Diario de León
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DANIEL LOMBAS

Siempre recordada y querida Flor de las Alturas:

Comencé a escribir esta carta el día 20 de agosto. En mi casa de Gijón. Paseé largo tiempo por la playa en un día luminoso. Con el recuerdo de dos niñas hermosas y pizpiretas que compartimos desde dos puntos geográficos distintos. Lo que ocurre, pienso, es que la luz de la infancia suaviza el corazón de quienes tan alejados estamos de ella. Eso permitió un encuentro inolvidable pocos días después.

Antes de hablar de esos pocos días después, quiero explicarte por qué empecé la carta el 20 de agosto. Estaba emocionado por ver en la tele a un atleta, paisano nuestro, en Berlín. Fue emocionante ver a Sergio Sánchez competir con los mejores del mundo. Un día he de contarte los descubrimientos que voy haciendo con paisanos de nuestro propio pueblo que destacan en los ámbitos del arte (cerámica, pintura, música-¦). Ya que están tan de moda, tan de buena moda, las semanas culturales durante el verano, no estaría nada mal que alguien pusiese en valor entre los suyos a personajes de indudable valía, mayor, como siempre, fuera que dentro de casa.

Ya sé que estarás pensando, querida Flor de las Alturas de mis sueños, que sigo a pájaros, como siempre, por eso de saber, en este caso, quién le pone el cascabel al gato. Lo sé. Y no creas que no lo pensé cuando fui a veros a León, pocos días después, para comer juntos. Madrugué mucho. Quería ver secos los espacios de torrenteras y cascadas en Valdeperales y Villarín, donde pienso sobre todo en lo más cercano, di vueltas y vueltas al asunto. Y la verdad es que no vi ninguna puerta abierta que despejase el camino.

Es verdad que lo mejor de esta tierra son los hombres -“genérico, no te enfades-. Después de ducharme en la antigua casa familiar, di un paseo, en coche, por tu pueblo y el mío. Qué desolador. Gordón entero languidece a ritmo de vértigo (Cuentan, con ironía, que hasta quieren cambiar su nombre. Cuánta ingratitud al dar los mandamases a unos tanto, tan poco a otros. La memoria selectiva empobrece a los pueblos). Y qué tristeza me produjo Salinas, el humilde pero hermoso paseo a orillas del río. Una obra faraónica y de estructura dura para un pueblo de montaña como éste. Pero, como siempre, es lo que yo siento y pienso. Y por eso no entiendo los clarines que anuncian aquí una especie de paraíso terrenal. Ojalá. Motivos hay más que suficientes.

Para seguir un orden cronológico, te diré que aún conservo -“es la mayor alegría de esta carta- las imágenes de las dos nietas que compartimos. De la mayor, su halo de princesa. De la pequeña, la conversación, a media lengua, que mantuvimos en un paseo por el parque.

Olvidé aquel día de encuentro fugaz preguntarte por qué no fuiste a Gijón a finales de mayo. Lo imaginaba, aunque tenía ciertas esperanzas. Y lo siento, porque tú te lo perdiste. A la chita callando, con perseverancia e innovaciones permanentes, lleva casi un cuarto de siglo en escena el Salón del Libro Iberoamericano de la ciudad del Cantábrico, que se suma a otra serie de iniciativas ya convertidas en citas ineludibles. Así se hacen las cosas. Me da sana envidia, pero envidia, sobre todo si pienso que, desgraciadamente, nuestro Leer León está en las últimas apenas nacida. Ojalá me confunda, pero huele a crónica de muerte anunciada. Creo que, en el fondo, es un problema de humildad y de trabajo silencioso, razones importantes que convierten lo sueños en sustento del futuro. Y en esa tierra no parece ser moneda en curso. ¿Dónde están ahora los Pregoneros del Reino que vaticinaban la superación y empequeñecimiento de Franckfurt y Bolonia? Y es que la cuestión no radica ahí, sino en la búsqueda de un espacio -¿se dice nicho ?- propio. Y faltó esa búsqueda, posiblemente por un clarísimo desconocimiento del sector por parte de quienes estaban al frente. Y por más cosas, cuyo análisis no viene ahora mucho a cuento y, además, heriría la sensibilidad política, empeñada siempre en echar balones fuera.

Volví a Villarín a principios de septiembre. Es éste siempre un valle espléndido para recargar las pilas de cara al invierno. Pero tenía ganas de recorrer el Faedo de Ciñera, tan masificado y reclamo televisivo en la promoción del Ayuntamiento, que lo desconocía hasta hace bien poco, y de paso contemplar el castillete del Pozo Ibarra, tan presente en la prensa en los últimos tiempos. Como me gusta opinar, tengo mis dudas respecto a la declaración como BIC. Y, sobre todo, respecto a su descontextualización bajándolo al pueblo. Creo que será otra oportunidad perdida no aprovechar el entorno en su conjunto como oferta de turismo industrial, y natural, y como eje, en consecuencia, de la recuperación de la memoria de la minería. Pero es una opinión, claro, que doctores tiene-¦

Debería acabar hoy aquí esta carta, tan distante de la anterior. ¿Por qué escribimos menos cada día? Es curioso. La verdad es que al menos esas dos pequeñas mantienen vivo el pulso de nuestra comunicación. Tengo ganas de que aprendan a escribir y poder mantener correspondencia con ellas. Pero temo que entonces se rompa la nuestra.

Hace frío en este día claro. Llega un viento suave y frío desde los adentros del mar que me alborota los recuerdos. Cuando salga a la calle para dejar esta carta en el buzón, caminaré al lado del mar en busca del oxígeno de la memoria, donde aún ocupas un espacio importante. La memoria tiene siempre una espina que se clava en el corazón de quienes empezamos a ver la otra vertiente de la vida. Y es que impide repetir no pocas historias personales.

Hay pesimismo hoy en estas cuartillas. Con el lamento de que no haya más páginas para escribir juntos otro trozo de historia, otro trozo de vida, recibe un beso lleno aún de frescura.

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