Cerrar
Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

Está sentado en un sillón, delante del televisor. La ruleta termina de girar y la música anuncia el final del programa. El hombre no parpadea, absorto en lo que las imágenes le quieran mostrar.

Anuncios. Colonias. Autos que consumen poco y van conducidos por hombres varoniles e intrépidos. Hipotecas más baratas. ¿Es una falsa impresión, o a veces la poesía se transforma en comercio? El hombre sigue impasible. Quizá espera que empiecen las noticias de la noche.

Se escucha la sintonía de los informativos. El planeta gira sobre sí mismo, y deja traslucir la figura de la presentadora, seria y distante, a la espera. Sonríe tímidamente ante la cámara, con reflejo aprehendido a fuerza de repetirlo una y otra vez. La cámara, objeto inerte, la enfoca en un plano medio único. Sus manos se agitan, con levedad también adquirida, sobre papeles que no lee y bolígrafos que no utiliza. El hombre observa sin parpadear.

Un blindado atraviesa una población. Civiles apenas armados con unas piedras y sus gritos, les hacen frente. La voz en off resuena de fondo, y las bombas y los gritos quedan apagados por las frases de la cadena de noticias. Un hombre herido observa, con ojos que no miran, la cámara que le enfoca. En una elipsis inimaginable, hombres perfectamente trajeados -corbatas grises, trajes grises, zapatos grises- firman documentos sobre una gran mesa ovalada, y se dejan fotografiar a los pies de unas escalinatas que siempre parecen las mismas, aunque los lugares de los acuerdos sean diferentes.

El hombre apenas suspira. Su respiración, vacía de interés, se acompasa al ritmo de los rayos catódicos de la televisión. No hay alteración en su ritmo cardíaco. Deja que su cerebro vaya clasificando las imágenes que se le muestran, y que las encasille, de forma mecánica, en los cajones de la memoria.

La locutora sigue leyendo en esa pantalla que no ven los televidentes. Ahora son barcos pesqueros que se retuercen entre las olas de un mar rabioso. Hay marineros ahogados, y otros desaparecidos. Una mujer llora su viudez. Otra, la falta de ayudas y la necesidad de salir a jugarse la vida. El hombre del sillón apena musita otra cosa que un silencio cómplice. Sus recuerdos son un viaje por alta mar, hace unos años.

Inmutable, fiero en su estática pose, el hombre sigue viendo las imágenes que se van desgranando a lo largo del informativo. Un accidente de carretera. Otra noticia desagradable que no altera su corazón. Sus ojos están vidriosos, hipnotizados por el reflejo de la pantalla colorida que se expande por la pared. Un accidente de tráfico. Una mujer y dos niños pequeños muertos. La locutora se recrea en la noticia. La triste noticia que acaba de suceder en pleno centro de la ciudad. El hombre contempla calles harto conocidas, y grupos de curiosos que absorben la tragedia como si en ello les fuese la vida.

Inmutable. Hace diez minutos. El coche es rojo, la sangre también. Su rostro apenas se contrae cuando una imagen en directo, desprovista de censura, capta la matrícula del vehículo. Inmutable.

Hace un rato que su mujer y sus hijos deberían estar en casa. La muerte se presenta vestida de noticia. El hombre no se inmuta. Su corazón, acostumbrado a dar pasos pausados e insensibles, se ha parado justo en el mismo instante en el que ha reconocido en los muertos a su mujer y sus hijos.

Cargando contenidos...