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Publicado por
León

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Maripachi había superado con creces la mocedad. Era viva, desenvuelta... y afinadora de pianos. Un día fue a hacer un servicio al castizo barrio madrileño de Lavapiés. Dejó el ciclomotor encadenado a un árbol, subió al último piso, tocó el timbre y al otro lado de la puerta apareció un tipo enorme, de minoría étnica, entrado en años y más oscuro que un enigma. Al ver a Maripachi bien peinada, muy pintada sobre color intemperie y atrevidamente arropada, quiso despacharla con voz cansina y ademán esquivo:

-”No apetecer ahora servicio «mujera»...

-”Oiga, buen hombre, antes de que se acabe de ausentar, me dé con la puerta en las narices y archive mi imagen para siempre en el burdel de su cerebro, ¿no es usted don Odongo Teté, de la -˜Troupe Jazz Malí-™?

-”Odongo soy y de la -˜Troupe Jazz Malí-™, pero llamarme colegas «Tocateclas».

-”Vamos a ver, señor Tocateclas, no se equivoque, ¿usted no ha llamado por teléfono esta mañana a -˜Cuerdas y Viento-™ para que le afinen el instrumento?

-”Sí, yo telefonar ese «establenomiento», pero no a «mujera»...

-”¡Un momento, caballero, qué es eso de «no a mujera»! -”interrumpió Maripachi, soltándole sin contemplaciones la siguiente homilía-”:

-”¿Quién le ha dicho a usted que las manos femeninas no están capacitadas para afinar pianos? ¿Quién mejor que nosotras para ese menester? Que ¿por qué? -”adivinando su pregunta-”. Pues, simplemente, porque las hembras somos más sensibles y tenemos las manos más finas y delicadas que los machos. Además, las mujeres bebemos las palabras, que es como decir que tenemos más abiertos los oídos. Uno de los principales rasgos de nuestra feminidad es que nos enamoramos por el oído, mientras que lo característico de lo masculino es enamorarse por la vista. Nos gusta oír cosas bonitas de los hombres, que aquí en España llamamos piropos. No entender esto tan sencillo, disculpe, es de machistas.

Abrumado por la homilía convertida en filípica, «Tocateclas» se defendió exhibiendo sus enormes uñas cafeínas y dientes de marfil:

-”Yo no «marxista», por «fagor», Odongo «dicer» que «mujera» sólo ser para otras cosas: hijos, casa, lavar, coser, «panchar», «cochinar»...; no afinar pianos.

-”¡Y vuelta con «mujera»! Pues estas manos, para que se entere -”mostrándoselas, una por arriba y otra por abajo-”, son de señora, seeeñoooraaa, nada de «mujera», narices, y aunque le cueste creer, llevan más de 20 años manipulando diestramente los pianos de blancos, de negros y de amarillos: Yamaha, Kawai, Petrof, Weber, Steinway, Bosendorfer... y Kamasutra, si lo hubiera, y ninguno se me ha resistido..., todavía. De modo que, o me deja pasar, don Odongo Tocateclas, de la -˜Troupe Jazz Malí-™, o tendrá usted que llamar a otra empresa para que le ponga a tono el piano. Usted verá lo que le tiene más cuenta.

Entonces el inconmensurable Tocateclas se hizo a un lado perezosamente, indicando con su índice descomunal una puerta a un lado del pasillo.

Maripachi, con la parsimonia de quien domina la situación, procedió a satisfacer el problema musical de la demanda, apretando las clavijas a una desvencijada pianola, con más dedos encima que las cuentas del rosario de la madre Teresa de Calcuta o que el pasamanos de la escalera del infierno, siempre bajo la incrédula mirada de aquel tipo que no la apartaba ni un solo instante. A punto de concluir, oyó de nuevo la voz interrogadora del veterano gigante de los teclados:

-”«Mujera» también templar «orgá..», «orgásnos»...?; no saber «dicer» en español...

-”Óoor-gaaa-nooos -”alargando considerablemente las sílabas-”; orgasmos es otra cosa. Sí, señor, «mujera» -”con gesto de resignación-” pone a punto tanto electrónicos de la última generación como de fuelle ya marchito. También dejo operativos vetustos organillos, acordeones, harmonios... y hasta templo gaitas, si es el caso.

Y, mientras Maripachi comprobaba el buen acabado de su obra verificándola con un combinado de notas de Mood Índigo , de Duque Ellington; la Marcha fúnebre , de Chopin; y El barberillo de Lavapiés , de Barbieri

-”pues sabía adaptarse muy bien al sujeto, al objeto y al lugar-”:

-”Ya puede usted dar perfectamente la nota con su instrumento, don Odongo. Son 70 euros.

-”Ser la única vez que Odongo pagar «mujera» por me afinar...

-”Alguna vez tenía que ser la primera.

-”«Mujera» nunca decir...

-”Oh, no se preocupe, don Odongo, nadie sabrá por estos labios -”estallando con energía Maripachi dos dedos contra la boca cerrada-” que una «mujera» le anduvo a usted en el instrumento.