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Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

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Hay una línea de poesía clara, tan cerca del corazón como de la cabeza, que quiere ganar al lector desde la palabra cálida y cercana. Es el caso de Joan Margarit, como lo fue el de Ángel González o, de otro modo, el de García Montero, poetas próximos, en amistad y poesía, al catalán, que el pasado año fue premio de la Crítica y premio Nacional con Casa de Misericordia . En su nuevo poemario, Misteriosamente feliz , en catalán y castellano, como nos tiene acostumbrados, incide en sus modos de poetizar, como es natural. Una de las piezas se titula «Leer poesía», y constata: «Cuando acabo este libro de poemas / de Celan, no sé ni qué me ha dicho / ni qué quiso decirme. Ni tan solo / si pretendió decirme alguna cosa. / Hay tanto miedo en un poema hermético». No sé si el miedo es del poeta o del lector, pero Margarit termina hablando de contenedores y de vacío y basura: «Silencios y vacíos están hechos / sólo para los ángeles. Contienen / el miedo a la basura. La basura del miedo». No sé yo muy bien ahora qué es lo que ha querido decir Margarit, pero al leer a Celan ¿no se tiembla en el pozo del dolor ajeno, aunque no lo entendamos? En contraste, la poesía de Ángel González la ve así: «un lugar limpio, bien iluminado». Línea clara y efecto emocional puede ser buena definición para la poesía de Margarit, que, por lo demás, traza un poemario repleto de imágenes (la lluvia, la nieve, la casa...) como espejo del yo. Una de ellas se reitera en distintas versiones: la casa solitaria, tal vez con una ventana abierta e iluminada, la que resta por cerrar de una vida, la de ese sujeto, trasunto del poeta setentón que se ve y se siente viejo. En uno de los poemas la casa es una abadía restaurada: «soy vejo y no deseo que se me reconstruya... / No hay otra claridad que la del propio fuego».

El asunto de la vejez impregna de sentido temporal esta poesía. «Cuando el pasado empieza a ser mentira» y se entrevé un futuro «sin mí», el presente no es más que un paréntesis huidizo. El poeta no adopta, sin embargo, una actitud rabiosa o rebelde, sino más bien resignada, sosegada, con la calma que sigue a la tormenta, como expresa en un poema. Tal actitud brota del pensar que nada se puede hacer contra el tiempo, lo que no quiere decir que en ocasiones no haya sobresaltos y miedos; pero lo que predomina es esa actitud calmada ante el hecho de irse despidiendo para siempre de muchas cosas. «Cuando acaba el tiempo / es tan desolado atreverse a soñar»; pero el presente trae a veces, en medio de la fuga, situaciones en que uno se puede sentir «misteriosamente feliz», aunque lo que sobresale es un sentimiento de soledad íntima y de tristeza, algo que no pueden paliar ni siquiera los afectos que han ido o van acompañando a uno en la vida y que están muy presentes en estos poemas que confederan soledad y amor, piedad y tristeza, calor y cercanía sentimental.

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