estraperlistas por la Ruta de los Contrabandistas : venía desde Moveros a Rabanales de Aliste (en el exterior de su iglesia hay dos enormes falos de piedra que algún cura los bautizó con el nombre de «los nabos del diablo»), pasaba por Alcañices, Villardeciervos, Mombuey, terminaba en Muelas de los Caballeros en la comarca zamorana de La Carballeda (carvallos-robles)* cerca ya de Castrocontrigo, Justel y la Sierra de la Cabrera, desde donde se distribuían.
No recuerdo muy bien si era en el paquete de Sical o en el de La Negrita donde ponía: ¡ O melhor café do mundo ! Además de café, traían máquinas de coser Singer, chocolate, fideos, galletas, aceite, medicinas, prendas de vestir, tabaco, algodón-¦
Pero esto es otra historia o prehistoria que aunque no venga muy a cuento no me he resistido a contársela. Me disculpo diciendo que empezar hablando de una cosa y acabar allá por los Cerros de Úbeda constituía, por lo general, la norma de aquellas reuniones.
Al surco. Durante el desarrollo del filandón , algunos hombres le daban tientos al jarro de vino cascón (vino peleón de las viñas del Bierzo Alto) y otros sorbían lentamente, para que durase, el aguardiente de una copa minúscula. Y no era raro, que después de tanto libar , alguien, tal vez nubladas ya las entendederas por los vapores del alcohol, gritase: ¡Viva el vino! ¡Abajo la cultura! Entonces, quizás el cura, puede que el maestro, mirándole de soslayo y tocando la cabeza exclamara: ¡No habla él! ¡Habla el vino!
Una forma de pasar el tiempo
El filandón era una forma de pasar el tiempo. Qué iban a hacer si apenas había radio.
Después de la guerra pocos tenían una radio de válvulas, algunos de galena y televisión no hubo hasta finales de los cincuenta. La T.V. acabó, en poco tiempo con aquellos maquinistas que venían por los pueblos, de higos a brevas, con un primitivo pero ingenioso proyector; la cinta daba mil vueltas de rodillo en rodillo hasta llegar al foco de luz, proyectaban sobre una sábana colgada de la pared del salón o del bar, unas películas mudas a las que ellos mismos ponían voz. Pasados unos años ya eran sonoras. A menudo había que gritar: ¡Fono!
A finales de los cuarenta, se reunían en casa del que tuviera una radio. Podía ser una potente Campbell de cuatro válvulas rectificadoras o una Universal, más modesta, daba igual-¦ con tal que cogiera la Pirenaica: ¡Habla Radio España Independiente, estación Pirenaica! ¡Además de por nuestras habituales ondas de 19, 25 y 26 metros, transmitimos todos los días por estas ondas volantes sin interferencias! Sus noticias constituían el orden del día a debatir posteriormente en el mentidero ; con mucho cuidado, a hurtadillas, porque las paredes oían .
Pocos años después ya había radio en muchos hogares. Se escuchaba El Parte y Lo toma o lo deja en Radio Nacional, Peticiones del oyente en Radio Intercontinental, Yo soy el zorro, zorro, zorrito de Pepe Iglesias y su silbidito, Nene apunta, Matilde, Perico y Periquín, Ruede la bola, Ustedes son formidables , El Milagro de Lourdes en La Sociedad Española de Radiodifusión, La Hora del Ángelus en Radio Barcelona, El Gran Musical en la SER. No me olvido de una serie de ciencia ficción, a la que «estábamos enganchados»: Diego Valor , el bueno, contra Mekong , el malo, ni de la canción del cola-cao: Yo soy aquel negrito del África tropical que cultivando cantaba -¦ tan pegadiza y tan machacona. Y ya en los sesenta casi todos las cafeterías, bares y tascas tenían T.V.
Bembibre, años «de maricastaña»
En Bembibre, por aquellos años de maricastaña, los domingos había baile en « La Invencible» (C. Castilla, cerca de la Plaza) . «Tacholines» , llamado el Maestro , tocaba la flauta y el tamboril; el Manivelas, Sito y otros más , el organillo. También teníamos la Taurina, el Casino y en el Cabaret La Paloma, algunas noches se podían ver espectáculos (con mallas).
Les voy a contar una anécdota de allá por los años cincuenta. En un filandón en la cantina del Cariñoso; sentados alrededor de la estufa, seis o siete hombres y otras tantas mujeres; cardando lino unas e hilándolo otras, charlaban. Fuera se veía como si fuera de día pues la luna llena allá en lo alto, brillaba en todo su esplendor, hacía un frío que pelaba. De los aleros y alpendes colgaban pinganillos, carámbanos, chupiteles, calamocos-¦ Y cuando se producía uno de esos silencios sepulcrales y se suele decir que ha pasado un ángel, se oía el aliento temeroso de la noche. Y si para colmo un noctámbulo rezagado pasaba de retirada por la Plaza, el eco lúgubre del clac-clac de las tachuelas de sus madreñas (las almadreñas se transforman en galochos: derivado de galocha, cuando son viejas, están rajadas y tienen chapas y lañas alrededor para que no se rajen más), al chocar contra el hielo del suelo, resonando bajo el corredor de la casa, hacía estremecer a más de un parroquiano.
Los tertulianos hablaban de Girón el maquis , bandolero para unos y valiente guerrillero para otros, cuando, de repente, explotaron algunas castañas en la chapa de la estufa y a la vez chirriaron los goznes de la puerta de la calle. Junto con una ráfaga de viento glacial, entró la pareja de la Guardia Civil. El Cariñoso y algunos más tardaron días en recuperar el color de la cara.
¡Qué tiempos aquellos! ¡Y fue ayer! Pero si había personas en los pueblos que vivían en pallozas o algo parecido. En el mío por ejemplo, la Sra. Escolástica habitaba una casa ruinosa, hacía su vida en un cuartucho renegrido por el humo del llar , usaba pregancias (cadenas sujetas a una viga del techo) para colgar sobre las llamas el perol y trébedes (soporte de tres patas) para poner sobre ellas los potes y arrimarlos al fuego. Por todo mobiliario, tenía una alacena, un escañil, una mesa y unas sillas desvencijadas y un catre sobre el que reposaban un colchón andrajoso relleno de paja y sobre él, arrebujados, unos cobertores mil veces remendados-¦ Al otro lado del tabique, un cañizo de bimbrias y barro, rumiaban unas pocas cabras y a veces, presumiendo de su menguado harén, cacareaba un gallo ¡Ay si aquella buena mujer levantara la cabeza hoy y pudiera contar las vueltas que ha dado la vida! Si pudiera ver en la pantalla del ordenador a través de la webcan a sus nietas de la Argentina, a las que no conoció, o hablar con ellas por el móvil. ¡Cousas do demo! exclamaría y sin duda volvería a agacharla.
Hasta la madrugada
Me desnorté de nuevo. Retomo de nuevo el hilo.
Algunas noches los participantes estaban tan a gusto que no se enteraban de la hora que era, hasta que por las rendijas de las ventanas entraban las primeras luces del día y los gallos madrugadores anunciaban la nueva jornada laboral. Entonces se daba por concluido el filandón y, sin entretenerse en despedidas, iban el cura a sus misas, los guardias a sus pesquisas; a su maquila el molinero, a la mina el minero; el maestro a sus deberes, a sus pucheros las mujeres; el boticario a sus potingues, a sus hojuelas Melindres ; a sus tahonas los panaderos, a sus enjuagues los cantineros-¦ Es decir, ¡cada pardal a su espigal !
La Concejalía de Cultura del Ayto. de Bembibre por mediación del historiador Manuel Olano, quiere recuperar aquella costumbre. Está bien, muy bien. Pero para ello es preciso disponer de un local amplio y decorado con el mayor realismo posible. Quiero decir que si hay que colgar de un varal unos chorizos, un jamón o una buena pata de cecina de chivo, hoy una cosa, mañana otra, pues se cuelgan y si hay que decorar un rincón con un tonel lleno de vino del Bierzo y unas hogazas de pan de centeno para darle más realismo al acto, pues se decora. Las castañas vendrán por añadidura. Finalmente, aconsejo hacer los filandones en invierno.
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* Datos curiosos de esta Comarca: En Muelas, empieza la ruta del Jardín de Fenal o del Indiano: bosque centenario y muy extenso, al que no dejan ver los muchos árboles exóticos y singulares que tiene. Fueron traídos por un lugareño que se hizo rico como viajante del mahón. Esa tela de algodón que tanto juego dio. La fabricaban en Nankín (China). Los barcos mercantes la traían hasta Mahón (Menorca).