Diario de León
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VICENTE M. ENCINAS

L arga y agitada vida tuvo el nuevo Señor. Nació en la segunda década del siglo XV y murió en 1513. A punto estuvo de cumplir los 100 años. Los súbditos le apodaron «El Viejo». Su padre, Hernando de Vega Escobar, murió prematuramente (1438), cuando aún no había alcanzado la treintena, a consecuencia de heridas infligidas en sórdidas batallas entre Condes y Reyes. Su madre, Beatriz Portocarrero, había llevado al matrimonio, como dote, las tercias de Toro y Zamora concedidas por Juan I a su padre. Procedía de una familia portuguesa establecida en Toro y pertenecía a la más alta burguesía municipal de la Villa. El matrimonio tuvo tres hijos: Juan, Lope y Brianda. A Juan, como primogénito, le correspondió el mayorazgo de su padre, con epicentro en Valverde, mientras su tío, Lope de Vega estaba en posesión de otro mayorazgo, cuyo centro de jurisdicción era Grajal. Ambos mayorazgos comprendían la mayor parte de las Villas de León y Castilla occidental. Cuando Juan de Vega heredó el mayorazgo de su padre, Beatriz Portocarrero se apresuró a tomar posesión de Valverde, en nombre de su hijo Juan, «que estaba en minoría de edad», al no haber cumplido los veinticinco años. En la toma de posesión, ante los Alcaldes de Valverde, juró con fuerte compromiso, ser tutora y administradora de los bienes de sus hijos y no contraer segundas nupcias. Esta escena la repitió en los restantes lugares de mayorazgo de su marido y en nombre de su hijo.

Único Señor

El día 4 de septiembre de 1443, Lope de Vega renunció en su sobrino Juan de Vega «El Viejo» al mayorazgo de Grajal y a todas las villas que su padre le había dejado. Juan «El Viejo» quedó como único Señor, al unificar los mayorazgos instituidos por su abuelo.

No es de extrañar la solemnidad que se imprimió aquel día en la Plaza Mayor, junto a la desaparecida iglesia románica de San Miguel y a un palacio agrietado, a punto de desmoronarse. Juan «El Viejo», con vestimenta rebuscada y exponente de su categoría señorial, asumía la total jurisdicción, civil y criminal, de todos los lugares del Señorío, se declaraba Señor de horca y cuchillo, con la prerrogativa de alto, bajo, mero y mixto imperio. Brillaba, con destellos verdes y ocres, la seda de su almilla, rematada por el blanco cuello escarolado. Botones relucientes de vidrio y zapatos leonados completaban la figura del Señor, que deslumbraba a sus vasallos. Recibió juramento de obediencia del Corregimiento, del Fiscal, del Procurador de Pobres y del rabino más notable de la Judería de la Villa, que representaban a los súbditos sin derechos, ante el Señor de sus vidas y haciendas. Todos pusieron su mano izquierda sobre los Evangelios e hicieron la señal de la Cruz con la derecha. Poder y religión unificados. Recorrió luego altivo, investido y aceptado como Señor, las calles empedradas de Grajal, minadas de bodegas subterráneas, aclamado temblorosamente por el pueblo, entre casas solariegas, clericales e Iglesias de ladrillo. La necesidad y la miseria envilecen.

Su tío Lope de Vega, que no era trigo limpio, carecía de descendencia y siempre estuvo junto al Rey de Navarra, lejos del Mayorazgo heredado. Adujo en su cesión de Grajal a su sobrino «la voluntad de ingresar en la Orden de Calatrava y tomar, en ella, el hábito y la Cruz». Era la estopa que cubría la mentira de un señor temperamental, conflictivo e impetuoso, hasta el punto de ser excomulgado por el Papa Nicolás IV, por violación de derechos humanos en Sahagún, aunque en aquellos tiempos los violasen todos los poderosos.

Años antes de la cesión, Juan «El Viejo» se había convertido en un «mozo» elegante, distinguido, gomoso y refinado que atraía a las hijas de la nobleza de forma irresistible. Una de ellas perdió la noción del tiempo y del espacio y acarició el sueño de matrimoniarse con él. Se llamaba Isabel de Guzmán, hija del Contador de Castilla y de la Duquesa de Villalba. Beatriz columbró y tejió en su cabeza la lana de aquella delicada oveja y, como madre avispada en la nobleza, le propuso casarse con ella. Pero el Contador de Castilla, padre negociador de Isabel, exigió esclarecer la propiedad de las Tercias de Toro y Zamora y otras propiedades que, en pleito, perdió Beatriz a favor de su hermano. El compromiso se deshizo e Isabel de Guzmán, con el corazón partido, entró en depresión en el hoyo del amor frustrado, o como dice la Crónica «muy sentida». Nobleza y amor nacen entre algodones y sedas volátiles, fáciles de arder.

Con la posesión del Señorío de Grajal, Juan «El Viejo» ingresó en la Orden de Santiago como Caballero y Comendador de Mora, se declaró vasallo del Rey de Castilla, fue Alcaide de las Torres de León, de las Fortalezas de Simancas, de Bauma en Galicia y de Pravia en Asturias.

Como buen caballero, vividor y bohemio, con el fardo a reventar de impuestos señoriales se convirtió en forofo contagioso de justas y torneos, espectáculos que él mismo programó y organizó en sus villas, sobre todo en Grajal. En la fragosidad peligrosa de las refriegas y lizas, conoció a Violante de Quiñones, Señora de Navia e hija del famoso Marqués de Navia, nuestro Suero de Quiñones. De todos es conocida la justa medieval celebrada sobre el Puente del Órbigo, del 10 de julio al 9 de agosto de 1434. Suero de Quiñones, capitán y vencedor indiscutible del torneo, rompió 300 lanzas de de caballeros españoles y extranjeros y «dicen que fue por conquistar el corazón de una noble dama». Desde entonces le llaman «El del Paso». No tememos equivocarnos, si afirmamos que allí se encontraba el joven Señor Juan de Vega «El Viejo».

Problemática y dudosa

renuncia

La problemática y dudosa renuncia del Mayorazgo de Grajal, que Lope de Vega cristalizó en su sobrino Juan de Vega, comenzó a estallar lentamente y a crearle sombra e inquietud por la posesión firme de su Señorío. La derrota de los Infantes de Aragón en Olmedo (1445), que conllevó la expulsión de Lope de Vega del Reino de Aragón y Navarra, amenazó con el despojo del Señorío de Grajal a Juan de Vega. En la tramoya nebulosa de los dos intentos o interferencias, deambulaba la figura borrosa de Lope de Vega. Juan II de Castilla protegió a Juan de Vega contra estas intromisiones y el Señorío retornó a su segura integridad. Pero la seguridad duró cierto tiempo. Apenas habían transcurrido diez años. Durante meses de 1457, Lope de Vega, salido de la sombra, deploraba su renuncia al Mayorazgo de Grajal e intentó reasumir sus antiguas propiedades. Entretejió un comando de conjurados con vecinos notables de Grajal, dirigidos por un destacado vecino de Sahagún. Objetivo: encepar y matar a Juan de Vega y reponer a su antiguo Señor Lope. Pero la conspiración fue descubierta en septiembre del mismo año y los conjurados fueron condenados a muerte. Aunque algunos desistieron, la maquinación estaba perfectamente planeada. Capturar a Juan de Vega en la posada de Alfonso Ponce, donde se encontraba hospedado el mes de septiembre, al estar el Palacio inhabitable o prenderle cuando se dirigiera a la Iglesia para oír misa. El informe de su deposición le llegó a Juan de Vega a través del soplo de los Alcaldes ordinarios y de Alcaide del Castillo, donde fueron juzgados los conjurados en un principio. Otras fuentes dejan entrever que la filtración llegó a Juan de Vega de boca de la aljama de la Judería de Grajal, tan influyente en la Villa y en el mandato económico y social de Juan de Vega hasta 1492, en que los judíos fueron expulsados. Aún resuenan los nombres de los rabinos Rabí Santo Bueno y Yuda Bueno tributando a Juan de Vega, en 1490 y 1491, 14 831 y 17 750 maravedíes respectivamente.

Once fueron los revoltosos condenados. A Martín Berrocal lo desterraron para siempre de la Villa. Los otros diez fueron condenados a muerte. El día 5 de octubre, los dos Alcaldes ordinarios, junto al fiscal, sentados en la Plaza Mayor o Pública, encima de un poyal donde acostumbran a administrar justicia dictaron sentencia y llevaron a cabo ante aquellas gentes atónitas, el 25 de octubre, la ejecución del carpintero Martín Bello. Ante mí, la fotocopia del documento de sentencia y ejecución dado por Juan de Vega «El Viejo», que se encuentra en el Archivo Casa Ducal de Alburquerque de Cuéllar. Transcribo las palabras de ajusticiamiento: «que sea enforcado de una forca de tres palos e que esté allí colgado por una soga de esparto por la garganta fasta que muera naturalmente e espire e salga su espíritu e ánima de las carnes». No cabía duda alguna. Juan de Vega demostró ser Señor de horca y cuchillo y de gozar de la prerrogativa jurisdiccional de alto, bajo, mero y mixto imperio. Gulliver sobre liliputenses.

Pero a Juan de Vega le crecieron los enanos y él estiró su soberanía jurisdiccional hasta valorarse como personaje real. En 1473, mandó labrar moneda «en sus villas, castillos y fortalezas» sin licencia, permiso o mandato del Rey. La emisión de moneda era prerrogativa exclusiva de la Corona. Corrió la moneda, con el escudo de los Vega y la efigie de Juan de Vega, por las arterias y mercado de Grajal. La noticia llegó a Enrique IV de Castilla (1454-1474). Labrar moneda sin permiso real conllevaba «penas civiles y criminales». Juan de Vega fue siempre un asiduo cortesano, que se pasó la mayor parte de su vida saboreando el ambiente y los placeres palaciegos. Imploró perdón al Rey y éste, magnánimo, le liberó de «sentencias contra vos dadas asy de muerte como de destierro» porque yo «tengo poderío real absoluto y revoco todo delito (...) aunque el dicho caso e delito por vos cometydo e fecho sea grave e enorme e gravísimo».

Juan de Vega se retiró definitivamente a la Corte hacia 1490. En 1492 los judíos de Grajal fueron expulsados camino de Portugal y de aquella floreciente judería no queda ni la sombra del olvido. Antes de retirarse aforó en Villalinvierno mil fanegas de pan. Otorgó testamento el 17 de julio de 1513 en Medina de Rioseco. Fue enterrado en el panteón familiar del Monasterio de San Pedro de la Espina. Sobre su tumba, en una plancha de bronce, se lee: «Aquí yace Juan de Vega, Señor de Grajal murió año de 1513 a 22 de junio». Otros documentos anotan que murió el 16 de julio. Pero como su testamento está fechado el 17 de julio, las referencias anteriores no concuerdan. Tiempo pasado, lecciones olvidadas.

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