Diario de León
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León

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Qué relajante nadar desnuda en la piscina! Papá y mamá en el trabajo, los apuntes de Constitucional y Civil en el fondo del cajón sin fondo, esperando pacientes a que septiembre oriente la atención hacia ellos. -”Lástima que Borja esté de cursito de inglés en Brigh-

ton en vez de estar ahora aquí «bañándonos»-” reza el bocadillo unido a la cabeza pensativa de Marta por las burbujas que expulsa su nariz.

Primero, levantarse de la cama y comprobar que sus padres no han pasado hoy a engrosar las cifras de absentismo laboral. Luego, bajar las escaleras y adentrarse en el refrescante universo de la nevera. Finalmente, atravesar el amplio comedor hacia la infinita pared acristalada que conduce al jardín. ¡Hace un lunes fabuloso! La perfecta lámina de agua azul cielo aguarda en su esquina, rodeada por una delgada franja de tupido césped y cercada por los frondosos cipreses que, a modo de seto, cierran como un tapiz todo el contorno de la propiedad. A pesar de ello, el momento de quitarse el pijama resulta emocionante por lo que tiene de prohibido, a los ojos de la educación que ha recibido, el andar sin ropa a plena luz del sol. De hecho, la desnudez la dosifica y restringe al tiempo de nado; para solearse se ha cogido un bikini, como cada mañana. A esta hora el agua todavía mantiene algo de la temperatura nocturna, el frescor lo percibe nada más remoja la punta de los pies. Sin más dilación, se agarra con las manos al borde de madera maciza, respira hondo y contiene el aliento al introducirse en la piscina hasta pisar el fondo metro y medio más abajo; es un vaso poco profundo, hay que ahorrar agua, pero largo, concebido tanto para el baño casual como para el deporte. Marta opta por lo segundo, así durante el verano evita las agotadoras sesiones de cinta y pesas en el gimnasio de la buhardilla o las frenéticas clases de G.A.P. en el club. Posee una técnica depurada, nadando crol apenas saca la cabeza para aspirar mientras el brazo del mismo lado ya ataca con firmeza el agua. Le gusta alternar cuatro o cinco largos en dicho estilo con uno de espalda a fin de recuperar el aliento. Lástima que Borja esté de cursito de inglés... En cualquier caso, disfruta con intensidad de la sensación de aislamiento que le produce el agua. Los problemillas parecen quedar atrás cuando se desliza a través del silencio celeste hacia el extremo opuesto, un largo más, y otro, enfrascada en un cubo de libertad.

¡Qué excitante jugar a ser un camaleón! La parienta, ensimismada con el programa marujón de todas las mañanas, apenas le ha dedicado un murmullo sobre hay que ver qué afición por caminar, así, de repente en cuanto le ha dicho que se va a dar un paseo. -”Lástima que nunca estuvieses muy buena y que ahora encima te hayas puesto como una vaca-” masculla Jacinto nada más doblar la esquina encalada de su calle.

Primero, recorrer la larga avenida desierta que le saca del pueblo. Luego, esperar pacientemente a que el tráfico de la carretera deje un hueco suficiente como para que a su fastidiosa cojera le dé tiempo a cruzar sin excesivo peligro. Finalmente, el penoso ascenso hacia el complejo y furtivo giro a la derecha, donde empieza el espeso cañaveral que flanquea toda una hilera de casas. ¡Qué manera de sudar! La piscina está en el segundo chalé, casi pegada al otro lado de la valla. A pesar de haberse vestido de verde oscuro, de estar rodeado de cañas y de que el hueco que ha abierto en el seto no debe de ser visible desde el agua, el momento de bajarse la cremallera resulta turbador por lo que tiene de prohibido, a los ojos de esta sociedad moderna, el espiar a una chavala mientras se baña. De hecho, trata de abreviar su sesión de mirón a la mínima expresión.

La joven ya se ha puesto las gafitas ésas de bucear y le exhibe brevemente sus pechos un tanto pequeños -”o quizá demasiado entrenados-” cuando se agarra al borde y coge aire. Sumergido, su cuerpo se vuelve casi traslúcido, ondulante, irreal. Momentos después, la sirena se impulsa con la pared y su sobresaliente culo redondo comienza a menearse al son de las piernas. La escena no está mal como aperitivo, aunque los músculos dorsales en tensión resultan poco femeninos. -”Algo marimacho ya es, la nena-” se disgusta Jacinto. Mientras la chica se afana en avanzar a toda velocidad, él permanece a la espera del plato fuerte, su excitación aumenta en cuanto ella coge aire haciendo un largo de espalda, muy despacio, sin apenas mover los pies. Si lo nada alejándose del lugar donde él se esconde, se le ofrece la irresistible vista de un pubis tan aseado para la temporada de playa que los labios vaginales se muestran ante sus ojos en todo su esplendor: limpios, ligeramente hinchados, apetecibles como fruta de verano madura.

Se suceden los largos de la niña de papá, entremezclados con las sacudidas del sesentón depravado. ¡Flop, flop!, en uno de los avances de Marta de espaldas a la realidad, él acciona su obsceno riego por goteo. Se queda absorto, paralizado, entre aturdido y avergonzado. Al poco reacciona, hoy se ha distraído más de lo prudente. Mañana, otra visita, si sale bueno. Se larga en desbandada, instantes antes de que ella, recién envuelta en su toalla, se aproxime al seto a fin de averiguar si el ruido procede de algún pajarito que haya podido quedar atrapado dentro.

Martes, nueve y media de la mañana. Fermín aparca su todoterreno delante del centro de adiestramiento de perros. Tiene ganas de comprobar si han logrado apaciguar los instintos caninos de Mordis, su Rottweiler de dos años. Va a examinar sus progresos en algún sitio sin tránsito de personas... -”¡ya está, la cañada de la urbanización! -”concluye a la vez que se quita las gafas de sol para saludar a la adiestradora.

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