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EN PRIMERA PERSONA

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va-¦

Publicado por
León

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JOSÉ CARRALERO

A sí comienza la letra de una canción que todos conocemos y cuyo mensaje, en estos días, me resulta especialmente revelador.

El día 23 de mayo tomaba café en León con nuestro eterno mozo, el centenario Victoriano Crémer. Salió a relucir Antonio Pereira, cuya ausencia sintió especialmente: «No sabría lo que es la edad, si no fuera porque me estoy quedando solo», y, mirando a Macarena con gesto de picardía juvenil, decía: «Todavía me siguen gustando las mujeres».

Sobre mi sentimiento de vivo afecto a Antonio Pereira ya me he pronunciado mediante la realización del retrato que en el pasado invierno le hice con destino a la Fundación que llevará su nombre, con sede en la Universidad de León, la que tendrá el legado de su biblioteca y otros testimonios de su vida. Me he pronunciado mediante el retrato de la mejor manera que pude y, desde luego, con todo sentimiento, pues lo viví intensamente. Difícil es explicar con lenguaje pictórico lo que se puede decir con las palabras, pero también viceversa, pues cada lenguaje tiene sus limitaciones y ventajas, pero, al menos, cuando contemplo el retrato de Antonio, sí siento plasmadas, aunque no se cómo, las largas conversaciones, cargadas de sinceridad, sutileza y complicidades, esas que forjan la amistad, aunque dudo quién hablaba más de los dos : Antonio, este último rato guardemos silencio, pues se me había olvidado que te estoy pintando . Este retrato fue motivo de portada en el libro que con título El Bierzo de Pereira , publicó el Instituto de Estudios Bercianos recientemente.

C on Antonio, habló, hablé, hablamos. ¡Qué grabaciones de su pensamiento habrían quedado de la tertulias a dos, mientras el pincel quedaba quieto! Así, transcurrían las sesiones, porque posó, posó, mientras a veces decía: Úrsula, péiname la barba, pues observo que Carralero la está mirando-¦ Es que la barba tiene que peinarse hacia arriba, porque para abajo es señal de desaliño. Así entendía yo el mensaje o sutil orden que transmitía al pintor.

P ero, no repuesto de la despedida de Antonio, recibo la noticia de que otro antiguo amigo se fue. Francisco González, «el de la Lambretta», al que todavía recuerdo con su scooter, allá en el primer lustro de los años 60 en que íbamos a dibujar y pintar por Carracedo. ¡Joder, casi medio siglo! Siempre lo he recordado con mucha estima y afecto, por aquellos dibujos que hacía con rotulador Flomaster con gran agilidad y destreza, así como por hombre despierto, amante de la historia, profesor vocacional desde sus clases de inglés en Ponferrada, a la vez que, ya adulto maduro, hacía su carrera de filología inglesa, la que le arrancó del Bierzo para ocupar plaza de Catedrático de inglés en un instituto de Teruel y después en Zaragoza, donde se jubiló y quedó hasta ahora. También publicó libros sobre investigación histórica, varios de ellos sobre el Bierzo, como Retirada de Moore y batalla anglofrancesa de Cacabelos.

De su labor cultural y artística en aquellos tiempos en Ponferrada, queda constancia con ocasión de la conferencia titulada La Pintura en el Bierzo. Siglo XX , que preparé e impartí en esa ciudad con motivo del Centenario, y se publicó en el libro Ponferrada 1908-2008. El Libro del Centenario . Trabajo para cuya elaboración, Paco, como testigo vivo de aquel momento, me ayudó -tras largas conversaciones telefónicas- a recordar y contrastar, con asombrosa frescura de memoria, honestidad y objetividad, datos y nombres de aquella época, pues fue puntal de la que denominé Generación Germinal , por ser germen de destacable número de pintores bercianos surgidos posteriormente. También tenía la escasa cualidad de ser humildemente ambicioso, disfrutando de la pintura de los demás no menos que de la propia.

¡Carajo, cómo voy sintiendo, al igual que Crémer, que me vais dejando solo!

¿Quién me manda tener amigos cuya edad les fuerza a la despedida? Claro, es que suelen ser jóvenes hasta el final y de ahí mis sorpresas. Hay que asumir que esto es también la vida. Así, matizando la letrilla del inicio de que «algo se muere en el alma cuando un amigo se va-¦», pienso que, a su vez, de los amigos y seres queridos que se van, como por vasos comunicantes absorbemos de sus esencias haciéndolos, en parte, nuestros, lo que constituye el secreto de la inmortalidad. Quiero creer que gracias a lo que he «robado» de Antonio Pereira y de Francisco González, mi espíritu ha mejorado algo.

P. D. Finalizado este recordatorio de dos amigos cercanos, me llegó la noticia de la muerte de un tercero, Victoriano Crémer, al que aludo en estas líneas. Algún día lo recordaré con la palabra. Los pinceles dejaron testimonio de mi afecto hacia él en la portada del libro que la Casa de León en Madrid le dedicó con motivo de su centenario de vida.

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