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León

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ANA CRISTINA PASTRANA

T odo su universo animado se agita, con gran barroquismo, dentro de un espacio poético que el artista delimita con su vista de pájaro, como el dios que está por encima de la vida y de la muerte, capaz de soldar cielo y tierra, de inmortalizar en el recuerdo la trashumancia de lo imposible.

El deseo navega por encima de la culpa, nos magnifica y nos destruye. El hombre propone y dispone. Tan sólo de él depende dejar que gobierne en anarquía o reprimirle. El sueño flirtea con la materia y el vértigo. La pasión del pintor provoca en nosotros un efecto hipnótico que se traduce en energía vital. La metamorfosis del dolor en fantasía. Y es que la vida es siempre inestable, como una gota de agua sobre una hoja de loto (Sri Aurobindo).

José de León es un narrador con la pretensión de sobrehumano. En toda su obra, inspirada en la animación, existe una fascinación por lo legendario, el cuento y los sueños. Ese mundo liliputiense, lleno de vida, constituye un reflejo del cotidiano sazonado con el onírico. Más allá de cada cuadro, el sentido de eternidad que viene reflejado en cada obra, despierta la conciencia colectiva de trascender y encarna el universo de los afectos humanos.

Canto a la libertad sin límite

Estamos condenados a la libertad absoluta, afirma Eliade. La obra de este pintor es un canto a la libertad sin límite, a la exaltación de los valores oníricos, a la pasión y al deseo, al mundo de la fantasía y a la celebración de la vida. Es un soñador que, sobrado de confianza en sí mismo y harto de examinar aquello que la tradición le ha enseñado como ético, se rebela y prescinde de su conciencia moral. Retorna a la infancia donde renace sin normas. Desde allí todo está al alcance de la mano. Su fantasía gótica constituye un diálogo con su inconsciente, y su exhibicionismo un reflejo de ese niño que lleva dentro. Más tarde, cuando el niño se transforma en hombre, entregado a unas necesidades prácticas que no toleran el olvido, es consciente de que se ha traicionado muchas veces. Y es que la verdad tiene que ser descubierta a cada instante y sólo podremos descubrirla cuando la mente esté libre, sin la carga de la continuidad de las experiencias (J. Krishnamurti).

Como poeta alucinado, esa mirada poderosa y fulminante atraviesa el límite de la angustia, el mundo de lo invisible, hasta ahondar en el de las obsesiones y fantasías, anexionando el mundo oscuro al transparente. La imaginación es lo que le permite al pintor descubrir lo que puede ser y mitigar su terrible condena, abandonarse a ella sin miedo al engaño, quebrantar ciertas reglas cuya transgresión le etiquetan de loco y obviar las correcciones que le infligimos. Gracias a ella, cabalga entre lo grotesco y lo grandioso, lo pintoresco y lo fantástico. El objetivo de cada hombre consiste en mostrar la divinidad que lleva dentro, controlando su naturaleza externa e interna. Los medios son secundarios, lo que fuiste y lo que serás también, lo esencial es descubrir lo que eres ahora. El ser es lo importante , comenta el pintor, cuanto más arrastres, más peso tendrás y menos serás.

Decía Bretón que el inconsciente es la región del intelecto donde el ser humano no objetiva la realidad, sino que forma un todo con ella. El arte representa la comunicación vital directa del individuo con su mundo. Así pues, cuando observamos la obra de José de León descubrimos esa conexión en la que convergen el deseo del individuo y el devenir ajeno a él. Y es el sueño y sus relaciones secretas y oníricas las que conceden total libertad al individuo, siempre determinado por la conciencia en la vida real.

El dictado del pensamiento sin la intervención de la razón o la moral. En la obra del pintor leonés la experiencia está confinada en una jaula, dando vueltas sobre sí misma e incapaz de encontrar una salida. La lógica, protegida por el sentido común, desestima todo aquello que no esté al servicio del progreso. Es la imaginación la que nos puede salvar, porque todos los caminos conducen a la misma verdad aunque la entendamos de diversas formas. No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación.

Gran influencia del Surrealismo

José de León, al igual que Max Ernst, tiene una gran influencia del surrealismo en sus dos vertientes. En la línea figurativa, en la que prima la vía onírica y los medios técnicos tradicionales, pero apartados de la pintura tradicional en cuanto a las deformaciones de los personajes, las atmósferas o los ambientes y en la que las obras de Dalí o las de Delvaux, con fuerte influencia de Chirico, han dejado rastro en el erotismo manifiesto de la obra del artista leonés. También en la línea de los surrealistas abstractos, que, como André Masson o Miró, se decantan por la aplicación de automatismos, que, en el caso de nuestro pintor, vienen caracterizados por una gestualidad convulsiva, casi action painting , así como por el equilibrio entre los mismos y el naturalismo, enriqueciendo la obra con una síntesis de obsesiones, donde la iconografía europea y medieval juegan un importante papel. También los dripping son evidentes en las líneas de composición, así como el gusto por poblar espacios a modo de escenarios con una minuciosidad ilusionista.

El equilibrio humano siempre es relativo. No somos capaces de expresar nuestros sentimientos. Cuando lo hacemos, nos limitamos a constatar que tal hecho o tal persona nos hacen efecto. Definir el efecto, siempre subjetivo, nunca es fácil. En este sentido, el pintor elabora su lienzo con el contenido de sus sueños, con ese aire de naturalidad en el que entremezcla multitud de elementos y episodios cuya rareza nos deja anonadados. La forma de plasmarlos exige la combinación armónica del sueño y la realidad, en busca de una realidad absoluta. En ese deseo, siempre inconcluso, es donde el artista lucha contra la muerte, reivindicando su idea de inmortalidad en la ambición de esa posesión. Y es que sólo intentando lo imposible, se realiza lo posible (Henri Barbusse).

Paisajes de ensueño

En su obra hallamos la influencia de El Bosco en lo relativo a la composición, aunque lejos de su carácter moralista y provinciano. La iconografía religiosa del holandés se nutre de paisajes oníricos y personajes fantásticos, al igual que la obra de nuestro pintor. La multiplicidad de figuras y su minimalismo en un espacio pictórico reducido, expresa una realidad universal plena de imágenes y símbolos en la obra de ambos. La memoria se erige como intangible espacio psíquico y personal, saturado por la imaginación.

Sus paisajes de ensueño, poblados de formas abstractas gigantescas nos recuerdan a Tanguy, el color, la línea, la dimensión espacial, la sensación mágica a Klee, en su filosofía de hacer de su propio proceso vital una expresión pictórica a Kandinsky, a Brueghel el viejo en sus composiciones, fantasía y simbolismo, a Arnold Böcklin en sus obsesiones, a Mircea Eliade en su facultad para desplazar a los personajes en el tiempo y en el espacio, y a Altdorfer en la desbordante imaginación, que va desde lo cotidiano a lo grandioso.

La vida que llevas oculta la luz que eres, afirma Sri Aurobindo. En este sentido el pintor reconoce que estamos movidos por la ambición y el consumo y que la perfección consiste en llegar a imponer la meditación sobre el deseo . Para él la pintura es una experiencia mística y plástica, un diálogo con verdades eternas . Los actos transcendentales siempre son intimistas porque es el aislamiento el que profundiza en el alma del artista. En la soledad digieres todo aquello que has aprendido y conocido. La soledad y el dolor , añade, son buenos para crear.

Consciente de su finitud, afirma que viajar y conocer otras culturas contribuye tanto al intimismo como el sufrimiento favorece a lo creativo y que la vida es una vela cuya luz se va extinguiendo , pero en el transcurso de ese tiempo, hasta que se apague, debe irradiar lo mejor de sí.

La ira y el duelo son parte de la guerra, al igual que la ambición y los placeres parte de la vida. La muerte es la única verdad, afirma contundente. El sexo nos libera, pero la pintura , en cuanto nos hace transcendente, es la sublimación.

José de León es un provocador hambriento de saber, habita en un mundo donde prima la manipulación y la vulgaridad, un artista que se busca en otras vidas, en otras culturas, que derrapa, ebrio de fantasía, en la cara oculta de la luna, consciente de que el sentido de la imposibilidad es el comienzo de todas posibilidades.

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