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León

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MARÍA GUDÍN

E ntonces en la visión vislumbré unos hombres que avanzaban, poco a poco se fueron haciendo más claros, Aster cabalgaba al frente, había salido de Ongar días atrás. Era un pequeño ejército de hombres decididos con un plan prefijado. Desde lo alto de las montañas, en Orellán, Aster divisó las minas largo tiempo muertas y ahora revitalizadas por la ambición y el afán de poder de Lubbo y paró la marcha de sus hombres.

Detrás de Aster avanzaban los montañeses equipados con hoces y espadas, armas de hierro y bronce. Sólo unos cuantos montaban a caballo. Entre ellos caminaban los hombres de Arán: Lesso, Fusco y Tassio. Lesso miró al frente, y la visión de las antiguas minas le produjo un estremecimiento.

-”¿Qué es eso? Nunca he visto nada así. ¿Cómo lo han hecho? -“le preguntó a Tassio.

-”Hace varios siglos, los romanos, en lo alto de las montañas embalsaron agua con la ayuda de los astures y galaicos y labraron túneles en la roca, después lanzaban el agua a través de ellos haciendo estallar la montaña. Cuando se fueron los romanos, se abandonaron las minas y lo que ves estaba muerto, pero a Lubbo le come el ansia de poder y de oro. Ha comenzado a trabajarlas con esclavos cautivos. ¿Ves aquel castro? No es tal, es una prisión vigilada por soldados suevos. De nuevo Lubbo ha comenzado a romper los montes, este lugar es la base de su poder.

Tassio prosiguió hablando, toda la partida de guerreros estaba quieta contemplando las minas, muchos de ellos no conocían el lugar, y se asombraban de que, cientos de años atrás, los hombres de otras épocas hubiesen sojuzgado la montaña, extrayendo de su fondo el oro y los metales preciosos. Los de Aster, sin embargo, conocían bien que aquel sitio, en medio de su sobrecogedora belleza, era un lugar de desolación.

-”Muchos han muerto ahí. Por largos espacios cavan túneles en los montes a la luz de los candiles y ellos mismos son la medida de las vigilias pues en muchos meses no ven la luz del día. A veces las galerías se hunden de repetente y sepultan a los cautivos. Es menos temerario buscar perlas en las profundidades del mar.

-”¿Cómo conoces eso?

-”En Ongar conocí a un hombre que trabajó en estas minas. Logró escapar y pudo llegar a las montañas. No vivió mucho tiempo después de aquello, pero sí lo suficiente para contar el horror que se padece.

T assio quedó callado. Como Lesso, era hombre de pocas palabras, y no gustaba comentar los horrores de las minas; pero Fusco se impacientaba.

-”¿Por qué estamos parados?

-”Mira allí, Fusco. Aster está deliberando con los otros jefes de grupo.

-”No estaban en Ongar. ¿Quiénes son? -“preguntó.

-”Los que cabalgan junto a Aster: Mehiar, Tibón y Tilego. Mehiar es el de pelo oscuro y más fuerte.

-”No parece un albión.

-”No, es un hombre de las montañas de Ongar. Guarda una relación muy directa con la familia de la madre de Aster, es un hombre de las tribus de las montañas. Haría cualquier cosa por Aster, lo acogió cuando llegó a la montaña, huido de Albión, es su tío. Los otros dos son albiones.

-”Sí, se parecen a nosotros, el cabello castaño y los ojos más claros. Desde que hemos salido de Ongar no he visto pronunciar una palabra a Tilego. Siempre está callado y en su expresión solamente hay odio.

Tassio asintió, su hermano había captado lo que distinguía a Tilego de otros hombres.

-”Años atrás Lubbo sacrificó a la prometida de Tilego, una de las más hermosas mujeres de Albión, para satisfacer a los dioses carniceros y asesinos a los que rinde culto. Ese crimen no se demostró pero Nícer expulsó a Lubbo de Albión por ello. Tilego nunca perdonó a Lubbo, siempre le acusó del sacrificio de su joven desposada. No habla, pero durante la noche en sueños grita y acusa a Lubbo de aquello. Lo que dices es cierto, Tilego es un hombre callado, en su interior sólo busca la venganza. Aster confía mucho en él porque es extremadamente meticuloso en todo lo que emprende.

-”¿Y el otro?

-”Es Tibón, un ser alegre, no lo ves desde aquí.

Miraron en aquella dirección y pudieron observar cómo aquel hombre moreno, llamado Tibón, musitaba algo en voz baja a Aster, este último sonreía y le indicaba que callase.

-”Tibón es también un albión, huyó con él del gran castro sobre el Eo. Son como hermanos. Con hombres como Mehiar, Tibón y Tilego, Aster puede conquistar el mundo. Son valientes y nobles. Tienen la nobleza en la sangre... además de la que han ganado peleando.

T assio calló repentinamente, le brillaban los ojos, admiraba a sus señores. Estaban en lo alto de la montaña y se oía incesante el repiqueteo de palas, picos y azadas. De repente todo cesó y un silencio hosco y extraño cruzó el valle, un silencio en el que hasta los insectos y pájaros del lugar guardaron un mutismo quedo; de repente, con un estallido atronador, la montaña frente a ellos vibró y se desplomó. Un gran grupo de rocas cayó ante ellos, con un estruendo ensordecedor, entremezclado con los relinchos de caballos, los gritos de los hombres y la caída del agua. Se había soltado el dique y los túneles, horadados desde tiempo atrás, habían estallado por la presión del agua. Un alud de piedra, cieno y polvo llenó el valle. El sol de aquel día de otoño se oscureció. Después cesó lentamente el estruendo y los ruidos de los bosques reaparecieron. Se oyeron los gritos de los capataces golpeando a los esclavos de las minas, y sus quejidos lastimeros. Los siervos de la mina se dirigieron al alud a buscar oro.

Aquel oro por el que los cántabros y astures habían sido sometidos por los romanos y por otros pueblos era de nuevo motivo de sufrimiento para los montañeses. Para los hombres de Ongar, la conquista de Montefurado respondía a sus deseos de justicia, el oro de Montefurado era un símbolo de los pueblos astures y al mismo tiempo lo que mantenía el poder de Lubbo.

(De La Reina sin nombre ,

María Gudín.

Ediciones B,

Barcelona, 2008. 588 pp.)

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