As raparigas aman no Cavalo Morto
La aldea de sal
Lªdo Ivo. Selección y traducción de Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre, Calambur, Madrid, 2009. 192 pp.
Un día nuestro añorado Antonio Pereira visitó al poeta brasileño Lªdo Ivo y pasó un fin de semana en su casa de campo. Lo contó en un cuento que tituló «Los ojos luminosos». Otro día, Juan Carlos Mestre cantó solemnemente: «Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lªdo Ivo. Un poema de Lªdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida». Así fuimos sabiendo que había en Brasil un poeta con aquel nombre, que había nacido en 1924, que había sido premiado y reconocido en su país y que había escrito un hermoso poema de amor, «Cavalo Morto», un amor capaz de acrecer la vida de las muchachas que aman a los soldados y «vuelven más jóvenes de esos amores entre la maleza». Cavalo Morto es ya un lugar fundado por la poesía, como Región o Santa María, uno de esos lugares alzados no por la regla numérica de los arquitectos, sino por la fecunda savia de la palabra fantaseadora. Hoy el poema del brasileño podemos leerlo en La aldea de sal , una antología bilingüe de Lªdo Ivo debida al buen hacer de Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre.
Cualquier lector del poeta brasileño sorprenderá algunas cualidades evidentes en su poesía, como libertad imaginativa y emoción. «Padre, mis pensamientos no caben en tu salón..., deja que sobrepasen las cortinas azules y caminen mucho más allá de las ventanas abiertas». Sin límites que cercenen la imaginación, el poeta vuela desde lo concreto hacia la altura de los ángeles de la inspiración, hacia lo sublime y lo inefable, porque «sin lo sublime, ¿qué es el poeta?». ¿Y qué es sin la libertad para imaginar e inventar otras realidades posibles? Dice el poeta: «dadme libertad de cantar sin imponer el nombre de las ciudades y los ríos, sin sugerirme los temas». El poeta, pequeño dios, puede crear la rosa, otra rosa: «¡Mirad lo que no existe. Creadlo y seréis poetas!»; «Para un poeta o escritor sólo existe una verdad: la verdad de su imaginación».
La emoción es, desde mi punto de vista, un componente esencial de la poesía. Vamos a ella no para entenderla, sino para emocionarnos. La emoción nos llega desde cualquier poema de Lªdo Ivo, probablemente porque nos habla de realidades que pueden atañernos si nos mueve la piedad hacia aquellos que «jamás oyeron una declaración de amor» o hacia «las puertas que nunca se abrieron para recibir a un huésped». Añadamos a la libertad imaginativa y la emoción, la palabra expansiva del poeta, el verso y el ritmo libres, que aprendió de la extensión del mar y el martilleo de las olas de su tierra natal, la palabra acogedora como casa de puertas abiertas, la conciencia poética alerta a cualquier señal cercana o imaginaria.