Bajo cualquier puente del mundo pasa el río de nuestra infancia
Antes que Ministro de Cultura fue poeta, naturalmente. César Antonio Molina publicó sus primeros libros de versos en el decenio del setenta; uno de ellos, Últimas horas en Lisca Blanca (1979) lo editó la colección «Provincia» cuando la administraba Gamoneda. En 1991 reunió sus obras en Las ruinas del mundo y en 2006 vio la luz una extensa antología de su creación lírica, El rumor del tiempo (1974-2006) , en la que podemos seguir el ritmo de una obra que aúna pensamiento y experimentación. Eume es un texto de cierta amplitud; apareció primero en gallego y ahora lo hace en edición bilingüe con algunos poemas añadidos y con 32 páginas prologales de L. G. Soto, excelente interpretación del poemario, aunque reducida a lo temático en lo fundamental. El Eume es un río gallego y es también el territorio que baña; en su nombre Eu-me (yo-me) va inclusa la función de espejo de ese río que, como el de Narciso, refleja, pero, a cambio, no ensimisma ni atrae hacia el fondo. Lo expresa muy bien el prologuista, que considera Eume un libro de meditación en el recorrido viajero que traza por medio mundo, de Pekín al Norte de Europa, con el río de la infancia como opción de regreso, como centro de ese vaivén viajero, como vuelta también al pasado y como punto de partida para sucesivos retornos. El río se convierte, de este modo, en nudo de red en la que se entrelazan culturas, religiones, literaturas y filosofías diferentes: Oriente y Occidente básicamente; como expresa el prologuista, «el Eume funciona como un hipertexto, como un enlace en la pantalla de un ordenador», como un texto de textos. Lo cierto es que el río, desde Heráclito, ha sido fuente de poesía.
«Obligado a esperar durante varias horas en el aeropuerto de Pekín debido a las inclemencias del tiempo, pienso que ya estarán las lluvias cayendo sobre el Eume»: este es el largo título del primer poema: una circunstancia adversa en un lugar del lejano Oriente no hace perder la perspectiva personal, que nada sería en arte si no la universalizara el poeta: «En el aeropuerto de Pekín / el río humano de pasajeros perdidos / también se llama Eume». Y así, desde el texto de entrada nos damos cuenta de que el Eume, río de infancia, es el centro del mundo, río de ríos que vienen a confluir en aquel, igual que sus aguas fluyen bajo todos los ríos. Unidad de lo diverso y centro de lo disperso, referencia vital elevada a símbolo, todos los manantiales saben al agua del Eume, porque el río es origen, sucesión y retorno, imagen al que referir las imágenes otras del mundo y de la vida, modo de «nombrar lo real en lo imposible».
«El hombre como el Eume / nunca es más dueño de sí mismo / que en el silencio / que en la oscuridad». La filosofía oriental alienta en versos como los anteriores, como lo hace el Tao en otros: «¿Para qué hablar? / ¿Acaso habla el Eume?». El que sabe calla. A hablar enseñan los hombres; a callar, los dioses, dice el poeta: «¿Acaso el Eume no es un dios?». Otro poema afirma: «El Eume sabe», sus aguas han visto el molino harinero faenando y lo ven ahora en ruinas: «La mejor universidad está en hablar contigo». La soledad, el silencio, la meditación: el río como fuente del callar y del saber. El afán de silencio, necesario para quien desea «aprender de nuevo a respirar» origina un hermoso poema de sólo ocho versos, «Junto a los meandros»: un lugar para ser uno lo que es en el silencio, vivir callado, ser, nada más: quietismo más de origen oriental que otra cosa, sin el sentido místico de alguno de los nuestros.
He inquirido en una línea del poemario entre las varias que se podrían seguir, un único meandro entre los meandros de un Eume poéticamente caudaloso, feraz y eterno porque eternos son los deseos del hombre.