Diario de León
Publicado por
JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ
León

Creado:

Actualizado:

En tierra húmeda

Néstor Hernández Alonso. Editorial Gran Vía, Burgos, 2009. 86 pp.

Néstor Hernández es oriundo de Calzada del Coto, un hecho no baladí en su biografía de poeta. Lo habíamos observado ya en Donde muere el Roble Mirador (1994) y en Pasos cortos (2003), sus poemarios anteriores. Hay en sus versos vivencias rurales y una naturaleza evocada y aprovechada como objeto de la imaginería lírica. Encinas y cereales, «trigales verdes preñados de esperanza amarilla», algún valle dormido... Pero «los años y las derrotas» no pasan en balde y el poeta se adhiere al recuerdo y a una apelación al «Monte de encinas», primero de los poemas: «Cuida nuestros ojos niños», unos ojos en los que han dejado huella las vivencias de aquel que correteó de niño por el pueblo al que volvía los veranos para reencontrarse con amigos y rastrojos. De ahí el acierto del título, En tierra húmeda , sobre la que los pasos dejan huella, como la dejan los sabores y sinsabores de la vida.

La poesía de Néstor respira amor al paisaje austero que lo vio nacer. Es un paisaje entrañado en el hombre, asumido como propio, pues a él se ata el discurrir del tiempo, los recuerdos y las evocaciones. Acaso lo importante sea la presencia fuerte del yo que evoca aunando memoria, sentimiento, pensamiento y dignificación poética. Desde lo sentimental exhala esta poesía un aroma de melancolía cuyo origen no es otro que la experiencia del tiempo, muy presente en los cantos de ausencia, sea la madre (a cuya memoria se dedica el libro), sea un amigo. Desde el pensamiento, las vivencias del yo se generalizan, bien porque en ella podemos reflejarnos todos, bien porque las propias palabras tienden a la expresión de una idea por todos asumible, como ocurre en «la vida es un cuenco dulce». Por otro lado, la memoria es la vida misma: continuidad, biografía, tiempo, retorno: «Sólo existe aquello que no se olvida».

El tema persistente es el tiempo en esta primera parte del poemario. Basten un par de citas como testimonio: «Corre el tiempo y la herida crece»; «Tu vida tiene dos tiempos: inocencia y lenta espera». La segunda parte acoge poemas acaso más circunstanciales, aunque no de menor interés. Aquí la unidad no es temática, sino referencial: Sarajevo, París, Papalaguinda, una calle, una plaza, una exposición, una catedral... Pero bajo esta mirada externa corre siempre el río temporal: «cada día, el tiempo, / incansable guerrero de escudo y lanza, / reanuda la batalla». Un consuelo (¿o un espejismo?): «No siempre el tiempo vence, / alguna vez, la belleza detiene su paso». Y el tiempo es presencia constante también en la parte tercera: las edades del hombre, la imagen de la nave hacia puertos desconocidos, la alusión a la niñez -“pasado y esperanza- y, en contados poemas, a las injusticias del mundo.

Huellas, recuerdos, melancolía, tiempo: señas de identidad de una poesía que ahonda en el tema preocupante del devenir temporal en el que las vivencias han ido dejando huellas en la tierra húmeda de la vida.

tracking